La Vanguardia

Primer teatro nacional

El mundo del teatro reflexiona sobre la aventura del Lliure, que ha sido la referencia y el faro para Catalunya y toda España

- J. BARRANCO Barcelona

“La percepción era ver teatro europeo en la ciudad por primera vez” “Beben de fuera y lo hacen suyo; no copian, lo roban y lo reinventan” “En un país anómalo, hizo la función de teatro nacional sin ser público”

Un faro. Un corazón que late. Una referencia. El primer teatro nacional de Catalunya. El teatro que hizo que algún futuro gran director madrileño se lanzara a aprender catalán y se adentrara en el Digui, digui .El compromiso total con el teatro público. Una manera de hacer teatro que fundió las grandes vanguardia­s europeas del momento con la tradición del teatro catalán rota por la guerra civil y que se mantuvo viva en el teatro más popular, el de los Lluïsos de Gràcia o la Passió de Esparrague­ra. El Lliure ha sido mucho para muchos y sigue siéndolo. Y algunas personalid­ades de mundo teatral han querido hablar de él.

Miguel del Arco, uno de los directores españoles más celebrados de los últimos años, lo tiene claro: “Para mí el Lliure es el faro, lo fue en su momento con el descubrimi­ento de Las bodas de Fígaro en el Teatro de la Comedia de Madrid y estuve un año entero con el libro del Digui, digui a cuestas porque decidí que ese era el teatro que quería hacer y si había que hacerlo en catalán, sin problema”. Para el actual director del teatro Pavón, “fue la aparición de una forma nueva de hacer. Habíamos heredado 40 años de un ostracismo terrorífic­o, de una manera muy concreta de hacer, un poco fea, rancia, antigua, y de repente aparece esa otra manera de relacionar­se con la palabra, con los textos, de querer decir, de un discurso político, de un discurso artístico tan diferente”.

También para Sergi Belbel significó mucho. “Mis primeros recuerdos de impacto en Catalunya fueron el Teatre Lliure. La percepción era ver teatro europeo en la ciudad por primera vez, ver el teatro de repertorio con una visión del siglo XX, paralelo a lo que sería por ejemplo un Piccolo de Milán... Y después un compromiso con la lengua, todo en catalán. Fue muy importante. Una referencia internacio­nal pero con maneras muy catalanas, como la cooperativ­a o el funcionami­ento mancomunad­o, aunque luego hubiera unos directores que mandaban. Esa cosa nostrada de hacerlo todo entre todos con una

sabata i una espardenya. Fabià venía de dónde venía y con su sabiduría plástica le daba una pátina de mucha calidad a todo con muy pocos recursos”. Oriol Broggi, director de la compañía La Perla 29, dice que más allá de lo personal “la aventura del Lliure fue importantí­sima para el país”. “En un momento que había muchos cambios, una compañía encontró una estética nueva que creó un público muy fiel, entusiasta, y un ambiente a su alrededor envidiable. Tanto Puigserver como Pasqual beben de fuera y lo hacen suyo. No copian. Lo roban y lo reinventan, es apasionant­e. Hay una estética más depurada, desnuda, pero que habla de cosas de aquí. Fueron unos valientes, unos héroes”. “Hicieron un gran cambio –prosigue Broggi– y crearon una sensación mitológica alrededor del teatro, aún hay cierta mística en torno al Lliure. Y puede continuar siendo ese espacio onírico que los espectador­es tienen dentro de su panorama teatral, un faro, un corazón que late”.

Salvador Sunyer, director del festival Temporada Alta, observa que es “fruto de un país anómalo. Quien hace la función de teatro nacional muchos años, luego municipal, no es público, sino la iniciativa de unos señores. Supuso la llegada de otra manera de hacer teatro de otros lugares, con miradas diferentes según el directo: Italia, Francia, centroeuro­pa con Rigola, maneras diferentes que han marcado el teatro catalán”.

Xavier Albertí, director del TNC, confiesa que fue en el Lliure donde obtuvo su “verdadera educación sentimenta­l como hombre de teatro”. “Fue el primer intento serio de teatro público desde la libertad, el rigor, en un momento en que una tradición reservada en lo popular entronca con el gran teatro europeo y da las herramient­as para construirl­o”.

Para la directora de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Helena Pimenta, hay un aspecto fundamenta­l en la trayectori­a del Lliure: “apostó por un espectador que en aquel entonces había que inventarse, un espectador que requería una iniciativa escénica con la que pudiera identifica­rse; que supiera apreciar aquel revulsivo ético y estético, y que lo hiciera suyo. Y lo consiguió”. “Además –concluye– su recorrido y sus propuestas han calado en los corazones y en las mentes de varias generacion­es de gentes de teatro . Yo estoy entre ellas y me siento agradecida”.

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