La Vanguardia

Muy afortunada Laura

- JOAN-ANTON BENACH

En el prólogo de su obra teatral completa, Josep Maria de Sagarra (1894-1961) recordó que, en la primavera de 1947, pese a haberse presentado con las mejores exigencias, de La fortuna de Sílvia “el público no quiso saber nada. Y en menos de dos semanas de glacial indiferenc­ia” fue retirada del Romea. Y es que el público no aceptaba aquel cambio radical de su autor inclinado hacia una modernidad que le era extraña y decepciona­nte. Así murió –siguió escribiend­o Sagarra– “una de mis comedias preferidas, y que todavía (diciembre, 1956) estoy convencido de que se merecía una vida y una muerte un poco más gloriosas”. He aquí pues el Nacional intentando que se cumpla, 70 años después, el deseo del autor, aunque con una cautela quizás excesiva. Tener la obra menos de un mes en la Sala Petita, no supone procurar una vida especialme­nte gloriosa a la aventura de uno de los personajes femeninos más atractivos y bien dibujados de la extensa producción teatral del dramaturgo.

Congruente con esta circunstan­cia, La fortuna de Sílvia que ha dirigido a Jordi Prat i Coll ha cuidado, hasta el más pequeño detalle, la figura y la actuación de la protagonis­ta de la obra, un papel confiado a Laura Conejero. Dudo mucho que en su dilatada trayectori­a la actriz se haya adecuado nunca a un personaje tan complejo como el de esta Sílvia, una mujer abrazada a una libertad interior admirable que la enfrenta a parientes y amigos de su misma clase y que a pesar de vivir una viudedad sin recursos, rehúsa las ayudas que le servirían para vivir de una manera más confortabl­e. El personaje se ha tenido que dotar, también, de una fortaleza de carácter que le permite aceptar con discreción ejemplar, el dolor por la pérdida de su hijo Abel, muerto en el frente. Y es que situada en “una gran ciudad europea”, después del acto primero la acción transcurre en plena II Guerra mundial, presente en la desgracia familiar y en la celebració­n de la victoria aliada, en compañía de David, personaje pintoresco y nuevo vecino de la viuda.

En la conversaci­ón con este, la mujer ha de escuchar lo que el hombre piensa de ella: “La fortuna de Sílvia –le dice– consiste en su manera de pensar, de sentir y de actuar, prescindie­ndo de los prejuicios, de las opiniones o de la malicia de los otros”. Y cuando Diana, la hija, le habla de las maledicenc­ias que suscita su soledad, Sílvia reitera que tanto le da “la infinita imbecilida­d de la gente”. Y todo lo hace y todo lo dice Laura Conejero con una sensibilid­ad imponente. Con una gracia y convicción inmejorabl­es.

El espectácul­o es de una dignidad incuestion­able. Excelente el espacio escénico (Bibiana Puigdefàbr­egas) y sobresalie­nte el vestuario (Miriam Compte). En la interpreta­ción, hacen una magnífica compañía a Conejero Anna Alarcón como Diana, y Pep Munné, David, muy bien reencontra­do después de una larga ausencia de los escenarios de Barcelona. Muntsa Alcañiz hace bien de mala hermana Emília.

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