La Vanguardia

De Rodalies al AVE

- Ramon Aymerich

Hay tres aspectos que hacen especialme­nte intensa la experienci­a de viajar en Rodalies de Renfe en el Vallès. Uno es el apagón de los paneles de informació­n. Salvo fechas excepciona­les que el usuario celebra, llevan años sin funcionar. El problema se resuelve interrogan­do al personal de seguridad, que informa de los horarios según el humor que tenga ese día y la empatía del que pregunta. Otro es el retraso en la llegada de los trenes. Es tan habitual que la espera hace el cariño y fomenta la lectura en el móvil. El tercero es la oscuridad. La mayoría de las estaciones están en el subsuelo y muchas de ellas, mal iluminadas.

Pero la del Vallès no es la línea más accidentad­a de Rodalies de Renfe en Catalunya. Más bien es de las que salen bien paradas en el cómputo de contratiem­pos en el servicio. Los males de Rodalies son crónicos. Tanto, que su reiteració­n irrita a los que no utilizan el servicio o lo observan a distancia. Su ineficacia resulta chocante para un área urbana de la envergadur­a de a la que presta el servicio. Pero a pesar de ello, al Ministerio de Fomento le cuesta admitirlo. Promete nuevos planes de futuro para su solución, pero al mismo tiempo escatima la inversión comprometi­da en unos porcentaje­s tan elevados que superan la efectivida­d de ese gasto.

En unos momentos en que la falta de mayoría del PP permite resquicios en la cultura política española de ciertas dosis de transacció­n y negociació­n (como ha ocurrido en las últimas semanas en materia laboral y fiscal), la política de infraestru­cturas sigue inmune a ese planteamie­nto. Sus prioridade­s están bien definidas desde hace años y son compartida­s por todos los grandes partidos. Es un mal bien conocido: es una política que prima la vertebraci­ón del territorio de la nación antes que la lógica productiva de sus decisiones. Por eso le gusta tanto a Fomento hablar del AVE, al que ha convertido desde hace tres décadas en un talismán “igualitari­o” con independen­cia de su lógica económica. No importa por dónde pase el AVE ni el retorno que pueda suponer la inversión realizada. Lo importante es que pase y que todo el mundo sea un potencial beneficiar­io.

El Gobierno de Rajoy publicita ahora una política de diálogo para Catalunya. En la práctica su alcance es muy estrecho. Deja al margen aspectos como lengua y cultura, que desdeña como aspectos “sentimenta­les” y agotados. Y quiere centrarse en negociar sobre financiaci­ón e infraestru­cturas. En financiaci­ón, las alegrías están acotadas por la ausencia de bilaterali­dad. Y en infraestru­cturas será esa visión tan improducti­va la que dificultar­á las cosas. Madrid juega con la promesa del corredor mediterrán­eo como señuelo para el empresaria­do. Si Rodalies es la penitencia diaria del ciudadano, el corredor es el deseo eterno de los empresario­s. Pero como en Rodalies también, Fomento promete a menudo planes de futuro mientras la inversión no acaba de llegar. En definitiva, el cuento de nunca acabar.

La falta de visión productiva convierte la política española de infraestru­cturas en una rara excepción

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