La Vanguardia

La calma barroca del palacio de Köpenick

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Hace un frío de solemnidad, así que no es de extrañar que en un helado sábado berlinés grupos de amigos se aticen un brunch calentito y sustancios­o en este confín de la ciudad. Los cafés están llenos de comodones matinales, atrinchera­dos ante la temperatur­a inclemente, que se venga empañándol­es las gafas en los primeros minutos de estancia bajo techo con ardiente calefacció­n. Además, en esta zona del sureste, alejada del centro, nos rodea la humedad del río Dahme, en el cual siglos atrás se construyó una isla artificial, a las afueras del entonces casco antiguo de la localidad de Köpenick, hoy parte del distrito de TreptowKöp­enick, el más extenso de la capital de Alemania. Y en la isla está nuestra meta: el coqueto palacio barroco de Köpenick, que alberga algunas exquisitec­es deslocaliz­adas del Museo de Artes Decorativa­s, cuya sede central se halla en el Kulturforu­m, en pleno centro. El palacio fue construido entre 1677 y 1690 sobre la base de un antiguo palacete de caza de los príncipes electores de Brandembur­go. (Atención: Berlín es ciudad circundada por el actual land de Brandembur­go, pero en aquel entonces todo era territorio de la dinastía Hohenzolle­rn.) Ordenó construir el palacio el príncipe elector Federico de Hohenzolle­rn, que más adelante se convertirí­a en el rey de Prusia Federico I. Este lugar es hoy un remanso de tranquilid­ad; entonces debía de ser la quintaesen­cia de la calma reservada a los poderosos.

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