La Vanguardia

Queremos tanto a Cuba

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El rey Juan Carlos se enteró de la muerte de Fidel Castro en Abu Dabi, donde se encontraba para presenciar la última carrera del campeonato de fórmula 1 en el circuito de Yas Marina. Su escapada de jubilado acabó y regresó a Madrid para viajar el martes a La Habana con el fin de asistir a los funerales por el líder de la revolución cubana. Tras pasar 12 horas en la isla, seis de ellas en la ceremonia fúnebre, Juan Carlos regresó a Madrid.

Entre las cosas que no hizo el rey Juan Carlos en sus 39 años de reinado fue realizar un viaje de Estado a Cuba, el país que mayor vinculació­n emocional e histórica tiene con España. Desde que se pusieron en marcha las cumbres iberoameri­canas, en 1991, Castro y Juan Carlos se vieron en ese foro al menos durante diez años seguidos, hasta que el cubano dejó de ir. En todas las ocasiones, Fidel hacía la misma pregunta: “¿Rey, cuando vendrás a Cuba?”, y siempre obtuvo la misma respuesta: “Fidel, eso no lo decido yo, es cosa de mi Gobierno”.

Desde 1975 hasta 1996, ni Adolfo Suárez ni Felipe González, que compartier­on con Fidel ron y Cohibas en las noches habaneras, autorizaro­n un viaje de Estado del rey Juan Carlos a Cuba aunque sí le hicieron ir a la Unión Soviética de Chernenko; a la Rumanía de Ceaucescu; por no hablar de las visitas a la Guinea Ecuatorial de Teodoro Obiang y al Zaire de Mobutu Sese Seko, todos unos personajes de dudosa moral y nula afición democrátic­a. Cuando José María Aznar llegó a la Moncloa, y con él sus vínculos con la oposición castrista de Miami, la cosa aún se puso peor y el Rey sólo pudo pisar la isla con motivo de la Cumbre Iberoameri­cana que se celebró en La Habana, en 1999. La Moncloa tuvo que ceder a los deseos del Rey, que no quería defraudar a los cubanos y se organizó, en el hotel Habana Libre, una recepción con españoles, aunque la gran mayoría de los que acudieron eran hijos, nietos y hasta bisnietos de españoles, o sea la mayoría de los cubanos. Aquello fue apoteósico, lloró todo el mundo y los asistentes se aferraban a los reyes Juan Carlos y Sofía como a un recuerdo de la niñez. Por eso, el rey Juan Carlos quería ir a Cuba en viaje de Estado, para dar respuesta a ese cariño y Fidel Castro se comprometi­ó, y así se lo hizo saber al rey Juan Carlos a través de intermedia­rios, a no utilizar políticame­nte la visita. Uno se ha ido al otro mundo y el otro ha dejado el trono sin que esa visita histórica se produjera. El martes, a las puertas del hotel Meliá Habana donde el rey pasó unas horas descansand­o entre el viaje de ida y el de vuelta, algunos cubano-españoles se acercaron para saludar a Juan Carlos pero ni él era ya el rey que fue.

VISITA A LA VISTA

La decisión de que el rey Juan Carlos representa­ra a España al funeral, homenaje, despedida, o como se le quiera llamar, a Fidel Castro, correspond­e al Gobierno de Mariano Rajoy pero no tuvo razones ni emocionale­s, ni históricas, ni tan siquiera políticas, claro. El objetivo fue contentar a las autoridade­s cubanas con una representa­ción al más alto nivel para mantener la posición de España como socio preferente. Lo que interesa ahora es proteger los intereses de las compañías españolas, sobre todo en el sector turístico y también en el de transporte marítimo, por si en algún momento cambian los aires y hay nuevas oportunida­des de negocio, no sea que después de años y años aguantando las empresas mixtas y las ganancias compartida­s, lleguen los franceses, canadiense­s e incluso los estadounid­enses y se queden con los negocios de verdad. Aunque no hay nada decidido, no sería extraño que, más pronto que tarde, Felipe VI realizara la primera visita de Estado de un rey español a Cuba.

INTERIOR Y EXTERIOR

Tras la formación del nuevo Gobierno, la política exterior ha vuelto a ponerse en marcha y el Rey ha vuelto a viajar. En estos últimos diez meses se ha puesto en relieve el papel constituci­onal del Rey en el proceso de formación de Gobierno. Los datos son de récord: dos convocator­ias electorale­s en seis meses; cinco rondas de consultas; una propuesta rechazada; dos investidur­as fallidas y otra, la definitiva, aprobada por el mismo líder que nueve meses antes escenificó en la Zarzuela un

pasapalabr­a. Rajoy rechazó la primera propuesta del Rey para someterse a la investidur­a y tuvo que fracasar Pedro Sánchez y él mismo, antes de llegar a la final. En todo ese proceso, Felipe VI ejerció, en apariencia, de escrupulos­o notario, pero su gestión de los tiempos fue básica para la resolución de la crisis política.

También entre las funciones constituci­onales del Rey está la de asumir “la más alta representa­ción del Estado español en las relaciones internacio­nales, especialme­nte con las naciones de su comunidad histórica”. Curiosamen­te en el ejercicio de esta prerrogati­va, el jefe del Estado no tiene ninguna capacidad de maniobra y mucho menos de decisión. La política exterior, sin embargo, debería ser, según los entendidos, una cuestión de Estado y no seguir nunca criterios partidista­s.

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ZIPI / EFE El rey Juan Carlos, el martes en La Habana, entre otros asistentes al homenaje a Fidel Castro

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