Muchas copas de más
Cuando en septiembre, una madre publicó en las redes sociales la foto de su hija intubada en un hospital a causa de un coma etílico, se despertó el debate sobre el derecho a la intimidad de la menor. La madre explicó que no pretendía otra cosa que sensibilizar a otros adolescentes que, como su hija, podían acabar sufriendo las peores consecuencias del botellón.
Aquella niña salvó la vida, como también la ha salvado la menor de 13 años que hace unos días llegó a tiempo al hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid). Fue gracias a que los amigos reaccionaron y pidieron auxilio a una conductora que pudo llevarla a urgencias a toda velocidad. No fue así con Laura P., de 12 años, que murió el 1 de noviembre en la misma comunidad. En aquella ocasión la pequeña quedó tendida en el suelo durante 40 minutos. Cuando los amigos se asustaron de verdad y la metieron en un carrito de la compra para llevarla a un centro sanitario, era tarde.
Sensibilizar y prohibir son los dos grandes retos sobre los que la ministra de Sanidad ha hablado esta semana. Ponerse duros con este asunto es la única manera de frenar el problema del botellón. Que los propios chavales que han pasado por una mala experiencia contribuyan a abrir los ojos a sus compañeros no es ninguna tontería, como no lo sería que las escuelas se esforzaran en informar de una forma efectiva y adecuada a la edad. Y, sobre todo, habría que castigar, como por fin parece que hará la nueva ley, a los bazares en los que venden a niños botellas de vodka y de ginebra como si fueran piruletas. No es fácil sensibilizar a los chavales en una sociedad en la que el consumo de alcohol no está mal visto socialmente. Y no será fácil que los adolescentes entiendan los riesgos del exceso cuando tantos adultos no han aprendido a discernir cuándo están bebiendo demasiado. Si les pasa a los padres, no es raro que les ocurra a los hijos.