La Vanguardia

ENEMIGOS PÚBLICOS

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1934 estaba llamado a ser un año de agitación y España era una bomba de relojería. Los primeros tambores de guerra resonaban dos años antes de la Guerra Civil, con la breve revolución de Asturias, sofocada a sangre y fuego por un implacable general llamado Francisco Franco, y la proclamaci­ón del aun más efímero Estat Català, nervioso intento de Companys que llevó a declarar el estado de guerra en Catalunya.

Pero al otro lado de los Pirineos no faltaban sustos: Francia comenzó el año con un buen agujero en sus arcas públicas producto de la habilidosa estafa urdida por Alexandre Stavisky, un personaje de novela. Estafador profesiona­l desde su juventud (le robaba a su padre, cirujano dental, las prótesis para revenderla­s), Stavisky hizo del engaño financiero una de las bellas artes. Su obra más espectacul­ar fue la emisión de falsos bonos públicos de la ciudad de Bayona, que se remuneraba­n mediante las aportacion­es de los nuevos inversores, hasta que la cadena resultó insostenib­le. Stavisky contaba con el apoyo de multitud de políticos, incluido ministros, que le habían protegido en su fulgurante carrera, que incluyó el matrimonio con La Bella Arlette, maniquí de Chanel. Pero el affaire de Bayona fue demasiado para su suerte y el 8 de enero se suicidaba en la glamurosa Chamonix, aunque siempre quedó la sombra de que fue un asesinato. Ser delincuent­e entonces era un pasaporte a la fama con tintes de Robin Hood. En Estados Unidos copaba las portadas John Dillinger, el artista de los robos a bancos. Tanto traía de cabeza a la policía que decidieron ponerle precio a la suya: se emitió un “Wanted” que la valoraba en 10.000 dólares de entonces, un goloso incentivo para la delación. Era la misma cifra que él se había llevado en su primer robo de un banco, en Ohio, un año antes. Luego vendrían muchos más en connivenci­a con su banda. Dillinger fue uno de los primeros hombres en probar los beneficios de la cirugía estética, aunque ésta no iba a ser la solución a sus problemas. Fue traicionad­o por la madame de una casa de citas de Indiana, con una de cuyas chicas el criminal tenía relaciones. Los tres acudieron a un cine a ver una película de lo más premonitor­io: El enemigo público

n.º 1, con Clark Gable interpreta­ndo a un gángster que a Dillinger le debía resultar familiar. La policía le esperaba a la salida y le tiroteó sin compasión. Un final de cine.

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Los proclamado­res del Estat Català, en prisión
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La vida del enemigo público n.º 1 fue debidament­e tasada
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