Mujer mujer
Las teorías del secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, sobre la feminización de la política sorprenden por partida doble. Para empezar, porque, visto lo visto, no practica lo que predica. El hiperliderazgo que ejerce en Podemos, con una estructura claramente vertical, la aspereza de sus intervenciones en el Congreso o la escasa presencia femenina en puestos de mando internos, contrastan con sus reivindicaciones. No es de extrañar, pues, que dentro del partido hayan emergido corrientes críticas lideradas por mujeres exigiendo otra forma de distribuir el poder. La más visible ha sido la de la portavoz de Ahora Madrid, Rita Maestre, que disputó el control de la organización madrileña al candidato pablista, Ramón Espinar.
Luego está su definición de “feminizar la política”. Veamos: “Feminizar es una red de apoyo”, “feminizar es construir comunidad”, “eso que tradicionalmente conocemos porque hemos tenido madres, que significa cuidar”. En definitiva, Iglesias atribuye un cierto esencialismo a lo que significa ser mujer. Ellas presentan unas características intrínsecas, que son básicamente las de la atención al otro. ¿No será que están moldeadas por el papel social que les ha tocado vivir?
Iglesias parece obviar esta pregunta y va más allá. La mujer que no se comporta bajo determinados parámetros al llegar al poder se transmuta en hombre, dando lugar a una nueva categorización: la mujer hombre y la mujer mujer. “De nada sirve poner como portavoces a mujeres si éstas no están feminizadas, varones que son mujeres”. ¿Esto no lo decía José María Aznar?