Una exposición recuerda a la cantante, que ganó fama con sus actuaciones en el Jamboree en los sesenta.
La cantante encara la última frase de la canción: “Each day is Valentine’s day” (Cada día es el día de San Valentín). Y al acabar, Gloria llora. Siempre lo hace cuando interpreta My funny Valentine. ¿Por qué llora Gloria? El pianista no lo adivina, no lo supo nunca. Tal vez un recuerdo. Quién sabe. Pero seguro que hubo muchas más lágrimas, y amargas, en la vida de Gloria Stewart, la musa del Jamboree en el año 1962; la mujer cuya carrera quedó truncada en España cuando la involucraron en un episodio sangriento, el bautizado como el crimen de los existencialistas, aunque no tuvo nada que ver en él. Ahora, una exposición fotográfica recuerda a la artista, fallecida en 1974 en Ibiza.
Es 1962 y el puerto huele a la Sexta Flota, que provee de trabajo a las prostitutas del Barrio Chino, de dólares a los propietarios de los bares y de discos a los amantes del jazz. Es 1962, y Barcelona es otra Barcelona.
La aportación de los muchachos estadounidenses en la llegada de nuevos gustos musicales no se puede desdeñar. No solo bajaban a desfogarse de sus meses en el mar por los alrededores de la Rambla, también traían canciones en su mente y los nombres de los cantantes bajo el brazo. El jazz gustó en la ciudad que no es la de ahora, y un putiferio en un sótano de la plaza Reial, el Brindis, se transformó en una cava de jazz, el Jamboree, que ha subsistido de aquella Barcelona a esta. Es 1962. El local tiene un grupo estable, además de los artistas que desfilan por su escenario. Su cantante es Gloria Stewart. Tal vez no fuera una de las grandes del jazz, pero era un icono. La gente iba a verla, y si se habla con los entonces asiduos, uno se da cuenta que no siempre era por la música, sino por si un sueño utópico se convertía en un amor posible. El público amaba a Gloria.
Pero en ese 1962, la carrera de Gloria Stewart en España quedó abruptamente arruinada cuando la implicaron con la banda que perpetró el llamado crimen de los existencialistas, y que más que así debería haberse llamado el de los surrealistas por las circunstancias que rodearon a este episodio, que se aclaró gracias a un sifón en el maletero de un coche. Gloria fue ajena al suceso, pero uno de los acusados le pidió un favor, que recuperara un depósito dejado por una bombona de butano. Y eso le costó la expulsión de España. Un sifón y una bombona, elementos de un asesinato trufado de disparates.
Es 1962 y en Barcelona viven muy pocos negros, tal vez alguno proveniente de las antiguas colonias, y eso hace añade más atractivo a Gloria Stewart. Su color llamaba tanto la atención que una vez en Sitges una señora se cayó de una bicicleta por irla mirando, rememoraba su hijo Harold al periodista Xavier Therós.
Quien quiera puede hoy conocer cómo era Gloria Stewart. Una exposición de fotografía en la Fundació Setba (acrónimo de los siete balcones de la sede de la entidad que dan a la plaza Reial) muestra el trabajo de César Malet y recupera la memoria de ese Jamboree. Son once piezas en las cuales se le puede ver cantando e incluso posando desnuda, algo que debía ser auténticamente rompedor para esa época.
Gloria llamaba la atención. Pere Ferrer era el pianista de todas las noches en el Jamboree primigenio y evoca que era muy simpática, agradable, muy elegante, aunque piensa que se la ha mitificado debido a su desgracia, opinión compartida por otros expertos. Su repertorio, explica Ferrer, se fundamentaba en standars del jazz, como ese My funny Valentine que la hacía llorar. ¿Qué recuerda Pere Ferrer de aquel Jamboree? “Mucho humo. Y muchas
Gloria Stewart fue la musa del local a principios de década de los sesenta: el público la amaba
peleas.Teníamos un conserje que era como un armario y día sí, día no, tenía que ir a comisaría por algún altercado. No había noche que no hubiera hostias”.
Es 1962, el año en que el mundo aguantó la respiración por la crisis de los misiles, en que el país lloró por las riadas del Vallès y en que apareció un boxeador que marcó una época: Cassius Clay. Y el sábado 17 de noviembre se produjo el hecho que cambió la vida de Gloria Stewart. Un joven llamado José Antonio se dirigió a una fábrica de lámparas ubicada en la calle Aragó. Quería comprarse una y le habían dicho que allí podía conseguirla a mejor precio. Al llegar encontró la puerta entreabierta y al traspasarla se encontró con el cadáver del propietario en medio de un charco de sangre. Los primeros pasos de