Dios en la era Trump
Estamos desconcertados. No logramos interpretar mil aspectos de la vida moderna. Ocurre en muchos campos, pero me centraré en los grandes acontecimientos políticos. Desde un tiempo a esta parte parece que todo se resuelve al revés de lo previsible según nuestros cánones: Brexit, paz en Colombia, elección de Trump. Y no digamos todo cuanto representa el yihadismo reviviendo guerras de religión que pensábamos haber dejado muchos siglos atrás. Jóvenes formados en Occidente se radicalizan y se convierten en terroristas suicidas. La democracia parece haber perdido atractivo y no genera ilusión, de forma que los populismos y la demagogia se enseñorean de la sociedad. Da la impresión que el sobre de votación electoral es el único reducto en que el hombre de hoy escapa al control del “gran hermano” y por ello vierte allí sus quejas, frustraciones y rechazos. No hay respuestas a los porqués, ni un horizonte mínimamente claro. Estamos desnortados. Más aún, desarmados.
Tras la caída del bloque comunista Fukuyama lanzó la teoría del fin de la historia. El capitalismo y la democracia habían triunfado y ya no había adversario. Es poco comprensible que tal teoría lograra tanto impacto y aceptación porque implicaba desconocer que todos los imperios caen más pronto o más tarde y que también se desvanecen las épocas de supuestas bonanzas como las de la Pax Romana o la Pax Britannica.
Vino luego Huntington con el choque de las civilizaciones. Tampoco encaja todo, aunque han aflorado con fuerza la china o la musulmana. Hay mucha guerra dentro de nuestras propias civilizaciones, muchos enfrentamientos en temas clave, mientras otras civilizaciones no son per se generadoras de conflictos.
En los últimos tiempos se ha acuñado el concepto de la posverdad, que hasta el Oxford Diccionary ha recogido. Significa que al hombre moderno ha dejado de interesarle la verdad como valor absoluto, priorizando sus emociones o sus visiones personales sin importarle que sus conceptos coincidan con la realidad. Ello se ha puesto en el candelero de forma especial con la elección de Donald Trump y algunas de sus afirmaciones y amenazas.
Ante tanta incertidumbre, tanto desconcierto, ¿cuál es la posición de un creyente, de un cristiano? El cristiano contempla los acontecimientos, los que sean, con una sana, ¡santa!, indiferencia, sabedor que nada pasa que Dios no permita. Y que al final es para bien. A otros les angustia, pero no es el apocalipsis, ni algo estremecedor. Es interesante lo que dice Hans Christian Andersen, el gran maestro de los escritores de cuentos, en su autobiografía El cuento de mi vida: “La historia de mi vida le dará al mundo lo que ella me dice: existe un Dios amoroso que conduce todo a mejor fin”.
El creyente reconoce que los designios de Dios son inescrutables y que dirigen a buen fin, aunque no entienda cómo y le cueste aceptarlo en cada caso concreto. Sabe que Dios es el Señor de la Historia. De la grande y de las pequeñas historias. Él la dirige y sabe qué frutos se van a derivar de tal o cual hecho, incluidos los asuntos que consideramos negativos. Líneas de acción con un contenido y un objetivo anticristiano en su origen, con el tiempo han sido para bien. Nada escapa a los designios de Dios. Por ello el cristiano se abandona en su Providencia. “Para el que cree en Dios, todo es para bien”, escribió San Pablo. No excluye que haya cosas malas en sí mismas ni significa que todo sea bueno, sino que es para bien.
Dios interviene en la historia pero respetando la autonomía de la Creación y de sus leyes, así como la libertad de los hombres. No mueve a las personas como un actor a las marionetas. Mueve seres humanos libres dándoles vida desde dentro. Los gobernantes son instrumentos de Dios aunque ellos no lo sepan, no lo quieran reconocer o incluso quieran actuar en contra de Dios. También Trump será de forma activa o pasiva instrumento de Dios. Él se declara cristiano, al igual que su vicepresidente Mike Pence, aunque algunas de las medidas que han propuesto en la campaña electoral están muy lejos de la caridad cristiana con las personas. Claro que también lo estaban las de su ya descartada adversaria, la demócrata Hillary Clinton, militante de la ideología de género y promotora del aborto hasta el día del parto.
El nuevo presidente se declara cristiano como su vicepresidente Pence, aunque algunas de sus propuestas están muy lejos de la caridad cristiana