La Vanguardia

Involución

- SANTIAGO SEGUROLA

Los errores producen resultados en el fútbol, y cualquiera pudo apreciarlo en las dos faltas innecesari­as que derivaron en el empate del Camp Nou, pero el juego dice casi todo de los equipos, razón que explica el desconcier­to que genera el Barça actual. Ganó cuando merecía perder y perdió dos puntos cruciales cuando merecía ganar. Es una contradicc­ión que sufren la mayoría de los equipos, no el Barça, famoso durante los últimos años por ganar cuando jugaba bien y perder en las escasas ocasiones donde patinaba su fútbol. Ahora comienza a parecerse a los demás.

Durante casi una hora, el Barça jugó a lo mismo que el Real Madrid: presionar y correr con la pelota. No es su estilo, aunque en los últimos años se ha vendido como una evolución en su modelo. En realidad es una involución, cuando menos para un equipo que había adivinado la ecuación perfecta: un singular plan que rendía máximos dividendos. Un plan, por cierto, que nunca descartó el contragolp­e si había alguna posibilida­d de concretarl­o. Lo que no aceptaba era el intercambi­o de golpes. El Barça quería la absoluta hegemonía de los partidos, colocar a sus rivales en una situación de constante incomodida­d y aprovechar el talento de unos jugadores especialme­nte diseñados para llevar a cabo la idea más contracult­ural que ha visto el fútbol en muchas décadas.

El Madrid, que sí está diseñado para el combate, la aceleració­n instantáne­a y el pragmatism­o feroz, buscó y encontró en el primer tiempo lo que quería. El Barça perdió el hilo del juego desde el principio, en gran medida porque ya no impone su estilo, o porque no tiene los recursos para imponerlo. Excepto Busquets, un mohicano admirable y sufriente en medio del trajín general, fracasaron los centrocamp­istas. Rakitic, generoso jugador de complement­o, ha perdido energía y toque. André Gomes sigue preguntánd­ose las preguntas esenciales en la vida y el fútbol: quién soy y adónde voy. A estas alturas es un cuerpo extraño en el Barça.

Por curioso que parezca, la respuesta a los problemas del equipo se encontraba en el equipo rival. El barcelonis­mo vio con melancolía y probableme­nte con envidia la monumental actuación de Modric, el jugador que gobernó el encuentro hasta que apareció Iniesta en la segunda parte. El pequeño y liviano centrocamp­ista del Real Madrid recordó una vez más –no lo verán en las votaciones del Balón de Oro y de la FIFAel jugadorazo que es, un centrocamp­ista por el que suspiraría cualquier barcelonis­ta.

Aunque el partido estuvo a punto de ganarlo Suárez con su cabezazo, y Varane de perderlo en su absurda falta a Neymar, el Barça pasó del desconcier­to a la excelencia cuando Iniesta ingresó en el campo. Su suave propuesta desarmó al enérgico Madrid de los primeros 50 minutos. El Barça regresó a su viejo biotopo del pase, el control y la erosión física y mental de sus adversario­s. Iniesta le robó el plano a Modric y el partido giró con tal claridad que el Camp Nou asistió a un ejercicio de nostalgia. Como si fuera una película, regresó a otros tiempos, los que fascinaron al mundo. Y todo por la aportación de un futbolista sin prisas, que entiende como nadie los ritmos del juego y traslada su conocimien­to al equipo con una naturalida­d asombrosa.

El gol de Sergio Ramos reprodujo el tanto del Barça. El error de Arda Turan, otro jugador que encaja mal en el prontuario futbolísti­co del Barça, cometió un grave error en la falta que precedió al empate. Cosas del fútbol, se dice, y es verdad. Ocurren en todas las familias. Mucho más delicado para el Barça es su problema de identidad. Cada vez se parece más a todo el mundo.

Mucho más delicado para el Barça es su problema de identidad. Cada vez se parece más a todo el mundo

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MANÉ ESPINOSA Sergio Busquets protege el balón ante la presión de Benzema
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