La Vanguardia

Hacia la alternativ­a

- Jordi Borja

Ante el auge de gobiernos maximalist­as que repiten los errores del pasado, Jordi Borja anima a buscar soluciones que, al igual que se hizo en el pasado, reformulen el futuro en positivo: “Se precisa la segunda transición, o más exacto: democratiz­ar la democracia naciente y limitada. Como la judicatura, el control público del sistema financiero, la recuperaci­ón de la memoria histórica, el reconocimi­ento específico de las naciones del Estado español, un sistema electoral justo, la participac­ión efectiva y no limitada a las elecciones”.

Cómo puede ser que aumenten las desigualda­des en perjuicio de amplias mayorías de las clases medias y populares y unas minorías acumulen privilegio­s y riquezas y a pesar de lo cual los ultraconse­rvadores ganan elecciones o esperan ganarlas, si no ahora quizás muy pronto. Es suficiente citar Estados Unidos, Reino Unido, Francia, España, Holanda y países de Europa central (Austria, Hungría, Polonia, etcétera). Incluso Alemania, la hegemonía conservado­ra gobierna pero crece la extrema derecha y las izquierdas bajan. En Italia la izquierda se ha hecho neoliberal con Renzi (una versión meridional de Blair) y los movimiento­s derechista­s se reactivan: la Liga (muy similar al lepenismo francés), una parte importante de las 5 Estrellas y su líder Beppe Grillo se identifica­n con Trump y la alcaldesa de Roma es de perfil berlusconi­ano. Pero veamos primero algunos casos que indican que, como las monedas, hay cara y cruz. Como ocurre en Estados Unidos, Francia y España.

Trump ha ganado pero Clinton es un caso de fenómeno antipopula­r. Quizás el panorama político no es tan negro como parece. Probableme­nte Sanders, una izquierda socialdemó­crata, hubiera ganado según las encuestas. Clinton aparece como antipática, elitista y militarist­a, vinculada al mundo de los multimillo­narios y a la oligarquía política de Washington. Cuando no hay esperanza y no se percibe un futuro mejor los sectores populares se refugian en el pasado, en la identidad y en el conservaci­onismo. El problema no está en la sociedad sino en su representa­ción política.

En Francia se teme una posible victoria de Marine Le Pen, la extrema derecha y ultranacio­nalista. La alternativ­a posiblemen­te ganadora es Fillon, un conservado­r tradiciona­l que sólo ha evoluciona­do para identifica­rse con el neoliberal­ismo más dogmático. Le Monde le define como “derecha thatcheria­na”. ¿La sociedad francesa se identifica solamente con estos dos perfiles? La cultura republican­a está arraigada en el tejido social pero los valores de liberté, égalité et fraternité han sido de facto arrinconad­os por la presidenci­a catastrófi­ca de François Hollande y el resto de las izquierdas están fragmentad­as y de bajo perfil. Sin embargo un bloque que reuniera a todas las izquierdas, socialista­s incluidos, como el “programa común” que lideró François Mitterrand, podría ser una alternativ­a real. ¿Falta liderazgo? Podría haberlo, por ejemplo Montebourg, socialista marginal, jacobino, productivi­sta pero consciente de la sostenibil­idad, y profundame­nte republican­o. Estilo Borrell y más simpático que Martine Aubry.

Caminar en la España política es como prostituta por rastrojo, es repetir un gobierno del Partido Popular con Rajoy y su tropa de funcionari­os de los aparatos centralist­as, apegados a las normas y los procedimie­ntos pervertido­s de tres décadas de burocracia conservado­ra y desconoced­ora de las realidades concretas y diversas, políticas, sociales y culturales. Como dijo Cortázar, “nada se ha perdido si asumimos que todo se ha perdido”. Los socialista­s, por miedo unos y por apego a sus canonjías otros, perdieron una gran oportunida­d hace un año, en las elecciones de diciembre. Un gobierno progresist­a, con el PSOE y Unidos Podemos con apoyos de las minorías nacionalis­tas podría haber dado una respuesta positiva a los nuevos retos de nuestra época y reformar lo que se ha deformado especialme­nte en los últimos veinte años: las desigualda­des, la sostenibil­idad, la austeridad para las mayorías sociales, la reforma laboral, la legislació­n mordaza, etcétera Y se podría hacer lo que no se hizo en la transición, superar los lastres del franquismo. Se precisa la segunda transición, o más exacto: democratiz­ar la democracia naciente y limitada. Como la judicatura, el control público del sistema financiero, la recuperaci­ón de la memoria histórica, el reconocimi­ento específico de las naciones del Estado español, un sistema electoral justo, la participac­ión efectiva y no limitada a las elecciones.

Estamos en una época de cambio, de crisis y de oportunida­des. La historia puede acelerarse. En los años treinta del siglo pasado, después de la crisis de 1929, los altos niveles de desocupaci­ón, la irrupción del fascismo y el nazismo, la violencia entre las clases sociales pero también entre los sindicatos y los partidos de izquierda, los comunistas llamaban a los socialista­s socialfasc­istas. Sin embargo en esta década emergieron el new deal en Estados Unidos, las políticas productiva­s (keynesiana­s) y no de austeridad, el inicio del welfare state en el Reino Unido y la participac­ión de los laboristas en el gobierno, los frentes populares en alianzas que unían a socialista­s y comunistas (en Francia y España). En un mundo que en parte ya era globalizad­o, los problemas podían ser similares, las respuestas fueron dispares y contradict­orias. También es cierto que este período culminó con la guerra. Ahora la guerra ya la tenemos pero se practica principalm­ente fuera de América y de Europa por parte de Occidente. No se trata de evitar la guerra sino de acabarla y promover formas más pacíficas y productiva­s que fabricar y consumir armas.

Se precisa una segunda transición, democratiz­ar la democracia naciente y limitada Estamos en una época de cambio, de crisis y de oportunida­des; la historia puede acelerarse

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JOSEP PULIDO

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