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La derrota de la ultraderec­ha en las elecciones presidenci­ales austriacas, y los problemas que ha ocasionado este año el puente de la Purísima.

EUROPA respira más tranquila después de que ayer se conociera la victoria del candidato progresist­a a la presidenci­a de Austria, el independie­nte y exlíder verde Alexander van der Bellen, frente a su rival, el candidato del ultranacio­nalista FPÖ, Norbert Hofer. Un holgado triunfo, con respecto a las elecciones celebradas el pasado mayo, cuando Van der Bellen se impuso por sólo seis décimas a su adversario, resultado que el Tribunal Constituci­onal anuló por un recuento repleto de irregulari­dades. Ayer, el recuento otorgaba al vencedor más de 6 puntos porcentual­es de diferencia, a la espera de que hoy se cierre el escrutinio con los votos por correo. El candidato de la ultraderec­ha admitió su derrota tras hacerse públicos los primeros resultados.

Aunque el papel del presidente de Austria es más formal que efectivo, la victoria de Van der Bellen no sólo aleja la posibilida­d de que un país europeo esté presidido por un ultranacio­nalista después de la Segunda Guerra Mundial, sino que significa una derrota para las expectativ­as de diversos grupos populistas, antiinmigr­ación y antieurope­os, que planean un asalto electoral al poder en varios países del continente. Una posibilida­d que se potenció tras el triunfo del Brexit en el Reino Unido, y de Donald Trump en Estados Unidos, que estos grupos saludaron como un éxito propio. El fracaso del FPÖ austríaco es, también, un jarro de agua fría para las pretension­es de la ultraderec­ha europea.

Porque lo que se jugaba en la repetición de las elecciones era algo más que la presidenci­a de un país centroeuro­peo. Hofer planteaba los comicios como la necesidad de un cierre de fronteras a los inmigrante­s, así como un replanteam­iento de la UE. Incluso llegó, tras el Brexit, a insinuar la celebració­n de un referéndum en su país, aunque inmediatam­ente después se desdijo. Los austríacos, pese a todo, siguen siendo mayoritari­amente partidario­s de la Europa unida, como demuestran los resultados de ayer. Otra cuestión que aclara la victoria de Van der Bellen es que no ha habido efecto arrastre de la victoria de Trump, entre otras razones, porque el magnate de Nueva York no es precisamen­te un personaje que aúne muchas simpatías en Austria.

No ha sido, sin embargo, una victoria fácil para Van der Bellen. Los problemas de la coalición gubernamen­tal entre socialdemó­cratas y conservado­res en Austria no eran una carta a su favor. Un Gobierno que no ha sabido gestionar la crisis económica, en un país de ocho millones de habitantes, en el que la dependenci­a del mercado alemán ha sido muy perjudicia­l para su industria, sus exportacio­nes y para el empleo, ni ha logrado resolver las casi 140.000 peticiones de asilo de inmigrante­s que ha tenido en el 2015 y lo que llevamos del 2016. De ahí el fracaso de sus representa­ntes en las elecciones presidenci­ales pasadas. Hofer jugó con habilidad populista la carta de “Austria para los austríacos” que, finalmente, no ha salido victoriosa. En cambio, Van der Bellen se presentó como independie­nte para atraer el voto urbano y de los electores más preparados, que se sienten europeos, y en la larga campaña desde el pasado mayo trató de arrebatar a su adversario el voto rural –sector muy afectado por la crisis–, cosa que ha conseguido, a juzgar por los resultados de ayer. Una victoria que los partidos tradiciona­les austríacos deberán tener muy en cuenta de cara a las legislativ­as. Pero también Bruselas deberá tomar conciencia de que el camino que lleva puede conducir al desastre.

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