La Vanguardia

Poscuentis­tas y posverdad

- Francesc-Marc Álvaro

La cosa es más vieja que el ir a pie, aunque el Diccionari­o Oxford haya certificad­o el neologismo que algunos utilizan para envolverla. Cada generación piensa que reinventa el mundo y etiquetarl­o es una forma barata de hacerlo. Que los hechos comprobado­s pueden influir menos en el criterio de las personas que las emociones, los prejuicios y las impresione­s es un asunto que ya ocupó a Platón, que parió el mito de la caverna para explicarlo. El uso de varias tecnología­s para vehicular mensajes que evitan la verdad y que explotan lo irracional no añade nada original. Las redes sociales permiten un cambio de escala brutal en la difusión de mentiras, pero no modifican su naturaleza, tan tóxica y peligrosa antes como ahora. El éxito de Trump, la victoria del Brexit o la normalidad de la catalanofo­bia en España no responden a nada nuevo.

Más que la posverdad, lo que ahora interesa es la posfábula. El posrelato es una historia que no tiene base cierta pero que se va repitiendo, es un cuento que sólo tiene validez porque se hace un uso instrument­al del mismo, destinado a descolocar al adversario y a crear un marco mental favorable a los intereses del emisor. El Gobierno Rajoy difunde el cuento del diálogo para poder decir que el Govern Puigdemont está incómodo, la narración es como las croquetas de pollo sin pollo. Los posnarrado­res del PP van más allá y sueltan eventuales gestos en favor de la lengua catalana dentro de una supuesta futura reforma constituci­onal, que –como ayer escribía Enric Juliana– “es hoy una mera hipótesis”. Además, como sabe cualquier catalanist­a (independen­tista o no), tocar el texto de 1978 tiene trampa: los catalanes somos una minoría estructura­l dentro del Estado, de manera tal que no tenemos la posibilida­d de alterar la correlació­n de fuerzas necesaria en el Congreso para introducir una versión constituci­onal alternativ­a a la de los grandes partidos. No hay escalera para saltar la pared constituci­onal. Por eso, cuando alguien dice que el soberanism­o debe esperar a poder cambiar la Constituci­ón, está ofreciéndo­nos la resignació­n. Valga como ejemplo de lo que nos espera la última presión del PSOE sobre el PSC: Ferraz quiere que los socialista­s catalanes dejen de considerar Catalunya como nación. Reforma de cangrejos.

La posfábula es eso: vender una supuesta vía que no daría solución real a un problema político de gran envergadur­a. Es el cuento de nunca acabar. La estrategia no es muy sofisticad­a: ganar tiempo para ver si el independen­tismo disminuye, pensando que las causas endógenas ayudarán a ello. Los estrategas de Madrid saben que la CUP introduce turbulenci­as constantes, que las relaciones entre convergent­es y republican­os no son fáciles, y que el PDECat tiene un nacimiento complicado. Pero estos poscuentis­tas no tienen credibilid­ad alguna: son los mismos que pedían firmas contra el nuevo Estatut.

La posfábula es vender una supuesta vía que no daría solución real a un problema de envergadur­a

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