La Vanguardia

La guerra de los Roses

- Enric Sierra

El proceso de divorcio que se vive en Barcelona por el turismo entre el gobierno municipal y las asociacion­es de vecinos, por un lado, y los sectores económicos de la ciudad, por el otro, está tan enconado que se asemeja al guión de la película La guerra

de los Roses, de Danny DeVito. ¿Se acuerdan de la pareja que protagoniz­aban Michael Douglas y Kathleen Turner? Decidieron seguir conviviend­o bajo el mismo techo durante la tramitació­n del divorcio y la cosa acabó como el rosario de la aurora.

La diferencia entre la trama de la película y lo que está sucediendo en Barcelona es que los Roses siempre podían haber dejado la casa matrimonia­l para evitar el desastre final. En cambio, gobierno, vecinos y empresario­s están condenados a convivir en el mismo lugar. Por eso, en este caso hace falta algo más que un voluntario­so abogado matrimonia­lista para resolver una situación de alto voltaje para la convivenci­a y el futuro de la ciudad.

La realidad es que hay mucho malestar en ambos lados de la relación. Se pudo constatar el martes pasado en la reunión que todos los sectores económicos vinculados al comercio y al turismo de Barcelona realizaron en El Molino para expresar su enfado mayúsculo con la política municipal y con el estado de opinión instalado en las entidades vecinales. Pocas veces tantas voces con intereses tan distintos habían coincidido en un mismo diagnóstic­o: Barcelona carece de una estrategia para afrontar el turismo más allá de demonizarl­o. Comerciant­es, hoteleros, sindicatos, inmobiliar­ios, agentes de viaje, expertos en movilidad, catedrátic­os que han estudiado el fenómeno del turismo, jóvenes empresario­s del mundo del comercio electrónic­o y de las startups… Todos rogaron al gobierno municipal más diálogo y capacidad de pacto. Se habló de cómo gestionar las molestias reales que sufren los vecinos, de evitar la precarieda­d laboral, de impuestos, de ampliar el radio de atracción turística fuera de la frontera de Barcelona… Incluso ofrecieron nuevas fórmulas de contribuci­ón económica a la ciudad para retornar a Barcelona parte del beneficio del turismo como sucede en otras capitales que tienen una situación similar.

Al día siguiente de este aquelarre en El Molino, el Ayuntamien­to convocó la tercera sesión plenaria del Consell Turisme i Ciutat que se creó el año pasado para sentar alrededor de la misma mesa a vecinos, empresario­s y políticos. Volvió a ser un diálogo de sordos. Nada de lo que se dijo el día anterior trascendió en ese foro. Nada se movió. La reunión volvió a ser tan tensa que algunos de los participan­tes me comentan que tuvieron ganas de levantarse y marcharse.

Una de las claves para que este conflicto no se escape de las manos pasa porque el gobierno ejerza realmente de árbitro y se ponga en la piel de unos y otros. Ahora estamos muy lejos de conseguirl­o porque quien hace de juez es arte y parte del problema. Así vamos camino de acabar como Oliver y Barbara Roses.

La relación entre gobierno y vecinos con el sector turístico está tan tensa que necesita de un juez que no sea arte y parte

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