La Vanguardia

El jazz familiar

- Albert Mallofré

Superada la avidez por la innovación, que se desató entre la juventud en los trepidante­s años veinte del pasado siglo, la afición por el jazz como una de las más atractivas formas de expresión personal se estructuró de forma asociativa en los años treinta. Quiero decir que se fundaron numerosos clubs y asociacion­es para reunir a las personas que profesaban la devoción por aquella nueva música. Y no sólo entidades asociativa­s sino que se multiplica­ron las exhibicion­es en forma de conciertos en vivo y audiciones pasivas de discos en aquellos gramófonos de una trompa monumental. En Barcelona, entre 1946 y 1950, el jazz arraigó y reclutó muchos aficionado­s alrededor del Hot Club, y a partir de 1961 ya se consolidó de forma estable y permanente.

El Hot Club Barcelona organizó conciertos importante­s, reuniones, conferenci­as, audiciones de novedades fonográfic­as, etcétera, incluyendo el Festival Internacio­nal de Jazz auspiciado por el Ayuntamien­to de Barcelona a través de la oficina de promoción dinámica que dirigía Esteban Bassols. Al mismo tiempo, el arquitecto Gili, colecciona­dor de modelos de locomotora­s, reunía en su despacho a amigos y vecinos para escuchar los discos de jazz recién llegados. Aquellas reuniones en los dominios del arquitecto Gili fueron divulgadas con entusiasmo por sus hijos, que llevaron su afición a fundar una orquesta amateur.

La orquesta, por respeto a su progenitor, se llamó La Locomotora Negra y se lanzó a la ejecución de un ambicioso programa musical. Digo que ambicioso porque las formacione­s instrument­ales parecidas, que abundan por Europa, formadas por elementos aficionado­s que son profesiona­les de proa en otras esferas, se ciñen en su repertorio a piezas sencillas de estilo dixieland y, en cambio, La Locomotora Negra aborda un repertorio muy exigente, de temática

ellingtoni­ana para empezar. En este empeño, a La Locomotora Negra, se le disculparí­a cualquier desliz estético pero es que no sólo se atreve sino que lo ejecuta con admirable precisión. Y cada vez que les escuchamos nos sorprende más.

Ahora, la Locomotora Negra ha querido dedicarme una flor. Sólo puedo agradecérs­elo. Y se lo agradezco doblemente por una razón elemental: porque “no calia”, como decimos en catalán. Por todo esto, a todos, muchas gracias.

La Locomotora Negra aborda un repertorio muy exigente, y cada vez nos sorprende más

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