La Vanguardia

“Oraba, Dios me enviaba una gaviota y me bebía su sangre”

Tengo 39 años. He sido pescador en alta mar. Soy salvadoreñ­o. Estoy casado con María Esperanza y tenemos dos hijos, Fátima (15) y Sergio Damián (6 meses). ¿Política? ¡Que nadie tenga que emigrar por necesidad! ¿Creencias? Me entregué a Dios y me acompañó

- VÍCTOR-M. AMELA

Más de un año a solas en alta mar! Fueronderi­va en 438el océanodías a Pacífico, la en mi barca...

Describa la barca.

Siete metros y medio de eslora, un calado de medio metro, un toldito... Y una nevera para pescado, de 1,50 x 1,20 metros.

¿Ahí sobrevivió?

Desde noviembre del 2012 hasta enero del 2014. Salí a pescar desde la costa mexicana.

¿Y por qué no regresó?

Estábamos lejos, yo me arriesgaba porque el mejor pescado está en alta mar. ¡Siempre pesqué más que nadie! Pero se desató una tormenta bestial. Decidimos regresar y...

¿Decidimos?

Mi compañero Ezequiel y yo. Era un joven de 20 años, inexperto. Yo llevaba veinte años en pesqueros, y me puse a navegar entre olas de seis metros de altura, rumbo a tierra. Y entonces... se estropeó el motor.

¿Pidió ayuda?

Estaba pidiéndola por radio... y se estropeó.

¿Qué hizo?

Resistir. Vaciar el pescado de la nevera y voltearla sobre nosotros, para protegerno­s.

Fueron quedamosci­nco días a de la oleaje deriva.y vientos. Al calmarse,

Nos ¿Cinco quedó días una sin cebolla. comerY unni beber? cuchillo. Vi que todo ¿Quélo demás sintió se entonces?lo había llevado el mar.

Ezequiel lloraba y repetía: “Vamos a morir”. Pensé en tantos amigos pescadores muertos, pero le calmé.

¿Cómo?

Diciéndole que alguien nos vería y nos rescataría. Pasaron dos días más...

¿Sin nada en el cuerpo?

La sed nos mataba, empecé a beber mis orines. Ezequiel no. Él rezaba, era evangelist­a. Y me enseñó a rezar.

¿No sabía usted?

Yo jamás había rezado antes. Me dedicaba a gastármelo casi todo en juergas... Ezequiel no quiso tampoco beber sangre de una gaviota, para él eso era pecado...

¿Una gaviota?

Se posaban en la borda de la barca. Se me escapaban, hasta que aprendí a atraparlas: repté como un gato por el fondo de la barca, muy lentamente, la cogí por la pata.

Pero no podía cocinarla.

Corté su cuello con mi cuchillo y bebí su

sangre. ¡Me sentí renacer por dentro! Me comía los ojos, era lo más sabroso.

¿Era toda su dieta?

También aprendí a atrapar peces con las manos, desde la borda. Y conchas pegadas bajo la quilla. Y destripaba a las gaviotas, extendía sus tripas y sorbía su contenido.

Agh...

Era pescado digerido, ¡sabrosísim­o!

¿Y Ezequiel?

Sólo se hidrataba cuando recogíamos agua de lluvia, y con los pescados. Fue debilitánd­ose. Empezó a delirar. Me pidió que lo matase. Y falleció, al tercer mes.

¿Qué hizo con el cuerpo de Ezequiel?

Conversaba con él. Durante días lo tuve a mi lado. Era incapaz de arrojarlo al mar. Lo hice una noche oscura, para no ver nada.

Debió de ser duro.

Lloré mucho. Fue una de las veces que quise suicidarme. Pero Ezequiel me había enseñado a rezar a Dios. Y recé.

¿Qué otra vez pensó en suicidarse?

Un día un yate me avistó. Iba con turistas. Me puse a gritar. Me saludaban, me decían cosas, como en un juego... y se fueron.

Me ¡Se deprimí fueron! tanto que quise degollarme con el cuchillo, “Padre, pero moriré entonces cuando Dios usted no quiera”,me querría:le dije. YnoY me murió. entregué.

Seguí hablando con Dios todo el tiempo. Rezaba y pedía una gaviota, y venía. Rezaba y pedía peces, y venían. Rezaba y pedía una tortuga, y venía...

¿Qué hacía con una tortuga?

Insertaba un tubito de goma del motor en su cuello hasta una arteria e iba sorbiendo su sangre. La tortuga seguía viva. Me duraba días, como un botellín de refresco. Cuando moría, me comía su carne.

Enseñándol­e a rezar, Ezequiel le salvó.

¡Así es! Al final olvidé a la humanidad, sólo existíamos el océano, Dios y yo.

¿Cómo es el océano?

Un diamante. Resplandec­e en las noches como un tesoro encantado. Durante el día dormitaba metido en la nevera, con tapa, para que el sol no me cociese.

¿Y por la noche?

Comía... y contaba todas las estrellas.

¿Cómo lo rescataron?

Arribé a Ebon, una de las islas Marshall, en la Polinesia, a 6.500 millas de América. Una pareja me vio y se asustó. No me extraña, iba desnudo, toda mi ropa se había podrido, y con un cuchillo en la mano.

¿Lo cuidaron?

Sí. Y avisaron las autoridade­s. Me vi en un espejo y también me asusté, y lo quebré.

¿Y cómo se siente hoy?

Feliz de vivir. Soy más temeroso y menos imprudente que antes. No puedo ver el mar, por ahora. Pero algún día volveré.

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CÉSAR RANGEL

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