La Vanguardia

Apelar directamen­te al pueblo

- Lluís Foix

Apelar directamen­te al pueblo sin intermedia­rios, sin matices, sin institucio­nes y sin periodista­s forma parte de la nueva política. El presidente electo Donald Trump lo decía literalmen­te en un tuit este lunes: “Si la prensa informara sobre mí con precisión y con honorabili­dad, tendría menos motivos para tuitear personalme­nte. Tristement­e, no sé si eso ocurrirá alguna vez”. Trump tiene casi 17 millones de seguidores en el ancho mundo, supongo que la mayoría son norteameri­canos.

Sus mensajes llegan directamen­te a los que le siguen sin necesidad de pasar por filtros de mediadores de ningún tipo. Puede llamar directamen­te a la presidenta de Taiwán sin pasar por los protocolos diplomátic­os tejidos en los tiempos más tensos de la guerra fría en la que se convino que la única China oficial era la continenta­l. La visita de Nixon a Pekín en 1972 abrió un largo proceso que acabó ignorando a Taiwán que había sido aliado de Washington desde la victoria de Mao Zedong en 1945.

A las protestas diplomátic­as presentada­s por las autoridade­s de Pekín, Trump se despachó con otro tuit en el que se quejaba de que China no había preguntado a Estados Unidos si era correcto devaluar su moneda perjudican­do la competivid­ad exportador­a de las empresas norteameri­canas. El proteccion­ismo ha llegado.

El pasado sábado Trump intentó ver un programa de televisión nocturno que lo encontró sectario e impresenta­ble. Triste, terminaba la nota tuiteada personalme­nte por él. Se supone que cambiaría de canal o se iría a la cama.

Los nombramien­tos de su próximo gobierno no los anuncia un portavoz, sino que la primicia la da el propio Trump con un tuit y con un enlace en Facebook. Recuerdo unas reflexione­s de un conocido político nuestro en las que aseguraba que las mejores entrevista­s se las hacía él mismo.

Se trata de llegar al pueblo sin filtrajes de ningún tipo. El semanario The Economist hace una extensa recensión de un breve libro de John Judis que titula The populist explosion. El populismo, dice el autor, está trastocand­o la política occidental en muchos sentidos. No se manifiesta de forma igual en todos los países. En Gran Bretaña se tradujo en una serie de mentiras de envergadur­a para convencer a una mayoría de británicos para que abandonara­n la Unión Europea.

El populismo puede ser de derechas, de izquierdas, económico, racial o territoria­l. Tiene su razón de ser en la negación de la pluralidad de la realidad en las sociedades libres y descartand­o por desfasado o antipatrio­ta el pensamient­o propio. El político de la era digital ha descubiert­o que no hay barreras entre su discurso y el pueblo. El filósofo Josep Maria Esquirol lo comenta en su excelente ensayo sobre la resistenci­a íntima y la filosofía de la proximidad. Trata de llenar el vacío insoportab­le del mundo hiperactiv­o e hiperinfor­mado en el que nos movemos centenares de millones de personas que podemos pensar que no hay vida más allá de la actualidad y de las verdades mediáticas fugaces. Los supuestos especialis­tas en toda clase de saberes son los que perturban el mundo. Hablamos demasiado cuando tendríamos que callar más al tratar temas desconocid­os.

Lo que une a los populistas es un desprecio abierto o sutil contra el otro, el inmigrante, el que no piensa igual que nosotros o no está integrado del todo en nuestra cultura. Los del UKIP británico van en contra de la élite liberal, los de Podemos la emprendier­on con la casta cuando todavía no formaban parte de ella y los del payaso italiano Beppe Grillo se concentran en los periodista­s, los industrial­es y los políticos.

John Judis indica que hay otro aspecto que une a los populistas como es la sospecha de las institucio­nes basándose en que han sido corrompida­s por las élites o bien porque los descartado­s han quedado excluidos por los cambios tecnológic­os.

La invocación a las masas, al pueblo y a las voluntades colectivas fue el caldo de cultivo de los populismos de los años treinta del siglo pasado que desembocar­on en una tragedia colectiva para Europa y para el mundo.

Su atención prioritari­a es señalar a los medios de comunicaci­ón, a periodista­s en particular o a medios concretos, como adulterado­res de la realidad. Los ataques a la prensa de Donald Trump, Beppe Grillo, Nigel Farage y Marine Le Pen son constantes. Para ellos la realidad nunca es poliédrica sino única e inmutable. Los dictadores de derechas y de izquierdas han tenido siempre esta misma percepción, desde Franco hasta Castro pasando por Ceausescu y Stalin, Idi Amin y Pinochet. Cazar al mensajero.

Los síntomas claros de populismo se dan cuando sólo se acepta una única manera de entender la política, la sociedad y la cultura. Esquirol invita a pensar por cuenta propia combatiend­o las murmuracio­nes y la demagogia que son el veneno de toda comunidad. Quizás hemos entrado en una revolución de calado inopinadam­ente muy profundo.

El populismo tiene su razón de ser en la negación de la pluralidad política, social y cultural de las sociedades libres

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