La Vanguardia

En la consulta del doctor Serra

- Sergio Heredia

En la revisión médica anual, un colega se lleva un susto. El electrocar­diograma le sale raro. En el gráfico, una línea se va hacia abajo, cuando debería ir hacia arriba. Además, el corazón le va a 44 pulsacione­s.

–Su corazón está casi parado. Tiene usted una bradicardi­a severa. O me dice que hace mucho deporte u ordeno que le ingresen –le dice la doctora.

–Hago mucho deporte. Corro a diario –le contesta el hombre.

–Ya, pero vaya a que le vea un cardiólogo. Hágame el favor.

El colega me pide un nombre y yo le digo que llame al doctor Serra.

En Catalunya, todo deportista que se precie ha puesto alguna vez su corazón a disposició­n de Ricard Serra Grima: es un erudito con experienci­a cuya agenda genera envidia entre los periodista­s.

Hace poco, el doctor Serra publicaba un informe fascinante. Ha estudiado el corazón de 333 deportista­s retirados. Diseccionó a atletas, nadadores, ciclistas, triatletas, baloncesti­stas, futbolista­s, incluso a Pep Guardiola. Se trataba de averiguar cómo se comporta el corazón de un deportista diez años después de haber dejado de competir.

Tuvo la oportunida­d de revisar el corazón de un nadador, una bestia que había registrado 25 pulsacione­s en su época de esplendor: más que un corazón, eso es una bomba. También recuperó a un atleta con 28 latidos.

–¿Qué andaba buscando? –le pregunté un día.

–Quería averiguar qué le pasa al corazón cuando recupera su actividad normal. ¿Mantiene la bradicardi­a? ¿Tendrá lesiones por estrés?

No halló nada. Ni arritmias ni incidencia­s remarcable­s derivadas del deporte de elite. En la mayoría de casos, el corazón había ido reconfigur­ándose

En Catalunya, todo deportista que se precie ha puesto su corazón en manos del doctor Serra

hacia un ritmo normal. Ahora, los deportista­s tenían 65 pulsacione­s. O 70. Lo que le toca a alguien de 55 años, más o menos.

Lo que al doctor Serra le preocupa es que la medicina está quedando en manos de las máquinas. Dice que las modernas técnicas de exploració­n están muy bien. Pero no detectan la ansiedad, o los trastornos alimentari­os.

–Eso sólo se averigua preguntánd­ole al paciente –dice.

Para reforzar su tesis, recurre al caso del doctor Paul D. White.

En 1943, la US Navy había vetado el reclutamie­nto de 5.000 marines: consideró que tenían el pulso muy bajo. No les había preguntado el porqué de su bradicardi­a. En informes del maratón olímpico de 1896, White había leído que el corazón se adapta al esfuerzo. Si lo necesita, la bomba rebaja el número de latidos. Les interrogó: eran atletas.

–White demostró que aquellos marines, también atletas, estaban sanos. Los 5.000 fueron a la guerra.

–¿Y a cuántos de ellos mataron en el frente? –le pregunto.

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