La Vanguardia

Libros con encanto para estas fiestas

Cuatro poetas opinan sobre la calidad literaria de la obra de Bob Dylan, el día de la gran gala de los premios en Estocolmo

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es el día de los esmóquines y los trajes de gala en la capital de Suecia. La ceremonia de entrega de los premios Nobel, que los laureados reciben de manos del rey Carlos XVI Gustavo, da inicio a las 16.30 h y más tarde, a las 19 h, arranca la cena de gala en el ayuntamien­to. Entre los actos previstos, Patti Smith cantará una canción de Bob Dylan y se leerá un mensaje de agradecimi­ento que el cantante ha hecho llegar a la Academia Sueca. Con motivo de la celebració­n, este diario ha pedido a cuatro poetas de Catalunya –en catalán y castellano– que leyeran y analizaran Letras completas, el volumen de 1.320 páginas que acaba de publicar Malpaso y que recoge, en edición bilingüe inglés-castellano, el conjunto de la producción del ganador del premio de Literatura de este año. Albert Roig, Ernest Farrés Junyent, Juan Bufill y Unai Velasco argumentan si les parece justificad­o que Dylan haya recibido el Nobel y citan algunos ejemplos que ilustran su punto de vista. El debate sigue abierto.

“Se salvan cinco poemas y una maravillos­a canción”

ALBERT ROIG

El premio Nobel lo han ganado poetas y novelistas tan mediocres, tan aburridos, como Bob Dylan. Ergo 1: Dylan se lo merece. Ergo 2: no se lo merecen un buen traductor de poesía, ni un gran dramaturgo, ni un mayor e innovador director teatral, alemán, ni un ensayista, ni un buen poeta, brasileño o rumano, o... ¿Ejemplos? Aburridas son las canciones de amor de Dylan, tantísimas que ha escrito, y tan tópicas y tristes. Y aburridas son sus últimas deprimente­s canciones de decrepitud. Ahora bien: de este ladrillo de mil páginas podemos salvar cinco poemas. Y una maravillos­a canción: Like a rolling stone. Por ejemplo, lean, no hace falta que lo escuchen, Fourth time

arround (Por cuarta vez): puede ser leído como una canción báquica de Cátulo, el poeta de Roma, o de Abu Nuwàs, el poeta de Bagdad, o de Rimbaud, el poeta de París. Y lean Mr. Tambourine Man y Desolation Row. O Mississipi: “La ciudad es una jungla; más partidas que jugar / Atrapado en su corazón trato de escapar / Me criaron en el campo, trabajo en la ciudad”. Y Jokerman: “Eres un montañés, caminas sobre las nubes / Embaucador de multitudes, trujimán de sueños / Vas a Sodoma y Gomorra / Pero ¿qué te importa?...”. Ergo: Dylan es el poeta de Nueva York, de las putas y los yonquis de la 8.ª Avenida, es también un poeta de la ciudad y la noche, y de la soledad y los pueblecito­s perdidos, el poeta de los saltimbanq­uis de Picasso. Lástima que tenga tan pocos poemas llenos de misterio. Y tantos tan faltos de ironía, de ironía sabia, como la de Elisabeth Bishop, a quien parece que no ha leído. El resto es literatura, máscara, es mesianismo, rebelde e ingenuo. Y me pregunto: ¿será capaz de escribir un discurso, al menos divertido, para el día de su triste consagraci­ón final?

“Si le leemos en silencio, abruma y aburre”

ERNEST FARRÉS JUNYENT

Aclamar el Nobel a Dylan queda guay, pero ha sido un error. Más que un premio parece un autopremio, el que la Academia Sueca se ha dado a sí misma, en forma de golpe de efecto mediático. Sin embargo, un servidor, que se ha leído la obra poética (casi) completa de Brodsky (Nobel en 1987), de Seamus Heaney (en 1995), de Wislawa Szymborska (en 1996) o de Tomas Tranströme­r (en el 2011), acaba de leer ahora las letras (casi) completas de las canciones de Bob Dylan, y puedo decir que su obra no resiste la comparació­n. Hace poco estaba leyendo en casa un poemario de Louise Glück, autora de sensibilid­ad y lucidez acerada y contagiosa, y releyendo a nuestro Màrius Sampere, arrebatado­r y en estado de gracia permanente. Tanto Glück como SampeHoy re merecen un Nobel, pero no lo tienen. Dylan tampoco resiste la comparació­n. He mencionado voces que arriesgan, sólidas, profundas, escritores superiores a Dylan. Y de un premio Nobel, ¿no esperamos que escriba muy, muy bien? Incluso comparado con otros cantautore­s, ¿es mejor Dylan que Leonard Cohen, o que Joan Manuel Serrat, o que Paolo Conte? No lo sé. Por otra parte, nuestra sensibilid­ad moderna asocia literatura con texto escrito. Importan, pues, los textos y es sobre ellos, sobre su oriJoseph

ginalidad, su altura estética, su riqueza imaginativ­a o su capacidad de penetració­n que emitimos juicios de calidad. Que el Nobel de Literatura es un premio a la palabra es evidente. No lo es a la fusión de lenguajes. No lo es a un intérprete. Lo es a un autor de textos, o sea, a un escritor. Pero Bob Dylan es una estrella del rock. Un héroe popular. Un ídolo de masas. Un rebelde electrific­ado de la generación beat que se hizo millonario (miembro, no lo olvidemos, de la industria del entretenim­iento, sección contralueg­o, cultura). También un compositor original. Tanto, que ya a mediados de los iconoclast­as años 60 americanos fue llamado “poeta del rock”. Pero si vamos a sus textos escritos, si leemos a Dylan silenciosa­mente y en privado, abruma y aburre. Toda palabra consta de sonido y silencio. Las de Dylan son indisociab­les de la música, carecen de ritmo propio porque son parte integrante, y a ella se deben, de la estructura instrument­al que las acompaña. Sus mensajes se incardinan en las formas musicales, las habitan, y sin ellas resultan manidos y vacíos. Dylan manufactur­a en la “lengua del pueblo” un amplio muestrario de letanías, salmos, baladas verborreic­as. Su dominio de la jerga, de la prosodia coloquial, parece soberbia. Su imaginería, cuando las musas le sonríen, vuela como un cohete muy por encima de la media del rock and roll. A veces, su vena romántica e indómita, su ambición intelectua­lizada y política, su imaginació­n poética, se acercan al nivel de la buena literatura. Desde Dylan es un poeta. Pero sólo del rock. Fascinante, hipnótico, inmenso icono de nuestra cultura popular, claro que Dylan merece reconocimi­entos, pero no un Nobel literario. Si pretendían premiar la oralidad y la rebeldía beat, ¿por qué no dárselo a Lawrence Ferlinghet­ti? (aunque segurament­e tampoco lo merece).

“Un premio del siglo XXI, una apertura conceptual”

JUAN BUFILL

El Nobel de este año está justificad­o y es merecido. Este premio significa una necesaria apertura conceptual, en un sentido antiacadém­ico y moderno. Pienso que los premios literarios del siglo XXI deben tener en cuenta, además de los libros de poesía, narrativa, biografía y ensayo y además del teatro, también determinad­os textos excelentes publicados en forma de letras de canciones o de artículos periodísti­cos, sin excluir el cine. Georges Brassens era un gran poeta, como Brel, Léo Ferré, Leonard Cohen y otros músicos. Arnaut Daniel es uno de mis poetas favoritos y era un trovador, como Bernart de Ventadorn, cuya música es sublime. Hay que recordar que a la poesía no épica se la identifica como lírica debido a que antiguamen­te se acompañaba de una lira. Dicho esto, también es cierto que hay poetas espléndido­s y desconocid­os que lo merecían y que lo necesitaba­n mucho más que Dylan, ya célebre con o sin Nobel. Pero también ya era previament­e célebre García Márquez. En este caso el premio gana más que el premiado. No es en absoluto una concesión populista debida al relativism­o posmoderno. Dylan tiende al poema extenso, narrativo, entre cotidiano y visionario, y el valor de su obra radica en la suma de partes y episodios muy diversos y en la música verbal del texto original, en inglés. Su poesía casi siempre pierde mucho con una traducción, incluso cuando esta es buena. En esto se parece a James Joyce y a Dylan Thomas, es decir, a los mejores en su idioma. Aunque no se hizo para ser leída, su poesía a veces funciona bien en una página, prescindie­ndo de la música. Este es el caso de A hard rain’s a-gonna fall (Será atroz la

lluvia): “(...) ¿Qué has visto, hijo de mis entrañas? / ¿Qué has visto, niña de mis ojos? / Vi lobos feroces en torno a un recién nacido / Vi una carretera de diamantes que nadie recorría / Vi una rama negra que rezumaba sangre / Vi un cuarto lleno de hombres con martillos sangrantes / Vi una escalera blanca cubierta de agua / Vi a diez mil oradores con las lenguas quebradas / Vi pistolas y espadas en manos de niños / Y será atroz y será atroz y será atroz / Será atroz la lluvia que caiga / (...) Penetraré en las tinieblas de un bosque insondable / Donde es mucha la gente y nada hay en sus manos / Donde píldoras de veneno inundan sus aguas / Donde la casa del valle linda con la prisión inmunda / Donde el rostro del verdugo está siempre oculto / Donde el hambre es brutal y las almas se olvidan / Donde negro es el color y ninguno es el número / Y lo contaré, lo pensaré, lo diré y lo respiraré / Y lo reflejaré desde el monte para que todas las almas lo vean (...)”. También Cross the green mountain (Crucé la montaña verde). Dylan sabe ser lúcido en un sentido positivo, con libertad y sentido crítico y sin caer en el derrotismo o la resignació­n. Valoro su capacidad para concentrar contenidos esenciales en pocas palabras, como en este verso de It’s alright, ma (I’m only bleeding) (No pasa nada, mujer (sólo estoy sangrando): “Quien no se ocupa de nacer se está ocupando de morir”. También se da ese acierto en los estribillo­s de Like a rolling stone y

Tombstone blues, que pierden mucho traducidos. Este es un fragmento del Blues de la lápida: “El espectro de Belle Star entrega su ingenio/ A la monja Jezabel que teje con violencia/ Una peluca calva para Jack el Destripado­r/ que preside sentado la Cámara de Comercio. // Mamá está en la fábrica / No tiene zapatos / Papá en un callejón / Buscándose la vida / Yo ando por las calles/ Con el blues de la lápida”. Además de la poesía civil de Masters of war y otras, destacaré las letras de canciones de amor como If

not for you, The man in me y Girl of the north country.

“Su grandeza se basa en la palabra antes que en la música”

UNAI VELASCO

No creo que Bob Dylan merezca especialme­nte el premio Nobel. Pero lo pienso en la medida en que no me parece posible escoger ningún autor o autora en términos absolutos. Ahora bien, si se trata de decir si podría figurar entre los ganadores potenciale­s, entonces sí. Últimament­e, los ganadores del Nobel son autores que no tan sólo se destacan por haber hecho una aportación literaria a la sociedad, sino que también participan de una acción cohesionad­ora que permite sacudir el canon literario. Así, la elección del cantante no rehúye la polémica sobre la definición de lo que es la literatura. En este sentido social, pienso en el Dylan que representó con sus canciones los márgenes del activismo de los sesenta y setenta: desde el antibelici­smo de Masters of War (The Freewheeli­n Bob Dylan, 1963) a la denuncia contra la segregació­n racial que recoge Hurricane (Desire, 1976).

La aportación de un Nobel ha dependido de dos cosas en los últimos años. Por una parte, esa función aglutinado­ra: Bob Dylan con su música ha contribuid­o artísticam­ente a la mejora moral de nuestra civilizaci­ón. Ahora bien, lo ha hecho desde la música. ¿Por qué, entonces, este premio literario? Hablamos de Literatura. No de novela, ni de poesía, ni de letras de canción. La Literatura es el trabajo del lenguaje con vocación artística. Pensar que la novelístic­a implica un grado cero de la literatura es un error. Es cierto que la literatura musical trabaja con la música y, por lo tanto, es más complicado distinguir la una de la otra. Pero, en cualquier caso, hay un virtuosism­o y una tensión del lenguaje y de sus recursos líricos, dramáticos y narrativos. En este sentido, Dylan destaca. Así como Leonard Cohen ha sido un poeta excelente, y no resistiría la comparació­n poética con Dylan (la intensidad poética en Cohen es superior), el espacio literario que abarca Dylan es gigante, todavía más variado, parece no tener límites y su fuente principal, antes que la música, es la lengua. Sin la lengua, Dylan no hubiera sido el representa­nte de toda una generación. La música expresa, pero sólo la palabra puede representa­r. Dos ejemplos son A hard rain’s a-gonna fall (1963), donde muestra un dominio absoluto de la repetición estrófica y cómo conseguir un clímax poético a través de la modulación narrativa y la alegoría paisajísti­ca de tipo épico; y

Hurricane, un ejercicio narrativo que combina escenas llenas de acción, descripció­n y diálogo que van construyen­do una historia propia del género detectives­co sin salirse de los estrechos márgenes del romance con estribillo. La grandeza de Dylan no se concibe sin el dominio de la palabra. En un medio musical, pero dominio de la palabra.

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