La memoria del hambre
Una investigación israelí en Rusia descubre que el recuerdo del hambre queda en los genes
En Israel viven aún cerca de 200.000 supervivientes del Holocausto, que en muchos casos pasaron un hambre terrible en los campos de concentración nazis o en los refugios en los que se escondieron, intentando escabullirse de la larga mano de la maquinaria asesina que los buscaba por toda Europa para aniquilarlos.
El trauma vivido por los que se salvaron de la shoah llevó a un grupo de investigadores israelíes a debatir sobre las repercusiones que tuvo la hambruna sobre las generaciones posteriores de los supervivientes. Los académicos están encabezados por el profesor Yair Ben David –que firma su investigación bajo el nombre Yugin Kobilianski–, del departamento de Antropología y Medicina de la Facultad de Medicina de Tel Aviv.
El equipo de Ben David fue a una zona cercana al río Volga en Rusia y llegó a la conclusión de que la hambruna que afectó a esta región en el periodo de entreguerras todavía se hace sentir en la actualidad. La influencia genética del hambre pasó de forma hereditaria al menos hasta la tercera generación de descendientes de aquel drama humano. La conclusión del estudio demuestra cuáles son las características genéticas que se transmiten por herencia, no solamente a través del ADN, sino también como el resultado de cambios genéticos provocados a lo largo de la vida por causas relacionadas con el medio ambiente.
La investigación, publicada en la revista The American Journal of Clinical Nutrition, revela que el trauma del hambre influye sobre la longitud del telómero, término de origen griego que se refiere a un núcleo ubicado en la punta de los cromosomas y que sirve para evitar su deterioro. Los investigadores verificaron las células blancas de los habitantes de la sufrida región y descubrieron que los telómeros de los hombres nacidos después de la gran hambruna de principios de siglo son más cortos de lo normal. La ciencia determina que la largura de los telómeros está relacionada con el envejecimiento y la media de vida. Además, hallaron que los telómeros más cortos pasaron de forma hereditaria a los descendientes masculinos, por lo menos durante las tres primeras generaciones.
El equipo israelí acudió por primera vez a la región del Volga en 1994 y desde entonces llevaron a cabo el estudio entre los descendientes de los ciudadanos que vivieron la hambruna provocada por el Partido Comunista, que se llevó todo el trigo y los alimentos del área rural para intentar minimizar la escasez alimentaria en el resto del país. Los lugareños vivieron una verdadera tragedia: entre el 50% y el 60% murieron, y los supervivientes se vieron obligados a comer los cadáveres de animales y seres humanos. Los investigadores dieron con algunas familias que vivieron el drama, ya que muchos nacieron a principios del siglo pasado y pasaron la crisis alimentaria en su juventud. Analizaron la sangre de 687 hombres y 647 mujeres nacidos entre 1909 y 1980, que pertenecían a 410 familias distintas.
Al verificar los telómeros de los hombres descubrieron que aquellos que nacieron inmediatamente después de la ola de hambre (entre 1924 y 1928) los tenían más cortos, mientras que aquellos nacidos antes (entre 1909 y 1921) los tenían más largos. En el estudio participaron también profesores de la Universidad Ben Gurion en el Negev y de la Universidad Bar Ilan, cerca de Tel Aviv. “Los telómeros son una especie de reloj de arena del cuerpo. Se acortan en los seres humanos conforme uno envejece, hasta que llegan a un tamaño crítico que le indica a la célula: ya está, tienes que morirte. Así es como se pone en marcha un mecanismo de autodestrucción de la célula, y esta acaba muriendo”, explica el profesor Dimitri Torchinsky, de la facultad de Química de la Universidad de Ciencias Exactas de Tel Aviv.
El profesor Ben David añade que se trata de una investigación muy relevante para el presente, ya que son muchas las poblaciones que sufren hambre: “Es muy importante la influencia del hambre sobre los seres humanos y sus resultados biológicos a largo plazo, incluso para las próximas generaciones. En lo que concierne a los telómeros, habrá que investigar en el futuro si el hambre e, incluso, los ayunos voluntarios, contribuyen a acelerar el proceso de envejecimiento y reducir el promedio de vida de aquellos seres humanos subalimentados”.
Los telómeros de los hombres nacidos tras la hambruna de principios de siglo son más cortos