La Vanguardia

El poder, de dulce

- Fernando Ónega

La cara no es el espejo del alma. Es el espejo de la política. Y lo que domina en las caras del poder en las últimas semanas es la sonrisa. Andan como felices. Soraya Sáenz de Santamaría ríe abiertamen­te por donde pasa. Su sucesor en la portavocía, Méndez de Vigo, no es que sea la placidez; es el reflejo de la satisfacci­ón. Rajoy transmite tanta serenidad y sosiego que parece que está cansado; pero no cabe en sí de gozo después de los piropos en Bruselas y de escucharle a Juncker: “Yo no hubiera aguantado como tú”. Luis de Guindos va de triunfador y tiene razones después de lo conseguido con el déficit. Y hasta Cristóbal Montoro ofrece un nuevo rostro, quizá de ver que en todos los gobiernos del Partido Popular no hubo otro nombre para dirigir la Hacienda Pública.

El poder, pues, está tranquilo. El CIS le ha dicho que el clima político ha mejorado después de la investidur­a. Su prestigio internacio­nal se revaloriza después del fiasco de Renzi. En las fotos de grupo de los líderes europeos, Rajoy recibe la valoración de supervivie­nte, de alta cotización, sobre todo si se codea con la señora Merkel. Si no fuese por Catalunya y su desafío y por esas estadístic­as que hablan de pobreza, los equipos de la Moncloa estarían trabajando en recuperar el eslogan de Aznar: “España va bien”. Es muy voluble la política: siempre que no se mire a Catalunya, en una semana, casi en unas horas, se puede escribir la crónica opuesta a la anterior. Y de hecho se escribe. También el señor Rajoy empieza a hacer, por lo menos a anunciar, una política opuesta a la anterior.

El cambio del presidente está siendo espectacul­ar. Acostumbra­do a la mayoría absoluta, hace unos meses sólo se veía al frente de una gran coalición que le permitiera la misma seguridad y comodidad en la gobernació­n. El pasado día 6, en sus palabras en el Congreso, veía en su nueva minoría parlamenta­ria “una gran oportunida­d”, como si la escasez de apoyos fuese la gran ocasión buscada para –¡yo qué sé!– gobernar mejor. Hace nada menospreci­aba a la oposición socialista por poco patriótica y menos responsabl­e, ignoro si pensando en Pedro Sánchez. Ahora, la oposición socialista le parece seria, dialogante, solvente y hasta se le puede comprar un coche usado. Y, respecto a los nacionalis­mos, no hay más que leer los periódicos: hace nada, sólo se les podían enviar a los juzgados. Ahora se acepta que se retiren recursos judiciales y la palabra ley se mantiene, pero siempre después de las palabras diálogo y negociació­n.

Todo esto no es, no puede ser, fruto de la casualidad. Es que, después de lo ocurrido durante el año, en las urnas y en la dificultad de encontrar un socio suficiente y estable, el Partido Popular ha entendido el mensaje: la imposición absoluta conduce al rechazo absoluto. Y Moncloa ha empezando a disfrutar de un beneficio: le están regalando poder. Se lo regala el PSOE con su crisis, se lo regala Podemos con sus líos y el desgaste de su discurso catastrofi­sta, se lo regala la izquierda con su división. El PP está en la cosecha. Y todos, sin hacer oposición inquietant­e, labrando tierra para él.

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HORST WAGNER / EFE Mariano Rajoy
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