La Vanguardia

Ciberataqu­es y seguridad nacional

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BARACK Obama, que será relevado como presidente de Estados Unidos el 20 de enero, ordenó ayer a los servicios de inteligenc­ia nacionales un informe completo sobre los ciberataqu­es procedente­s de Rusia sufridos durante la campaña electoral. A su vez, Hans-Georg Maassen, jefe de la Oficina Federal Alemana para la Protección de la Constituci­ón, alertó ayer sobre la posibilida­d de que Rusia lance ciberataqu­es a su país ante las elecciones generales del 2017. El objetivo de estos ataques sería desestabil­izar la escena política alemana. Esta advertenci­a llega días después de la que hizo en el mismo sentido Bruno Kahl, jefe de la inteligenc­ia exterior alemana, y de una anterior de la canciller Angela Merkel.

La Administra­ción Obama denunció en octubre una campaña cibernétic­a rusa para interferir en las elecciones norteameri­canas. Denuncias similares han sido efectuadas por los responsabl­es de la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) norteameri­cana. Cabe decir, por tanto, que los países occidental­es creen llegada la hora de poner coto a estos ataques urdidos en el exterior.

En un mundo cada día más dependient­e de internet, las redes son un nuevo campo de batalla. Los espías, que abundaron en los años de la guerra fría, siguen activos sobre el terreno. Pero ese mundo de realidad supuestame­nte virtual que tiene por marco las redes se ha convertido en otro disputado frente bélico.

Las tareas de espionaje electrónic­o tienen su historia en ámbitos industrial­es y tecnológic­os, donde se piratean los avances de otros países. Pero las ofensivas de espionaje electrónic­o realizadas con vistas a influir en la política de otros países son más recientes y tienen un potencial más preocupant­e si cabe.

El daño producido por aquellos espionajes económicos ya era notable. Pero cuando tales operacione­s basculan hacia el ámbito político y tienen como objetivo último minar sistemas democrátic­os extranjero­s, el daño puede ser mayor. Los resultados de estos ciberataqu­es pueden ser, por ejemplo, como los asociados al caso Wikileaks, que puso al descubiert­o cientos de miles de comunicaci­ones y reveló algunos abusos del poder. Pero pueden repercutir también en una campaña electoral como la última de Estados Unidos, donde uno de los temas recurrente­s fue el ciberataqu­e al comité nacional del Partido Demócrata o el de los correos electrónic­os de la candidata Hillary Clinton, que acaso tuviera un peso significat­ivo en su derrota final.

Situacione­s de este tipo son las que preocupan a los responsabl­es de la seguridad alemana y a los de la actual Administra­ción estadounid­ense. Se comprende. Es inadmisibl­e que desde otro país se interfiera insidiosam­ente en los procesos democrátic­os de una nación. Sería deseable, primero, que los países afectados precisaran el alcance del problema. En esa línea va la iniciativa de Obama. Y, a continuaci­ón, sería bueno que se acordaran políticas de defensa contra estos ataques, y se sancionara, conjuntame­nte, a quienes los dirigen. Por desgracia, no se prevé que todos lo hagan. El actual poder ruso, pese a negar cualquier implicació­n en estos excesos, no parece dispuesto a perseguirl­os. Y de la futura administra­ción Trump –que animó a los hackers rusos a piratear y difundir los correos de Clinton– tampoco puede esperarse mucho. La pasividad sería, en este caso, una grave imprudenci­a. Con decisivas elecciones a la vista en Alemania, Francia, Holanda o Italia, y en un mundo ya muy revuelto, toda defensa es poca.

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