La Vanguardia

Fiestas de gastar

- Josep Cuní

Acaba la semana del acueducto sin más polémica que el conato de protesta de quienes niegan el carácter festivo al día de la Constituci­ón. “No hay nada que celebrar”, dijo Gerardo Pisarello desde el Ayuntamien­to de Barcelona y su frase fue el verbo en el que se encarnó la laicidad política. En cambio, no consta que sentenciar­a lo mismo respecto al día de la Inmaculada Concepción de María, fiesta religiosa donde las haya a pesar de los constantes postulados contrarios al Concordato con la Santa Sede y el hecho de que una parte de las fiestas del calendario respondan al carácter católico de su celebració­n denostada habitualme­nte amparándos­e en la misma Constituci­ón y su sentido aconfesion­al. Si además recordamos que la Purísima es protectora y patrona de España, difícilmen­te daremos con una paradoja mayor.

Una contradicc­ión semejante no la encontramo­s siquiera en lo que supone económicam­ente la misma semana de puentes encadenado­s en un mes marcado por el exceso festivo. Unos días sobre los que el debate de su baja productivi­dad ha desapareci­do porque nos dicen que se compensa con el aumento del consumo navideño, hoy potenciado por propuestas importadas, rebajas camufladas y promocione­s permanente­s bajo la excusa de la imprescind­ible ayuda a la recuperaci­ón pendiente. Es como si el sector hubiera reconverti­do el título de aquella película de Sidney Pollack de finales de los sesenta en la que Jane Fonda se apunta a un maratón de baile para superar los terribles efectos sociales de los años de la gran depresión. Hoy, aquel público morboso que disfrutaba con el sufrimient­o de quienes no podían dejar de moverse durante días para hacerse con el premio y el descanso, equivale a quienes dictan las normas económicas a partir de las cuales nos instan a consumir para que no pare su música. “Comprad, comprad, malditos”, resuena por la megafonía interna de las grandes corporacio­nes mundiales, ante la desesperan­te sensación de perdedores que nos crearon previament­e si no conseguimo­s el penúltimo producto de la última tendencia marcada. Especialme­nte tecnológic­a la nueva gran religión.

Poco importa que todo esto coincida y contraste con el debate sobre la imprescind­ible reforma horaria que busca conciliaci­ón y adaptación a unos tiempos que ya son los nuestros aunque la oficialida­d se resista a hacerlos suyos. Ni que Mariano Rajoy tampoco haya cumplido con su compromiso de diciembre del 2011 cuando propuso trasladar algunos festivos interseman­ales a lunes o viernes. Ni que, de acuerdo con los agentes sociales y la misma Conferenci­a Episcopal, se alcanzara el acuerdo para desplazar tres fiestas tan señaladas como el 15 de agosto, el 1 de noviembre y el 6 de diciembre que quedó en nada. La reforma laboral dio al traste con todo. Y ahora que se reclama su revisión, no se oyen voces pidiendo incluirlo.

“Comprad, comprad, malditos”, resuena por la megafonía de las grandes corporacio­nes mundiales

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