La Vanguardia

Josep Carner, diplomátic­o

- Carles Casajuana

Alos diplomátic­os nos gusta hablar de los vínculos entre diplomacia y literatura y del número de diplomátic­os que han destacado como escritores. Se suele citar a Octavio Paz, a Pablo Neruda, a Saint John Perse –distinguid­os los tres con el premio Nobel–, a Lawrence Durrell, a Carlos Fuentes… La lista es larga. En España, se suele mencionar a Juan Valera, autor de Pepita Jiménez, y a Agustín de Foxá, autor de Madrid, de Corte a checa. Pero muy pocos se acuerdan de Josep Carner, el gran clásico catalán, pese a que es sin duda la máxima figura literaria de la carrera diplomátic­a española del siglo XX.

Carner, cuyas obras completas se reeditan ahora con todo el aparato crítico del que carecían, era un escritor consagrado cuando comenzó a ejercer como diplomátic­o. Cabeza visible del noucentism­e junto a Eugeni d’Ors, era considerad­o el poeta catalán vivo de más estatura literaria. Escribía en los periódicos –hubo un momento en que ejercía prácticame­nte de director de La Veu de Catalunya–, daba conferenci­as y tenía una considerab­le presencia en la vida social y cultural de Barcelona. Amigo de Unamuno y de Ortega, también era bien conocido en las tertulias literarias de Madrid.

Su ingreso en 1920 en el cuerpo consular –que pronto se había de fusionar con el cuerpo diplomátic­o– provocó una auténtica conmoción en Barcelona. Algunos lo considerar­on una deserción. Aún hoy se discuten los motivos, pero en general se acepta que lo hizo por razones económicas. Se había casado, tenía hijos, tiraba a manirroto y los altibajos de la carrera de las letras no le parecían apropiados para un padre de familia. Desapareci­do Prat de la Riba, su protector, temía hallarse sin medios para llevar el tipo de vida que le gustaba.

Las oposicione­s no le supusieron ningún obstáculo. Se enteró de la convocator­ia en septiembre de 1920, cuando el plazo de solicitud estaba a punto de cerrarse. El primer ejercicio se celebró a los qui ce días. Sacó el número cuatro y, el primero de enero de 1921 le ad dicaron la plaza de Génova, donde encontró a un cónsul general y a un canciller que le acogieron con gran simpatía, sorprendid­os de que a un hombre tan cultivado como él no le resultara enojosa la burocracia consular.

En 1924 fue destinado a Costa Rica. Se hizo amigo del presidente de la República y fue muy popular entre la colonia catalana y española. En 1926 fue destinado a Mogador (según su biógrafo Albert Manent, como castigo por los artículos satíricos sobre la dictadura qu publicaba en La Veu de Catalunya), pero no llegó a tomar posesión porque en febrero de 1927 fue destinado a Le Havre. De allí, en 1932, fue al consulado de Hendaya. Después a Madrid, al ministerio, y en enero de 1935 a Beirut, donde fue muy feliz hasta que murió su mujer y estalló la Guerra Civil.

Entre más de cuatrocien­tos diplomátic­os, fue uno de los cincuenta y cuatro que se mantuviero­n fieles a la República. Fue destinado brevemente a Bruselas, donde conoció a la que sería su segunda mujer, y de allí, como ministro consejero, a París, una de las embajadas clave para el apoyo internacio­nal a la causa republican­a. Aquella etapa fue la más brillante de su carrera. En 1938 aún fue nombrado encargado de negocios en Bucarest, cargo que equivalía prácticame­nte al de embajador, pero no llegó a tomar posesión. La derrota de la República lo impidió. Fue depurado y emprendió el camino del exilio.

Durante los dieciocho años en que ejerció la profesión, mantuvo un contacto muy estrecho con Catalunya. Una vez, en Costa Rica, le preguntaro­n si echaba de menos Catalunya y dijo que no, porque vivía en todo momento “como si dos islas más allá estuvieran las Ramblas”. Continuó publicando libros y tenía una gran presencia en los p riódicos. Colaboraba en La Veu de Catalunya y, a partir de 1928, en La Publiitat. En castellano, colaboró en El Sol de 1925 a 1936. Ortega y Gasset dijo a Josep Pla que Carner era el catalán de todos los tiempos que escribía mejor el castellano.

Además de una docena larga de libros de poesía que marcaron para siempre la poesía catalana y le merecieron la candidatur­a al Nobel y de varios libros de prosa, dejó muchos artículos sobre los países a los cuales fue destinado, artículos de costumbres, estampas memorables sobre la vida y el carácter de la gente que conocía y sobre los paisajes que veía. De estos artículos han salido dos libros –Del Pròxim Orient, sobre su estancia en Líbano, y En els tròpics, sobre Costa Rica– que sin duda se cuentan entre los mejores de diplomátic­os españoles del siglo XX sobre los países donde estuvieron.

Josep Carner habría sido un gran embajador. La Guerra Civil y el exilio truncaron su carrera, como la de tantos otros. Ignoro si es por esta razón que no se le suele recordar cuando se habla de diplomacia y literatura en España. O si es porque escribía en catalán. O por ambas razones a la vez. Quién sabe. En todo caso, es un olvido sorprenden­te.

Es un olvido sorprenden­te que no se le recuerde cuando se habla de diplomacia y literatura en España

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JOMA

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