Castro y su circunstancia
Pablo de Azcárate lo dejó claro al referirse “al extremo al que llegaba la opresión, la arbitrariedad, la injusticia sistemática, el abandono y la explotación descarada que caracterizaba al régimen que España mantuvo en vigor en las Antillas españolas durante el siglo XIX”. Lo que, por otra parte, no era tan distinto a otras situaciones coloniales de la época. Ahora bien, llegado el momento de la verdad, es decir, la segunda guerra de independencia cubana y la interesada injerencia norteamericana, lo cierto es que Estados Unidos quiso comprar Cuba y España no quiso venderla. Por esta razón Cuba fue independiente. Jesús Pabón lo explica bien en su trabajo El 98, acontecimiento internacional: El representante norteamericano en Madrid –Mr. Woodford– le dijo al ministro de Ultramar –Sr. Moret– que “Estados Unidos pagaría la suma que se fije por la compra de Cuba”, a lo que respondió Moret preguntando si “la opinión norteamericana estaría conforme con la compra de Cuba, esto es, con la anexión”, a lo que el diplomático respondió que sí. Pero el gobierno español consideró que Cuba no estaba en venta y no vendió, pese a saber lo que sucedería y efectivamente pasó: que Estados Unidos iría a la guerra. Pero pese al desastroso resultado de esta para España, en ella se halla la razón profunda de la independencia cubana. Estados Unidos no tuvo entonces pretexto para hacerse con el dominio directo de la isla, desconociendo el movimiento independentista cubano puesto en marcha por José Martí, en 1895, con el “grito de Baire”.
Ahora bien, la independencia de Cuba, en 1898, dio de sí lo que podía dar de sí estando Cuba, como toda Centroamérica –al decir de Porfirio Díaz–, “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. La intervención de Estados Unidos provocó la sustitución del régimen colonial español por un soterrado dominio americano que, bajo una apariencia de progreso, convirtió a Cuba en un peón de la estructura económica de Estados Unidos, con el fin de garantizar su explotación y convertir su independencia en un espejismo. Los campesinos siguieron inmersos en una miseria absoluta; y se concentró en La Habana un corrupto núcleo de poder vicario. Con la dictadura del antiguo sargento Fulgencio Batista, la prostitución y el juego llegaron al paroxismo. De hecho, durante los años cuarenta y cincuenta, Cuba se convirtió en una sociedad de pistoleros.
Fidel Castro fue uno de estos pistoleros en sus tiempos de estudiante. Según Hobsbawm, Fidel era “un joven vigoroso y carismático de una rica familia terrateniente, con ideas políticas confusas pero decidido a demostrar su bravura personal y a convertirse en el héroe de cualquier causa de la libertad contra la tiranía”. Ni Castro ni sus compañeros eran comunistas ni simpatizaban con el marxismo. Pero todo impulsaba al movimiento castrista hacia el comunismo: su propia ideología revolucionaria, el anticomunismo visceral del imperialismo estadounidense y la guerra fría. Además, lo cierto es que Estados Unidos trató a Castro como si fuese comunista, cuando este aún no había decidido lo que era ni si Cuba tenía que ser o no socialista. El bloqueo económico y la invasión de bahía Cochinos precipitaron los acontecimientos. A partir de ahí y a imagen de Cuba, en toda América Latina grupos de jóvenes iniciaron unas luchas de guerrilla sin ningún horizonte, bajo la bandera de Fidel o de Mao. Pero –como destaca la Historia Oxford del siglo XX–, cuando llegó el tiempo del neoliberalismo, “la existencia de una esclerótica Cuba socialista, desangrada por el bloqueo norteamericano y privada de su promotor soviético, resultaba ahora más providencial que amenazadora” para unas élites latinoamericanas que se expresaban con “una retórica compuesta de primermundismo, teoría modernizadora y anticomunismo recalentado”. Con arreglo a este pensamiento, los estados latinoamericanos redujeron sus actividades económicas y vendieron al sector privado las empresas nacionalizadas. Así lo hicieron, desde Pinochet y sus Chicago boys hasta los peronistas de Menem, pasando por el PRI mexicano de Salinas de Gortari. Después, la tradición de una revolución social al modo de la rusa de octubre de 1917 se desvaneció. Hoy, el descontento social y político se encarna de otras formas, más o menos conectadas con el populismo.
Hace unos días, en el programa informativo pilotado por Josep Cuní, se preguntó a los telespectadores si la imagen de Castro que prevalecía para ellos era la de revolucionario o la de dictador. El resultado fue que el 73% lo veía como un revolucionario y sólo el 27% como un dictador. Fue, en efecto, un revolucionario, que encarnó en su momento una ilusión de cambio universal. Fue también un dictador con una trayectoria terrible de violación de los derechos humanos. Pero, al decir tal, se olvida otro dato esencial: que las circunstancias –la historia– de su país hicieron de Castro un nacionalista cubano forjado en el sentimiento antiyanqui. Por eso, el primer grito que condensó su mensaje fue “Patria o muerte”.
Las circunstancias –la historia– de su país hicieron de Castro un nacionalista cubano forjado en el sentimiento antiyanqui