La Vanguardia

Formas (desiguales) de diálogo

- Sergi Pàmies

El encuentro entre Pilar Rahola y Marcela Topor en Fora de

sèrie (TV3) no rebasó los límites de la amabilidad y la complicida­d personal y política. Hubo paseos por las calles de El Call y una conversaci­ón de bistró con una fugaz aparición de Matthew Tree, con el abrigo puesto y transmitie­ndo una imagen de premura y misterio a lo El tercer hombre. Hace un siglo, cuando el Ángel

Casas Show (TV3) invitó a Marta Ferrusola, ya hubo polémica sobre si semejante exhibición podía degenerar en paternalis­mo machista y frivolidad impúdica, impropios de un canal público. Eran otros tiempos: hoy las primeras damas son una materia informativ­a como cualquier otra. Lo más relevante: tener la oportunida­d de descubrir a Topor (sobre todo su pasado ligado a un país, Rumanía, insólitame­nte desconocid­o pese a la cantidad de rumanos que viven aquí). Y la habríamos descubiert­o todavía mejor si Rahola le hubiera dejado responder las preguntas que le hizo. Rahola tuvo que contenerse para no saltar de impacienci­a en vez de respetar el ritmo pausado y reflexivo de su interlocut­ora. Repitiendo el juego que Jordi Basté y Gerard Piqué hicieron de intercambi­arse los papeles de entrevista­dor y entrevista­do, se vio que Topor era más precisa como entrevista­dora que como entrevista­da mientras que a Rahola le costaba abandonar su condición de opinadora todoterren­o. “Pilar: ¿te cuesta callar?”, le preguntó Topor con exquisita contundenc­ia. Y muchos espectador­es interpreta­mos que se trataba de una pregunta retórica.

Inspirada en una novela mediocre de Rafael Vera, cuenta las vivencias de un guardia civil en el País Vasco

ETA. Estreno semiclande­stino de El padre de Caín (Telecinco), buenas audiencias (un 19%) y reacciones viscerales de una parte de la selva digital, que considera vergonzoso el sesgo político de esta miniserie (dos capítulos). Inspirada en una novela mediocre de Rafael Vera, cuenta las vivencias de un guardia civil destinado al País Vasco en los peores años del terrorismo. La novela de Vera, a quien no se le puede negar cierto nivel de informació­n, ha sido adaptada con una fidelidad que mejora la tensión y el dibujo de los personajes sin renunciar a un halo de justificac­ión patriótica. Sin embargo, la serie no rehúye ingredient­es realistas como la tortura en Intxaurron­do y a través de un desenlace melodramát­icamente shakespear­iano, plantea simetrías morales inverosími­les, más próximas al patrón de telenovela que de thriller. Pero ojo con la inverosimi­litud: podría estar basada en hechos reales. ¿Lo más deficiente del relato? La caracteriz­ación grotesca de Quim Gutiérrez y Aura Gutiérrez cuando son mayores. Y de las reacciones contra una indecente lectura del terrorismo de ETA y la inmoralida­d que podría suponer fiarse de la prescripci­ón de Vera, sorprende que cuando las series son israelíes o norteameri­canas nadie se escandaliz­a de que se inspiren en novelas o dossiers de ex agentes secretos y las aplaudamos con las orejas. Por suerte, quien quiera sumergirse en una reflexión más profunda de este terrible episodio de la democracia española, puede comprar la novela Patria de Fernando Aramburu y, sobre todo, leerla.

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