La activista ugandesa que planta cara al poder
DESDE LA CÚPULA DE OXFAM INTERNACIONAL PRESIONA A LA ÉLITE POLÍTICA Y ECONÓMICA PARA REDUCIR LAS DESIGUALDADES DE UN MUNDO CON 800 MILLONES DE HAMBRIENTOS
A Byanyima, que a los 17 años huyó de la dictadura de Idi Amin, le duele el drama que viven los refugiados
La pequeña Winnie y sus cinco hermanos se acomodaban cada noche alrededor de la mesa familiar iluminada con una simple lámpara de queroseno para leer. “No éramos ricos, en casa no teníamos ni electricidad ni agua corriente, pero mis padres eran maestros y sabían que la educación es importante. Los seis, cuatro chicas y dos chicos, estudiamos en la universidad, éramos la excepción en nuestra comunidad, en Mbarara”, reflexiona Winnie Byanyima, la directora ejecutiva de Oxfam Internacional, una ingeniera aeronáutica de formación con una fecunda carrera como activista en un mundo que suma casi 800 millones de hambrientos.
A los 17 años, en pleno apogeo del gobierno de Idi Amin, huyó a Kenia y desde allí voló a Gran Bretaña como refugiada. “En esa época, cuando alguien escapaba de un dictador era fácil conseguir el asilo, por eso ahora me parece terrible la situación a la que se enfrentan los refugiados”, apuntaba Byanyima en su última visita a Barcelona para celebrar el 60.º aniversario de Intermón, la oenegé integrada en la confederación global Oxfam.
Byanyima se ha embarcado en multitud de proyectos en el mundo de la política; de la diplomacia, como representante de Uganda en Francia; de la ingeniería... Pero considera que el traje que mejor le sienta es el de activista. “Toda mi vida me he visto como una luchadora por la justicia social, ya desde mi época en la Universidad de Manchester, después en el Parlamento de Uganda, también fundando la organización por los derechos de la mujer Forum for Women in Democracy, ahora en Oxfam...”. El ambiente que respiraba en su casa era muy estimulante, su padre ocupó durante diez años un escaño en el Parlamento y su madre también batallaba por la igualdad de la mujer.
“Yo era buena en matemáticas y cuando llegué al Reino Unido quería optar a una beca universitaria. Sabía que tenía más posibilidades de obtenerla si optaba por una carrera poco usual, como Ingeniería Aeronáutica. ¿Cómo me iban a rechazar si antes ninguna otra estudiante de Uganda había cursado esta especialidad?”. Y lo consiguió. Tuvo un fugaz trabajo en las aerolíneas ugandesas y durante la guerra civil de su país se sumó al Ejército de Resistencia Nacional liderado por Yoweri Musevini, el presidente de Uganda desde 1986 y posteriormente rival político de Kizza Besigye, marido de Byanyima. Besigye volvió a caer derrotado en los comicios de este año ante el perpetuo Musevini. “No creo que mi marido vuelva a presentarse, ya está cansado, Uganda no es una democracia. Después de las elecciones lo metieron dos meses en la cárcel”, comenta Byanyima sin descartar que ella regrese en un futuro a la política. Mientras, reside en Oxford, donde está el cuartel general de Oxfam; su marido en Uganda y el hijo de ambos, un estudiante adolescente, en Connecticut. “Nuestra vida está en WhatsApp”, reconoce con resignación.
Desde hace tres años está enfrascada en la reinvención de una de las mayores y más influyentes oenegés del planeta, Oxfam, que aglutina a organizaciones no gubernamentales de 18 países, entre ellas Intermón. “El contexto global está cambiando muy rápidamente, crecen las desigualdades a causa de la ideología neoliberal que permite que haya compañías que acumulan grandes beneficios y evitan pagar impuestos. La globalización va dejando a mucha gente atrás, vemos estas migraciones no sólo por las guerras sino también por la pobreza extrema, por el hambre, por los desastres ambientales, por la quema excesiva de carbón... Así que en Oxfam presionamos a gobiernos y empresas para que cambien la situación. Nuestro gran reto es movilizar a la gente para que exija a sus gobernantes acabar con los paraísos fiscales y erradicar un modelo económico que está matando al planeta”.
Byanyima subraya que tan importante como mantener programas de asistencia humanitaria y de desarrollo en más de 90 países es consolidarse como una suerte de grupo de presión ante ese poder que marca unas reglas del juego dañinas para los más vulnerables. “Si por ejemplo antes ayudábamos a construir escuelas en India ahora apoyamos a su sociedad civil a que se movilice para exigir sus derechos, que reclame una educación gratuita, mejor sanidad... Ayudamos a crear coaliciones para luchar contra la corrupción, contra leyes homofóbicas, contra injusticias.” Y cita una última victoria: “En Uganda formamos parte de una alianza para pedir al Banco Mundial (BM) que dejara de prestar dinero a una compañía que estaba construyendo una presa sin los mínimos estándares de calidad, con impactos contra el medioambiente y contra las comunidades de la zona. El BM siguió dando dinero a firmas sospechosas, nosotros los acusamos de formar parte de esa corruptela, hasta que finalmente cortó la financiación”.