El mejor maestro de Nueva York que reniega de la escuela
TRAS HABER SIDO PROFESOR DEL AÑO DEL ESTADO DE NUEVA YORK (1991) DIMITIÓ. EN UNA CARTA QUE SE PUBLICÓ EN ‘THE WALL STREET JOURNAL’ LO ARGUMENTA: LA ESCUELA NOS CONVIERTE EN UNA HORMIGA MÁS DEL SISTEMA
Fue profesor durante treinta años de alguno de los mejores colegios de Nueva York y de alguno de los peores que dejaron de serlo a su paso. Asegura que no le hizo falta mucho tiempo para darse cuenta de que el sistema educativo se encarga de forma muy eficaz de moldear las mentes de los jóvenes convirtiéndolos en “bellos durmientes del sistema”. Taylor nunca fue un acomodado o un cínico así que se dedicó a hacer lo que pudo para formar a sus estudiantes de acuerdo a unos criterios aparentemente muy ambiciosos pero que consiguió, asegura, sin grandes esfuerzos: “Cualquier educación que sea buena, debería transformarte en un individuo único, y no en un conformista, debería proveerte con un espíritu original para que puedas enfrentarte a los grandes desafíos, debería permitirte encontrar los valores que serán el plano por el cual te guiarás en el transcurso de tu vida; deberían enriquecerte ”. No es sólo teoría, ahí por donde pasaba Taylor dejaba su rastro. Fue nombrado Mejor Profesor de la ciudad de Nueva York, en 1989, 1999 y 1991, y Profesor del Año del estado de Nueva York en 1991.
“Me puse manos a la obra para sorprender a mis alumnos (13 años) haciéndoles descubrir que interactuar cara a cara es mucho más interesante y gratificante que mirar el mundo empaquetado de las pantallas. Mi objetivo era ayudarles a deshacerse de las vidas como espectadores que les habían asignado, y convertirlos en gente que actuaba”. Envió a sus estudiantes a hacerle frente a la vida mandándoles a expediciones (no más de tres chicos juntos), para hacer trabajos sobre barrios, abriendo la economía a sus negocios y los tribunales a sus denuncias (trabajadas, valoradas y bien argumentadas), llenando los foros púbicos con sus discursos, y realizando muchas horas de servicio a la comunidad, de ayuda voluntaria con responsabilidad, en la que tenían algo real que hacer, y si no lo hacían se producían daños. “Tuve un niño, en quién no confiaba mucho, sosteniendo la mano de los pobres que reciben gotas intravenosas en un hospital de Manhattan: su transformación fue brutal. Cuando los niños tienen verdadera responsabilidad, hacen grandes cambios en sus vidas. Decenas de esos niños volvieron años después y me contaron que la experiencia de ayudar a alguien había cambiado sus vidas”.
Sus estudiantes (incluidos los de barrios muy pobres), formados en el pensamiento independiente y el espíritu emprendedor, obtuvieron grandes logros y premios, y llegaron a lanzar proyectos útiles. En 1991 Taylor fue nombrado Profesor del Año del estado de Nueva York. Era el héroe del momento, pero cuando explicó cómo lo había logrado entró directamente en la lista negra del sistema educativo estadounidense que le tildó de subversivo y rebelde. Ese mismo año dimitió y explicó las razones de su retirada en una carta que se publicó en The
Wall Street Journal: “Vivimos en una época de profunda crisis escolar. (...) Las escuelas y la escolarización son crecientemente irrelevantes para las grandes empresas del planeta. Nadie cree ya que los científicos son enseñados en clases de ciencias o los políticos en clases de civismo. La verdad es que las escuelas lo que enseñan es a obedecer órdenes. Hemos de entender que la institución educativa escolariza muy bien, pero no educa, algo por completo inherente al diseño organizativo. ¿Usted se puede imaginar un colegio en el cual los niños desafían las ideas preconcebidas? ¿O que tra-
bajan solos, sin ser guiados por un profesor? ¿O que definen sus propios problemas...?”, esas son algunas de las diez habilidades que la escuela de Harvard considera como esenciales para poder adaptarse a los nuevos desafíos del mercado laboral del siglo XXI y que Taylor analiza. Desde que se retiró, ha sido un incansable defensor de la reforma de la escuela, ha dictado conferencias por todo el planeta y ha escrito varios libros que se han convertido en clásicos. Se acaba de publicar en España Armas de destrucción masiva (Alfaguara) que ha vendido en Estados Unidos cientos de miles de ejemplares como el ya clásico Dumbing us down (Entonteciéndonos), en el que analiza la influencia de la escuela en los niños ofreciendo sustanciosos datos y análisis. Asegura que la escuela confunde a los alumnos presentándoles un conjunto incoherente de información que deben memorizar. “Cada día las escuelas refuerzan lo absoluto y arbitrario que es realmente el poder al conceder y denegar acceso a necesidades fundamentales de lavabos, agua, privacidad y movimiento”. Afirma también que otra de las lecciones que enseña la escuela es que la autoestima es provisional a través de las notas, informes escolares o tests estandarizados. “Los exámenes son la varita mágica que establece una falsa clasificación entre los escolarizados”. Defiende que la escuela convierte a los estudiantes en consumidores del punto de vista de otra persona tal y como hace la televisión, así pierden todo juicio crítico y acaban careciendo de todo propósito propio. También defiende que las escuelas, con el ciclo recompensa castigo, promueven la dependencia emocional y la dependencia intelectual. Pero Taylor tiene esperanza, asegura que tras treinta años en las trincheras de la enseñanza pública ha llegado a la conclusión de que la genialidad es tan abundante como la suciedad.
Docente durante 30 años, sostiene que “la institución educativa escolariza muy bien pero no educa”