El recurso de la pena
La presunta estafa del padre de la niña Nadia Nerea ha puesto el dedo en la llaga de la mala praxis periodística. De cómo los informadores nos dejamos deslumbrar por relatos lastimeros, como si los afligidos siempre fueran portadores de la verdad y no hubiera que cuestionar su historia también. Y más si hay niños de por medio. Sorprende la actitud de ciertos programas de televisión que dieron cobertura a los delirios del progenitor, Fernando Blanco, al descubrir el engaño. En lugar de pedir disculpas a los espectadores exigen respuestas del supuesto embustero. ¿Pero cómo que nos mentiste? A todos los periodistas nos pueden colar un gol, aquí no hay nadie que se salve. Pero en este caso la falta de verificación alcanza dimensiones estratosféricas. En defensa de la profesión, cabe destacar que la impostura fue descubierta por periodistas que sí hicieron bien su trabajo. Dejando aparte la historia del médico escondido en una cueva de Afganistán, es conocido que la gran mayoría de afectados por enfermedades minoritarias tienen detrás una institución médica que les avala en sus colectas de fondos para financiar tratamientos. El dinero recaudado no suele emplearse además en un caso concreto, el niño tal o cual, sino que va a parar a un equipo de especialistas que investiga sobre una enfermedad particular. Así se benefician todos los posibles afectados. Cuestión aparte merecen los casos de familias que piden dinero para financiar los cuidados de un pariente enfermo o dependiente. Pero aquí cabe plantearse algo más: la necesidad de que los ciudadanos exijan una mejor financiación de la sanidad pública y su cobertura. De lo contrario corremos el riesgo de caer en el recurso de la pena para conseguir lo que nos corresponde por derecho, de sustituir la justicia social por la beneficencia.