Europa en el balneario
EUROPA recuerda a esos dos viejos artistas amigos, Michael Caine y Harvey Keitel, de La juventud , de Paolo Sorrentino, que se reencuentran en un balneario de los Alpes suizos y charlan en una piscina hasta que, de repente, entra en el agua una impresionante mujer desnuda que es miss Universo. Los dos ancianos son incapaces de pronunciar una palabra durante la escena, así que permanecen como anestesiados en su contemplación. Al parecer, Sorrentino no les acabó de explicar la secuencia para que su cara de sorpresa fuera lo más real posible. La miss representaría el futuro y, ante su desconcertante presencia, la vieja Europa sólo puede abrir la boca de admiración, sin capacidad para actuar. El futuro puede ser bello, pero sobre todo está lleno de oportunidades si sus dirigentes son capaces de abordarlas con inteligencia, coraje y amplitud de miras. A Caine y Keitel, como parece que le ocurre a Europa, sólo les resta el refugio de la nostalgia.
Esta semana la UE celebró el 25.º aniversario de la firma del tratado de Maastricht. La aceptación del documento suponía avanzar en política exterior y seguridad, y en asuntos de justicia y e interior. A la vista de los errores cometidos, podría decirse que el tratado no ha envejecido bien –como los protagonistas de La juventud–, entre otras razones porque se ha perdido liderazgo, ha faltado decisión y no se han dado respuestas a los problemas sobrevenidos. ¿Dónde están los Kohl, Mitterrand, Major, González o Andreotti? El presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, bromea diciendo que al menos él y el euro han sobrevivido (entonces era ministro de Finanzas de Luxemburgo), pero ha advertido que una UE deconstruida (como la tortilla de patatas que Adrià servía en copa) no tiene sentido. La victoria de Trump debería ser un reto para que Europa progresara en política exterior, seguridad y defensa. Y que se atreviera a ser, de una vez, una potencia, no un simple actor de reparto.