Estilos y palabras de viejo sabor democristiano

Los analistas más veteranos se sienten cómodos con la última crisis de gobierno italiana. Han rejuvenecido. Ven lenguajes, estilos y actitudes que les resultan familiares. Han pasado 25, 30 o 40 años, pero ciertos esquemas no han cambiado demasiado porque están en el ADN político. Se ha hablado estos días de governissimo (un ejecutivo de amplia base parlamentaria para un tiempo breve) y de governicchio (un gobierno de escasa autoridad y solidez). Son términos que pertenecen a la larga fase política abierta después de la Segunda Guerra Mundial, caracterizada por la inestabilidad (o tal vez una estable inestabilidad), la brevedad de los gobiernos y una incesante rotación de personas, casi siempre las mismas, ocupando cargos diversos. El mayor exponente de esta época fue el democristiano Giulio Andreotti (1919-2013), que fue siete veces primer ministro y ocupó diversas carteras importantes en otros gobiernos. La actual crisis recuerda en parte a aquellos tiempos por su sinuosidad, por sus elementos teatrales y por la historia política de algunos de sus principales protagonistas. El presidente de la República, Sergio Mattarella, de 75 años, fue diputado y dos veces ministro cuando militaba en la Democracia Cristiana, el principal partido italiano hasta que fue disuelto en 1994 tras el escándalo de corrupción Tangentopoli. También fueron democristianos, de muy jóvenes, ministros actuales como el de Cultura, Dario Franceschini. El mismo Renzi proviene de ese ambiente sociológico. Su padre fue concejal democristiano en un pueblo de Toscana. Un rasgo del modo de hacer democristiano era que aplicaba la frase más célebre de El

Gatopardo, aquella que afirmaba que era necesario cambiarlo todo para que todo siguiera igual. Así eran muchas crisis de gobierno y, en parte, también ocurre ahora. Mattarella es democristiano hasta en el porte. Cargado de espaldas, de lejos parece incluso Andreotti, aunque seguramente ha leído menos a Maquiavelo.