La Vanguardia

El fútbol español y el fisco

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EL fútbol en España sigue siendo una actividad muy peculiar. Tiene todos los ingredient­es de una actividad económica importante –Real Madrid y FC Barcelona superan los 500 millones de euros en ingresos–, recibe una cobertura mediática amplísima y, sin embargo, se mantiene dentro de cauces sentimenta­les gracias a la pasión, juvenil en muchos casos, del aficionado. Esta combinació­n ayuda a entender la singular relación que existe entre las estrellas de la Liga española y la Agencia Tributaria.

Durante el franquismo, el fútbol adquirió la mala fama de ser el “pan y circo” del pueblo. Hoy, decenios después, el fútbol no sólo no ha caído a un lugar secundario, sino que además ha ganado relevancia mediática y respetabil­idad en la sociedad. Nadie se avergüenza de ser seguidor de un equipo y ya nadie se atreve a asociar al aficionado con una persona exenta de inquietude­s intelectua­les. Con este ambiente, no es de extrañar que las sucesivas administra­ciones hayan mimado al fútbol. Bajo el mandato de Felipe González, en 1995, el gobierno llegó a impedir que dos clubs –Sevilla y Celta de Vigo– fueran descendido­s por sus deudas, lo que obligó incluso a ampliar la competició­n a 22 equipos a fin de no solivianta­r a los que iban a ocupar las dos plazas (diez años más tarde y en una situación similar, el Elche sí fue penalizado).

Otro antecedent­e significat­ivo fue la llamada ley Beckham, aprobada en el 2005. Se trataba de ofrecer una imposición benévola (del 24%) a extranjero­s que residieran en España con los tramos más altos. La idea del gobierno Aznar era incentivar la llegada de altos ejecutivos y de millonario­s, pero también, como hizo David Beckham, fomentar que las estrellas del fútbol eligiesen la Liga española y no la inglesa o la italiana, las competidor­as en la pugna por el mercado televisivo internacio­nal. No acaban aquí los guiños al fútbol: la deuda de los equipos con Hacienda alcanzó cotas escandalos­as y su solución consistía, a menudo, en la inyección de fondos públicos con la excusa del arraigo que todo club de fútbol tiene en su ciudad o pueblo.

Poco a poco –y gracias en parte a la dureza de la crisis–, la sociedad española ha empezado a distinguir el corazón de la cartera. Una de las derivacion­es de la citada ley Beckham fue que los derechos de imagen quedaban al margen de la fiscalidad española, lo que permitía mantener un trato singular hacia las estrellas extranjera­s y desincenti­var que fichasen por otras ligas. Este agujero negro ya fue corregido por la Administra­ción española, que obliga a que estos ingresos tributen en nuestro país, donde al fin y al cabo ejercen su profesión. La estrella del FC Barcelona Leo Messi ha sido la primera gran

pieza en esta campaña para terminar con los privilegio­s de las figuras y ahora, con notables diferencia­s de trato y celeridad, la investigac­ión recae en Cristiano Ronaldo, el futbolista que más ingresa del mundo, con 77 millones de euros anuales, según Forbes. Tampoco José Mourinho pagó un céntimo de impuestos por derechos de imagen pese a que su empresa, el Real Madrid, le ingresaba dos millones de euros anuales en una sociedad irlandesa.

La sensación, fundada, de impunidad para el Real Madrid y doble rasero para las estrellas en general está tocando a su fin. Al igual que la barra libre para las deudas de los clubs con la Agencia Tributaria. La benevolenc­ia se acaba y más que lo hará si la UE cumple su palabra y obliga a todas las entidades del continente a actuar bajo las mismas normas fiscales.

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