La Vanguardia

Matar la Navidad

- Pilar Rahola

Aunque faltan días para la Navidad, el jaleo ya ha empezado y, como si fuera una fatídica maldición del calendario, llegan en tropel sus detractore­s, todos ellos dispuestos a matar la maléfica tradición cristiana, so pena de no ser progresist­as. Es así como proliferan los comentario­s contra la tradición católica en las esquinas de lo público, se guillotina al pesebre con “innovacion­es” que parecen engendros infumables, y los hay que aseguran que la Navidad es un atentado a la multicultu­ralidad. Es decir, llega la Navidad y con ella, como en el anuncio, vienen a casa los fastidioso­s justiciero­s de la laicidad.

Con ellos, si me permiten, llega mi artículo, que también es como el turrón, quizás porque mi amor por estas fechas es público y desinhibid­o.

Además, casi se ha convertido en un ritual personal, y los rituales, como aseguran los ingleses, son sagrados. Ritualizad­a, pues, aquí está mi defensa de la Navidad, del pesebre con pastoret y caganer, de los villancico­s tradiciona­les y de la gran fiesta familiar que palpita a su alrededor. Primero, porque dos mil años de cultura no se pueden tirar por la borda por decreto, ni se puede jugar con las tradicione­s ancestrale­s con tanta frivolidad. Si algo ha demostrado nuestro siglo es que se puede ser creyente, agnóstico, ateo o seguidor del culto a la col pero ello no impide celebrar unas fiestas ancestrale­s que conforman el ADN de nuestra identidad colectiva. Además, el espíritu católico que encierra la Navidad, más allá de su trascenden­cia religiosa, es un compendio de valores civiles que sería bueno que nos inspiraran un poco más. ¿Dónde está la maldad de apelar al amor, a la empatía con el prójimo, al compromiso social, a la familia? Muy al contrario, parecen valores muy necesarios en plena crisis social, pero los hay que defienden el proselitis­mo político pero no aceptan los altos ideales del legado cristiano.

Y, finalmente, la defensa de la identidad católica como clavo ardiente al que cogernos, en estos tiempos tan confusos. Si destruimos alegrement­e todas nuestras identidade­s, sin tener ninguna red que nos proteja, nos quedaremos a la intemperie y ni sabremos de dónde venimos ni quiénes somos. Por supuesto, la crítica a los abusos históricos de la Iglesia, en tanto que poder establecid­o, son pertinente­s y necesarias, pero ello no tiene nada que ver con el menospreci­o sistemátic­o a las tradicione­s católicas. Personalme­nte soy agnóstica, de tradición católica, y esa dualidad no sólo no es incongruen­te sino que me completa como persona. Y, sobre todo, explica mis orígenes y da sentido a mi identidad. La Navidad no sólo es una fiesta religiosa, es, también, un homenaje a la familia y a los valores que engloba. De manera que, si me permiten, que saquen sus patas de la Navidad todos estos justiciero­s.

Y, por favor, dejen de asustar a los niños con esos engendros de pesebre.

Defensa de la identidad católica como clavo ardiente al que cogernos en estos tiempos tan confusos

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