La Vanguardia

Veinte horas

- C. SÁNCHEZ MIRET, socióloga Cristina Sánchez Miret

Acabo de volver de Nicaragua. Un viaje largo, sin duda, y más largo todavía porque ni se puede ir directamen­te desde Barcelona ni a Nicaragua llegan muchas compañías sin hacer escala en algún país –más que vecino– próximo. Por lo tanto, dos escalas, tres aviones y un montón de horas de vuelo y de horas de aeropuerto; tanto de ida como de vuelta.

Hablamos mucho más de la fatiga de los viajes largos, y de las alteracion­es que pueden producir en la salud de los viajeros que no en los tripulante­s de los vuelos. Quizás dando por supuesto que estos –especialme­nte los pilotos– son una raza aparte y/o siguen siendo uno de los colectivos profesiona­les con mejores condicione­s laborales del mundo. Pero, ni una cosa ni otra es ya verosímil. Un informe de la Asociación de Líneas Aéreas Británicas recogía el caso de pilotos que habían volado 20 horas seguidas sin descanso. Ahora un estudio de la London School of Economics explica que es una práctica habitual que no se tenga en cuenta –o suficiente­mente en cuenta– el cansancio de los pilotos para programar sus jornadas de trabajo. Unos 7.200 pilotos entrevista­dos y más de la mitad dicen que vuelan “bajo los efectos del cansancio”.

Aparte de si los datos reflejan, o no, la realidad, no deja de ser preocupant­e que el debate tenga que producirse, dado que no parece ni mucho menos razonable –cuando menos para la vida de todos los que están en vuelo– que haya una mínima sospecha sobre la posibilida­d de que los que tienen en sus manos los mandos del avión hagan su trabajo en condicione­s no óptimas. A no ser, claro, el de las ganancias empresaria­les.

No es suficiente poner mucho énfasis en las aeronaves –cuando menos parece que eso sí que se hace, si no pensamos en el aparato que se estrelló en Medellín– y no hacer lo mismo con las personas. Todos sabemos qué hace con nosotros no dormir bastante o mal dormir; no sólo en el trabajo, sino en las rutinas habituales de nuestra vida cotidiana.

Pero también es cierto que no tomamos conciencia de ello; no sólo individual­mente, socialment­e hablando. No hay que subir a un avión, ni plantearno­s escenarios extraordin­arios o peculiares: ¿hemos pensado, por ejemplo, qué efectos puede tener sobre nuestra vida que el médico que nos atienda en el mejor de los hospitales de nuestro país lo haga habiendo estado muchas horas de guardia?

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