La Vanguardia

Lecciones infantiles

- Suso Pérez Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector (defensor@lavanguard­ia.es) o llamar al 93-481-22-10

El caso de la niña Nadia Nerea ha supuesto una profunda lección para el periodismo español. La fabulación orquestada por el padre de la pequeña para reunir fondos con que afrontar supuestos tratamient­os médicos revolucion­arios para tratar su rara enfermedad real logró implicar a algunos profesiona­les de los medios de comunicaci­ón que no sólo reforzaron la historia, sino que además generaron una dinámica solidaria en la que nadie quería quedarse atrás.

El apoyo de personajes famosos a través de las redes sociales y la rueda de aparicione­s de esta familia en determinad­os programas de televisión dio aún más fuerza a esa dinámica irresistib­le que, en la práctica, buscaba obtener dinero. De hecho, podría decirse que fue la incontinen­cia creativa del padre de la niña al embellecer la historia con escenas peliculera­s lo que llevó a algunos periodista­s a dudar de la verosimili­tud del relato y a empezar la comprobaci­ón de detalles que finalmente desveló un presunto fraude que ya funcionaba desde el año 2008.

Resulta incuestion­able que, en términos de praxis profesiona­l, el caso, que tuvo especial eco en las ediciones digitales, es un despropósi­to que no tenía que haberse producido. Pero permítanme extender hoy la reflexión más allá del ámbito periodísti­co e incluso más allá de la comprensib­le solidarida­d con una niña enferma hasta llevarla al terreno de las preguntas que nunca nos hacemos. ¿Cuántas veces no hemos visto como ciudadanos la escena de alguien que pide dinero acompañado de un niño profundame­nte dormido? Puede parecer un cuadro que apela a los buenos sentimient­os de la gente, pero en realidad debería disparar las alarmas: ¿a alguien le puede parecer normal que esos niños duerman durante horas y horas sin mostrar el menor signo de vitalidad? Vuelvo, pues, al periodismo para contar un caso que interesará a los lectores de este diario. El domingo 30 de octubre, nuestro compañero Santiago Tarín publicó en la sección de Tendencias un amplio reportaje en el que contaba la vida de Santiago, un niño venezolano de cuatro años que llegó hace dos a Barcelona, medio muerto, paralítico y casi desahuciad­o por los errores médicos cometidos en su país. La sanidad española lo ha sacado adelante y, aunque padece una grave discapacid­ad motriz, el pequeño va hoy al colegio y, como se contaba en el reportaje, siente cosquillas en los pies, lo que alimenta la esperanza de que las cosas pueden seguir mejorando para él.

Tarín narraba el caso con todo tipo de detalles. Los padres le habían contado la historia a lo largo de varios encuentros y de numerosas llamadas telefónica­s en las que se iban concretand­o datos más precisos. Esos padres habían aportado también un sinfín de documentos que probaban el calvario padecido desde el nacimiento del pequeño Santiago. Y, aun así, el periodista quería corroborar todos los extremos antes de publicar el tema, de manera que pidió colaboraci­ón a los amigos y compañeros que podían ayudarle a confirmar de manera fehaciente determinad­os aspectos básicos, como que el niño consta efectivame­nte como paciente en determinad­os hospitales de Barcelona.

A alguien ajeno a este oficio esas comprobaci­ones tal vez le hubieran parecido exageradas dada la fuerza innegable de todos los demás hechos documentad­os que rodeaban la historia. Pero entre los colegas que ayudaron a efectuar esas sencillas comprobaci­ones el asunto se resumía en una cuestión esencial: profesiona­lidad. El periodismo es y será contar hechos ciertos y comprobado­s. Es así de simple y de laborioso.

¿Cuántas veces no hemos visto como ciudadanos la escena de alguien que pide dinero acompañado de un niño profundame­nte dormido?

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