La Vanguardia

¡Hasta la victoria siempre!

- JOAN DE SAGARRA

Tenía pensado escribir algo sobre Fidel Castro. No es que sea un santo de mi devoción, pero no deja de ser, para bien o para mal, uno de los grandes personajes de la segunda mitad del pasado siglo. Cuando el barbudo Fidel y sus camaradas echan a Batista de Cuba y se hacen con el poder, yo me disponía a hacer la mili. En Talarn coincidí con algunos chicos, algo mayores que yo, que decían ser comunistas o marxistas y que me lo pusieron por las nubes. Terminada la mili me fui a Francia, y en la Sorbona conocí, en un curso del filósofo Vladímir Jankelevit­ch, a un par de mozos franceses que se definían como castristas de pura cepa: uno de ellos había estado en Cuba y había, me dijo, tratado al Comandante. En aquel París de comienzos de los años sesenta, la figura de Fidel Castro, en el mundo universita­rio e intelectua­l, germanopra­tino, tenía un peso bastante superior al que encontrarí­a poco después en el mundo intelectua­l barcelonés. Aquí había castristas, pero en muchas ocasiones su castrismo se reducía a hacer cola ante el pabellón de Cuba de la Feria de Muestras y estrechar la mano del cónsul o del representa­nte de la república cubana, el cual, en señal de agradecimi­ento, te obsequiaba con un cigarro habano. Yo hice esa cola. Eran los años en que el antiameric­anismo estaba de moda, y mi amigo Quico Pi de la Serra me hacía tragar, quieras no quieras, aquella cancioncit­a sobre “el glorioso comandante” Che Guevara…

Pero un buen día, José Agustín Goytisolo me citó en la terraza del Sandor y me contó la triste historia del poeta Ernesto Padilla, homosexual, perseguido y encarcelad­o por el Gobierno cubano, y me conminó a que escribiese un artículo denunciand­o aquella salvajada, cosa que hice sin rechistar (en realidad el artículo me lo dictó él). Desde entonces han pasado muchos años y la figura de Fidel Castro, el Castro de Sierra Maestra, el Castro de “la crisis de los misiles”, de su relación con Hemingway y García Márquez, de la famosa foto de la zafra de 1970 junto a Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre..., ya no me decía nada. Hasta que se hizo pública la noticia de su muerte. De hecho, esa muerte ya se había producido mucho antes. Según cuenta el escritor Leonardo Padura, el Viejo ya no pintaba nada para los cubanos. Se lo habían sacado de sus vidas por haber durado demasiado, por no haber sabido desaparece­r a tiempo, gloriosame­nte, como el Che o Camilo Cienfuegos. Jamás sería un héroe como ellos. Cuando murió era ya una momia, una momia más bien triste. Hasta tal punto que, cuando su hermano Raúl hace público el restableci­miento, gracias al papa Francisco, de las relaciones diplomátie­n cas con los Estados Unidos, la figura de su hermano no aparece por ninguna parte. Cuando Raúl Castro informa del hecho en la tele, está rodeado de los retratos de José Martí, de Máximo Gómez y de Antonio Maceo, tres héroes de la guerra de la independen­cia, del siglo XIX. Fidel no existe, con gran indignació­n de los cubanos de Miami, que se niegan a aceptar ese restableci­miento de las relaciones sin un inventario del castrismo.

He seguido con una cierta curiosidad las reacciones que han suscitado aquí y en Francia la muerte y los funerales del líder Máximo. Aquí, hemos mandado a Cuba al rey emérito, otra momia como el propio Fidel, dicho sea con mi respeto hacia don Juan Carlos de Borbón. En Francia, han mandado a su ministra de la Ecología, Ségolène Royal, la madre de los hijos del presidente François Hollande, otra momia en agraz. Pero así como el Borbón se ha mostrado calladito, la exmujer de Hollande se ha despachado calificand­o –au nom de la France!– a Fidel de “monumento de la historia”, vamos, como “un cristo libertador”, según el editoriali­sta de Le Figaro.

Tenía curiosidad por ver qué decía Jean Daniel de esa muerte. Jean Daniel, con sus 96 años, es uno de los decanos, por no decir el decano del periodismo internacio­nal. Empezó 1945, en el Combat de Camus. En 1954 formó parte del equipo fundador de L’Express –en el que cubrió la guerra de Argelia–, y diez años más tarde, tras una breve temporada en Le Monde, se convirtió en el director y editoriali­sta de Le Nouvel Observateu­r, hoy L’Obs (y en el que sigue escribiend­o día sí día no). Jean Daniel es un ser afortunado: el 24 de octubre de 1963, entrevistó al presidente Kennedy en la Casa Blanca, un mes antes de que lo asesinasen, y el 22 de noviembre de 1963, almorzaba con Castro en Varadero, almuerzoen­trevista durante el cual ambos comensales tuvieron noticia del asesinato de Kennedy. Daniel lo contó (7 de diciembre) en The New Republic. ¿Qué dice Daniel de esa muerte? Pues que Castro le caía simpático, como, en un principio, le caía a Kennedy. Kennedy le dijo a Daniel que Cuba era “el burdel” de Estados Unidos y que Castro hizo bien en poner fin a todo aquello. Pero luego se lio, o le liaron, con los soviéticos y a punto estuvo de provocar una tercera guerra mundial, y eso… Daniel habla del “côté Depardieu” de Fidel en lo que respecta a la política: “Pasaba del lirismo estruendos­o a la rabia inagotable”. Pese a haber conversado con él durante dieciséis interminab­les horas, Daniel no acierta a comprender las razones ideológica­s o de otro tipo por las que el político cubano se expuso al riesgo de una guerra nuclear.

Cuando Raúl Castro despedía las cenizas de su hermano, soltó la famosa frase: “¡Hasta la victoria siempre!”. La misma frase, junto a la imagen del Che, que figura en el Zippo con el que suelo encender mis habanos. Eso es todo lo que me queda de aquellos barbudos de los que con tanto entusiasmo me hablaban mis compañeros en el campamento de Talarn.

La muerte de Fidel Castro ya se había producido mucho antes; cuando falleció era una momia más bien triste

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RAFAEL PÉREZ / REUTERS / ARCHIVO Fidel Castro, durante la conmemorac­ión del día de la Revolución del año 2004
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