La Vanguardia

Una mirada positiva

- Juan José Omella J. J. OMELLA, arzobispo de Barcelona

En los últimos años se habla de la crisis que sufrimos consideran­do de manera exclusiva las consecuenc­ias económicas, como el paro, el rescate del sistema bancario, etc. Hoy quiero hablar del hombre, de la persona. Y lo hago siguiendo la línea medular que vertebra lo mejor de la Doctrina Social de la Iglesia. Hablar de la crisis desde la perspectiv­a del hombre no es evadirse de la realidad, ni camuflarla, es ir al centro de la crisis, que, a mi entender, va más allá de la economía y las finanzas.

Hay que enfatizar las razones que tenemos –creyentes y hombres y mujeres de buena voluntad– para no dejarnos invadir, y menos paralizar, por el pesimismo que lo acapara todo. Es verdad que la crisis sigue siendo dura y penosa, especialme­nte para algunos. Pero no podemos perder la esperanza ni las ganas de luchar por salir de la crisis y las dificultad­es. A veces se oye decir “todo está muy mal y no hay nada que hacer”. Los primeros cristianos, que nunca se dejaron vencer por el pesimismo, nos enseñaron a no dejarnos agobiar por el desánimo. Sí, los verdaderos seguidores del Maestro, en todos los tiempos, circunstan­cias y lugares, han vivido con fuerza y energía tres actitudes que el papa Juan Pablo II propuso en su exhortació­n Ecclesia in

Europa. Las hago mías y os las propongo para estar a la altura de las circunstan­cias en tiempos difíciles.

La primera actitud hace referencia a la nueva perspectiv­a con que tenemos que mirar y contemplar el mundo y la sociedad. Una mirada positiva que no es excusa para no reconocer las sombras, errores y pecados de nuestro tiempo, pero que, al mismo tiempo, ayuda a reconocer, valorar y potenciar lo que hay de positivo en el corazón y la cabeza de las personas y en la historia que nos toca vivir.

En segundo lugar, si nos servimos de esta mirada positiva –disfrutado del discernimi­ento evangélico– crecerá nuestra conciencia de unidad. Hay que decir que no hay nada peor y más destructor que la división, la desconfian­za y el aislamient­o. Sólo se puede construir desde la unidad y la comunión. Para los creyentes, es algo innegociab­le que donde hay caridad y amor, allí –y sólo allí– hay Dios.

Finalmente, la tercera actitud que se nos exige es una gran dosis de esperanza. Sin esperanza no se puede evangeliza­r. Y nosotros, los cristianos, no podemos olvidar que estamos en el mundo para evangeliza­r, para dar razón de nuestra fe, de nuestra esperanza; para cambiar nuestro mundo y hacerlo más fraterno y habitable.

El mensaje de Jesús es de esperanza. ¿Si nosotros no vivimos la esperanza, que se fundamenta en la presencia del Resucitado, qué anunciamos entonces? ¿Cómo podrán los hombres y mujeres de nuestro tiempo, nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, aceptar nuestro mensaje?

Acabo haciéndome y haciéndoos la pregunta siguiente: ¿no tendría que ser nuestra actitud la de reconocer, valorar y estimular los valores positivos que encontramo­s en nuestro entorno? ¡Cómo es de importante la calidad de la mirada! Tanto que, cuando acabó la creación del mundo y del hombre, “Dios vio que todo eso era bueno” (Gn 1, 10). ¡Cuánto de bien nos hará esta mirada de Dios! Aunque sabemos que esta mirada positiva y agradecida no puede impedir que seamos realistas, es importante no perderla y hacerla crecer en nuestra vida.

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