Una mirada positiva
En los últimos años se habla de la crisis que sufrimos considerando de manera exclusiva las consecuencias económicas, como el paro, el rescate del sistema bancario, etc. Hoy quiero hablar del hombre, de la persona. Y lo hago siguiendo la línea medular que vertebra lo mejor de la Doctrina Social de la Iglesia. Hablar de la crisis desde la perspectiva del hombre no es evadirse de la realidad, ni camuflarla, es ir al centro de la crisis, que, a mi entender, va más allá de la economía y las finanzas.
Hay que enfatizar las razones que tenemos –creyentes y hombres y mujeres de buena voluntad– para no dejarnos invadir, y menos paralizar, por el pesimismo que lo acapara todo. Es verdad que la crisis sigue siendo dura y penosa, especialmente para algunos. Pero no podemos perder la esperanza ni las ganas de luchar por salir de la crisis y las dificultades. A veces se oye decir “todo está muy mal y no hay nada que hacer”. Los primeros cristianos, que nunca se dejaron vencer por el pesimismo, nos enseñaron a no dejarnos agobiar por el desánimo. Sí, los verdaderos seguidores del Maestro, en todos los tiempos, circunstancias y lugares, han vivido con fuerza y energía tres actitudes que el papa Juan Pablo II propuso en su exhortación Ecclesia in
Europa. Las hago mías y os las propongo para estar a la altura de las circunstancias en tiempos difíciles.
La primera actitud hace referencia a la nueva perspectiva con que tenemos que mirar y contemplar el mundo y la sociedad. Una mirada positiva que no es excusa para no reconocer las sombras, errores y pecados de nuestro tiempo, pero que, al mismo tiempo, ayuda a reconocer, valorar y potenciar lo que hay de positivo en el corazón y la cabeza de las personas y en la historia que nos toca vivir.
En segundo lugar, si nos servimos de esta mirada positiva –disfrutado del discernimiento evangélico– crecerá nuestra conciencia de unidad. Hay que decir que no hay nada peor y más destructor que la división, la desconfianza y el aislamiento. Sólo se puede construir desde la unidad y la comunión. Para los creyentes, es algo innegociable que donde hay caridad y amor, allí –y sólo allí– hay Dios.
Finalmente, la tercera actitud que se nos exige es una gran dosis de esperanza. Sin esperanza no se puede evangelizar. Y nosotros, los cristianos, no podemos olvidar que estamos en el mundo para evangelizar, para dar razón de nuestra fe, de nuestra esperanza; para cambiar nuestro mundo y hacerlo más fraterno y habitable.
El mensaje de Jesús es de esperanza. ¿Si nosotros no vivimos la esperanza, que se fundamenta en la presencia del Resucitado, qué anunciamos entonces? ¿Cómo podrán los hombres y mujeres de nuestro tiempo, nuestros familiares, amigos y compañeros de trabajo, aceptar nuestro mensaje?
Acabo haciéndome y haciéndoos la pregunta siguiente: ¿no tendría que ser nuestra actitud la de reconocer, valorar y estimular los valores positivos que encontramos en nuestro entorno? ¡Cómo es de importante la calidad de la mirada! Tanto que, cuando acabó la creación del mundo y del hombre, “Dios vio que todo eso era bueno” (Gn 1, 10). ¡Cuánto de bien nos hará esta mirada de Dios! Aunque sabemos que esta mirada positiva y agradecida no puede impedir que seamos realistas, es importante no perderla y hacerla crecer en nuestra vida.