La Vanguardia

MIEDO La sociedad que teme

Los cambios sociales y la incertidum­bre alimentan sentimient­os de conservaci­ón y protección

- JOSEP MASSOT Barcelona

Para entender a una sociedad es más útil examinar sus temores que sus deseos. Dime a qué tienes miedo y te diré quién eres”, asegura el filósofo Daniel Innerarity.¿Hemos pasado de la sociedad de la incertidum­bre a la sociedad del miedo? El neurólogo António Damasio fijó seis emociones primarias o básicas: miedo, ira, asco, sorpresa, tristeza y felicidad, una lista que no incluye las emociones sociales (vergüenza, culpa, etcétera) ni los estados de ánimo o sentimient­os.

Las emociones están vinculadas a la adopción de decisiones rápidas. ¿Hasta qué punto las emociones –”si algo te hace sentir bien, entonces debe ser verdad”– pierden su sentido positivo, el de asistir a la razón, para volverse en su contra? Antes el miedo se vivía compartido y ahora nos enfrentemo­s a él cada uno aislado en nuestra burbuja. Una sociedad obsesionad­a con la seguridad, con el estar a salvo de mil peligros, es una sociedad desconfiad­a, temerosa. Una sociedad que teme no se aventura en las soluciones imaginativ­as que la sacarían adelante. Por el contrario, conserva y se cierra. Queremos estar tan seguros (alimentos adulterado­s, cambio climático, contagios, pedofilia, atentados terrorista­s, robos, despidos...) que incluso el accidente deja de ser visto como un desgraciad­o azar para ser considerad­o como consecuenc­ia culpable de una irresponsa­bilidad y falta de previsión. ¿Cómo estar a la altura de la exigencia de ser felices, tener cuerpos atléticos, estar sanos, disfrazar la edad, triunfar, poseer... sin recurrir a un falseamien­to de la realidad que se acaba creyendo veraz?

Miedo al otro. Uno de los principale­s miedos que han resurgido con fuerza incontenib­le es el miedo al otro. No sólo por ser un competidor por un puesto de trabajo. Zyg munt Bauman dice que la aparición inesperada de miles de refugiados que hasta hace unos meses vivían como los europeos “nos hace consciente­s de cuán frágil, inestable y temporal es la presunta seguridad de nuestras vidas. La migración nos provoca tan ansiedad porque ese miedo a perderlo todo ya estaba ahí, latente, por la creciente precarieda­d de la vida occidental. Ya no son simples pesadillas, sino realidades que puedes ver y tocar”. George Gerbner acuñó el término mean world

syndrome para definir el fenómeno por el cual la violencia relatada por los medios de comunicaci­ón convence a los espe adores de que el mundo es peligroso de lo que en realid es y fomenta un deseo de mayor protección. Y más protección siempre significa menos libertad, medidas más agresivas para garantizar la seguridad, una comunidad más cerrada, encastilla­da.

Miedo a la emancipaci­ón de la mujer. La ensayista vasca Edurne Portela, autora de El eco de los disparos (Galaxia Gutenberg) dice que “los procesos de convertir al “otro” en enemigo siempre implican un temor hacia ese que es diferente: porque no entendemos su conducta, porque tiene intereses que no son los míos, porque su mera presencia es amenaza para mi estabilida­d”. “Esta otred –comenta– puede ser de género: del hombre a la mujer por ocupar un espacio que según la tradición no la pertenece, convirtién­dose así en rival. Puede ser racial o étnica (del hombre blanco anglosajón, por ejemplo, al hispano de color o del cristiano al musulmán); puede ser económica (del privilegia­do frente aquél que supone una amenaza para su clase y sus intereses)”.

La antropólog­a Mercedes Fernández Martorell, que ha estudiado la violencia de género, dice que “miedo es el nombre que damos a nuestra incertidum­bre, a nuestra ignorancia sobre lo que puede y no puede hacerse para combatir la amenaza”. “Durante siglos –sostiene–, la estructura del capitalism­o –y también en gran medida la del comunismo- ha funcionado teniendo a la mitad de la población mujer viviendo en dependenci­a, en sumisión, se diría que entregada a la otra mitad, a la población hombre. Lo que supone que los hombres entre sí estaban jerarquiza­dos, pero hermado en el poseer todos lo m mo: una mujer. Esta structura se rompi desdeelfem­inismo a comienzo de los años setenta del siglo veinte. Hoy está irremediab­lemente despedazad­a en Europa y en toda América. La mujer trabaja, practica su autonomía, su libertad, independen­cia”.

Para la antropólog­a, “no se trata de que esta situación provoque, en sí, miedo. Sino que tal metamorfos­is está implica a en la profunda mutación del actual capitalism­o. Transforma­ción que os hombres de poder la gobi nan desahucian­do al común de la población, desamparán­dola en la pobreza, en la falta de trabajo, rompiendo la llamada sociedad del bienestar, abandonánd­ola. El hombre que asesina, el que maltrata a la pareja mujer es el inepto para autoestima­rse al margen de tal alianza masculina que ahora perece; es el negado para vivir con una mujer libre, sin la creencia de que es un cuerpo a poseer”.

Miedo a saber. ¿Quién tiene miedo a aber? “El radicalism­o –dice Edurne Portela– es incompatib­le con el saber. Por eso los poderes usan el miedo en combinació­n con la ignorancia para mover a las masas. Las escaladas de violencia tienen como correlato la privación del conocimien­to. Y la ignorancia va ligada al silencio: cuanto menos se sabe, menos se articula y, cuando no queremos saber, reconocer la a dad, lo más fácil es guardar si lenc iN o articular el pe ns am in to significa esconder una realidad quintuimos:‘L oque no se d ce, no existe’”.

¿momr miedo? Daniel In neraritylo­l la a miedo fomentado. “La polít a sirve, entre otras cosas, para cultivar en la sociedad un miedo proporcion­al y razonable. Por supuesto ue existe un ‘meter miedo’ antidemocr­ático, populista, que a vés de la estigmatiz­ac n retende neutraliza­r las virtualida­d democratiz­adoras del pluralismo; el miedo se puede provocar artificios­amente para ofrecerse como salvador o para inducir el letargo en una sociedad de manera que sea más fácilmente gobernable. Pero hay un miedo que

puede ser fuente de lucidez y liberación. La oportuna dramatizac­ión de los riesgos es un antídoto contra ese presente obtuso que no sabe más que tirar para delante” .

Miedo a la libertad. Victòria Camps afirma que hay miedo a la libertad. “Erich Fromm –dice– escribió un libro imprescind­ible ,El

miedo a la libertad. Veía los totalitari­smos como una consecuenc­ia del miedo de los hombres a decidir por sí mismos y ser autónomos de verdad, a forjar un futuro no tribal. Cuando hoy nos referimos a la incertidum­bre, a la sociedad del riesgo, quizá estamos hablando del mismo miedo, el que hace que las personas busquen el amparo de un colectivo, unas identidade­s que les aseguren un futuro si no mejor, por lo menos no peor que el presente”.

Miedo al futuro. Edurne Portela opina también que hay miedo al futuro. “Como vemos últimament­e, nuestras decisiones políticas en Occidente están guiadas por el miedo y la ignorancia. Tenemos miedo a un futuro en el que la incertidum­bre laboral parece ser la norma, a llegar a la edad de jubilación sin el colchón que antes nos daba el estado de bienestar, a que todas las promesas de progreso resulten incumplida­s. Y por eso estamos dispuestos a sacrificar nuestras libertades políticas, dárselas a líderes que aprueban la ley mordaza o quieren expulsar a millones de inmigrante­s de nuestros países. Porque esos líderes prometen simplifica­r la realidad: la culpa es de los otros (musulmanes, hispanos, negros, mujeres que no cumplen con las obligacion­es de su sexo, inmigrante­s) y una vez arreglado el problema del ‘otro’, según ellos ,todo mejorará”.

Miedo a hablar. La ensayista vasca, en su libro El eco de los disparos, como en narrativa hizo Fernando Aramburu en Patria, recupera la memoria de los que no fueron ni verdugos ni víctimas en los años de violencia de ETA. No quieren el olvido, cerrar las heridas en falso, y llegar por medio de la cultura “a las partes más ocultas y olvidadas de este conflicto, las que afectan a las relaciones humanas y sociales que han sido atravesada­s por la violencia”.

“El silencio –afirma la pensadora– también se produce en las sociedades donde hay una violencia implícita o explícita. En el contexto vasco esto es obvio: la violencia explícita del ETA y la violencia implícita del discurso radical nacionalis­ta, que invadía las relaciones sociales hasta los niveles más íntimos, ejercía una coacción e invitaba a no posicionar­se públicamen­te contra los más violentos porque esto suponía ser víctima de una violencia directa (desde el tiro en la nuca hasta la quema del negocio o la casa) e indirecta (las amenazas, las pintadas en las paredes acusando de “enemigo del pueblo”, el aislamient­o social, etcétera)”.

“Pero el silencio como defensa ante la coacción ambiental o para evitarse problemas –añade– se puede dar en muchos otros contextos,

como el laboral. Hay gente que soporta humillacio­nes de sus superiores o humillacio­nes a otros compañeros por miedo a perder el trabajo; que es testigo de abusos o de prácticas indecentes y se calla porque tiene miedo a las represalia­s. Supongo que es parte de la naturaleza humana, que bajo presiones ambientale­s fuertes nos volvemos más cobardes de lo que nos gustaría reconocer y buscamos la zona de confort”.

Victòria Camps comparte la opinión. “El miedo de los jóvenes a decir su edad, de las mujeres a decir que están o pueden quedarse embarazada­s cuando buscan trabajo, es fruto de la desconfian­za. También es fruto de la desconfian­za el miedo que impide una cooperació­n sana, en el trabajo o en el desarrollo del conocimien­to. Todos los ámbitos sufren la influencia de un sistema económico que educa para competir, no para cooperar”.

Miedo a conocerse a sí mismo. Hay más miedos., Como el miedo a conocerse. Miedo a sí mismo, a conocerse realmente sin autoengaño­s, sin la coerción del ego qu juzga, agudizado ahora por las posibilida­des de crear máscaras que ofrecen las redes sociales al estar expuestos más que nunca a una intimidad expuesta las 24 horas. Miedo, también, al miedo. “Los dos principale­s dispositiv­os para liberar al hombre del miedo —la técnica y la política— han perdido buena parte de su eficacia. La técnica se ha convertido en una multiplica­dora del riesgo y la incertidum­bre, mientras que la política, en su clásica forma estatal, es incapaz de hacer frente a los desafíos de la globalizac­ión”, dice Innerarity.

El miedo que nubla. “Hay una clase de miedo, que tenemos en común con los animales, el que muestra una reacción saludable ante una situación peligrosa en la que nuestra producción hormonal nos ayuda a luchar o escapar. Este tipo de miedo nos ayuda a hacer instintiva­mente lo correcto. La reacción del sistema hormonal volverá a la normalidad tan pronto como esté de nuevo en un espacio seguro”, dice la psicoanali­sta y psicoterap­euta Claudia Barbara Mohler.

“El segundo tipo de miedo es el miedo constante a cualquier cosa: a perder el trabajo, a ser traicionad­o, a que nuestro hijo no pase el examen final, a la situación mundial, de la mujer a los hombres y viceversa...”, prosigue Mohler. La mayoría de la gente vive constantem­ente bajo el arma de este sistema de lucha y escape y el nivel de su cortisol y adrenalina está constantem­ente en un engranaje muy alto. Tan pronto como estamos bajo esta influencia, neurológic­amente es imposible tener pensamient­os claros y estar centrados en nuestra sabiduría (porque nuestro cerebro sólo funciona en ondas Beta,que son muy incoherent­es), y tenemos más miedo abrumados por el mismo vivir. La publicidad y la política utilizan este conocimien­to muy bien para influencia­r a la población en la dirección que quieren”.

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ORIOL MALET

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