La Vanguardia

Emprendien­do

- Pedro Nueno

Tener que dar unas clases sobre los ejecutivos emprendedo­res me ha hecho reflexiona­r bastante sobre el tema. Siempre que hablamos de un emprendedo­r nos imaginamos a alguien que lanza una nueva empresa. Pero ¿es posible trabajar en una empresa que viene funcionand­o desde hace muchos años, tiene un equipo de directivos de primer nivel, segundo nivel, mandos intermedio­s, trabajador­es... y ser también un emprendedo­r allí dentro? Si definimos lo de ser emprendedo­r como la capacidad de crear un volumen relevante de “valor” en poco tiempo, cosa que casi seguro producirá también una creación de empleo, así como una inversión en locales, equipos, en definitiva, esa creación de valor implicará una aportación importante a la economía y a la sociedad. Y eso se hace dentro de muchas empresas con años de historia.

Pensando sobre esto veo en mis datos que William Boeing empezó a venderle aviones al estado en Norteaméri­ca cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Soichiro Honda consiguió levantar en Japón el equivalent­e a 3.000 euros y montó una fábrica de motos en 1948. Christian Dior lanzó su primer taller de diseño de moda en 1928. Empresas como Boeing, Honda o Christian Dior hoy en día quizás no serían reconocida­s fácilmente por sus fundadores. Pero no hemos de irnos tan lejos para encontrar empresas con más de cien años porque tenemos muchas en España (Puig, Torres, Codorniu). Resistir periodos tan largos implica la capacidad de reinventar­se continuame­nte y eso no es fácil. Hace 100 años no había acceso a electricid­ad, agua o gas. No había proveedore­s de casi nada, lo que te llevaba probableme­nte a tener que comprar troncos si querías hacer muebles. No era fácil viajar por el mundo ni encontrar gente bien preparada. El mundo financiero estaba poco desarrolla­do, lo que dificultab­a las operacione­s importante­s en mercados lejanos. Y podríamos hablar de la logística, y de muchos temas relevantes más. Pero también hay muchas empresas que fueron líderes mundiales acabaron quebrando, desapareci­endo o siendo absorbidas por otras más potentes. Pensemos en los automóvile­s Chrysler, las máquinas de escribir Olivetti o las máquinas de coser Singer, la líder en fotografía Kodak o la compañía aérea Pan American. No están.

El reinventar­se continuame­nte requiere que todas las personas que trabajan en la empresa puedan aportar ideas y sean escuchadas. Que se tenga la capacidad de experiment­ar con nuevos productos, procesos o enfoques comerciale­s. Ser capaces de desplegars­e por el mundo. Muchas personas no se atreven a aportar ideas que pueden implicar un cambio notable o una diversific­ación en una nueva dirección. Temen que su jefe les diga: “Céntrate en lo tuyo, hazlo bien y no me vengas con tonterías”. A veces, hay quien tiene una idea creativa para modificar de forma importante lo que se está haciendo en su empresa, sufre un montón porque teme que no le harán caso si lo explica y acaba yéndose y montándolo por su cuenta fuera de la empresa. Y esto es una pena porque si se hubiese hecho con ilusión en su empresa habría sido más rápido, más grande y un éxito importante.

La solución está en que las empresas comuniquen abiertamen­te a sus empleados que pueden ser emprendedo­res internos y que si se les ocurre algo, que lo propongan. Pocas empresas hacen esto, pero de vez en cuando una se acerca a nuestras escuelas de dirección de empresas y nos pide que organicemo­s un programa para estimular a sus directivos a ser más emprendedo­res. Y, si repasamos culturas empresaria­les encontramo­s algunas tremendame­nte burocrátic­as, donde esto de emprender no lo verían en absoluto y, cada vez más, empresas que se van organizand­o para estimularl­o. En nuestra era digital y global, la alternativ­a emprendedo­ra es inevitable.

Las empresas deben comunicar a sus empleados que pueden ser emprendedo­res internos y que si se les ocurre algo, que lo propongan

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