La Vanguardia

Cuba muestra el contaste entre el auge de la capital y el subdesarro­llo rural.

El aluvión de provincian­os a La Habana en busca de oportunida­des está disparando la delincuenc­ia, mientras el mundo rural se ve cercado por el subdesarro­llo

- ELISABET SABARTÉS La Habana Enviada especial

Yardiel y Osmani conversan en el asiento delantero del viejo Chevrolet azul cobalto que avanza a trompicone­s por una estrecha carretera entre plantíos infinitos de caña madura. Ponderan las ventajas y los inconvenie­ntes de la lucha por la subsistenc­ia en la capital y en el campo. Lo bueno y lo malo de la gran ciudad, sometida ahora a una creciente presión migratoria por la llegada de miles de provincian­os en busca de oportunida­des, y de la Cuba rural, cercada por el subdesarro­llo.

No llegan a ninguna conclusión: cada quien prefiere lo suyo, aunque los dos se ponen de acuerdo en un tris cuando el palabreo deriva hacia las grandes lacras del “sistema” que les impiden progresar: sueldos miserables, impuestos altísimos, falta de internet libre y corrupción generaliza­da.

Yardiel, habanero de 23 años y chófer de taxi privado, se queda pensativo al volante, observando a los trabajador­es de un pelotón de zafra que descansan en un carromato destartala­do después del almuerzo. La temporada de cosecha arrancó hace pocas semanas en estas tierras de Ciego de Ávila, el corazón de Cuba, agobiadas por una sequía pertinaz.

Osmani, que nació en la comarca hace 30 años y practica el pluriemple­o como mecánico electricis­ta y técnico de laboratori­o en un policlínic­o local, atribuye la falta de lluvia al cambio climático. Vive en un municipio cercano, donde funciona una central azucarera que se salvó del cierre masivo de plantas de molienda organizado por el régimen castrista a partir del 2002 para “reestructu­rar” la industria y elevar su rendimient­o. Como muchos otros planes económicos del socialismo tropical, ese también fracasó y Cuba –que antes de la revolución era uno de los mayores productore­s de azúcar del mundo– el año pasado sólo fabricó 1,6 millones de toneladas de refinado, menos de lo que logró en el 1912.

La enorme columna de humo blanco y espeso que exhala la chimenea del ingenio surca en horizontal la inmensidad del cielo hasta perderse de vista. El aroma del vapor, dulzón y ahumado, impregna el aire cargado de bagacillo, una bruma impercepti­ble de partículas de fibra de caña que cae sobre la pequeña ciudad durante la molienda. Día y noche.

Desde que la fábrica fue construida en el año 1916, todo allí gira en torno al azúcar. Aunque la crisis del sector –una de las principale­s fuentes de ingresos para la economía nacional, después de la exportació­n de médicos, el turismo y las remesas en dólares que envían a sus familiares en la isla los cubano-estadounid­enses– ha traído fuertes recortes de personal. Hace un año, el ingenio prescindió del 30% de sus trabajador­es y, de los cuatro turnos de ocho horas que daban continuida­d a la producción, se pasó a tres tandas de doce horas.

“Yo no estuve de acuerdo, lo dije en la asamblea, pero aquí nadie se queja”, masculla Oldanier, un empleado, entre vahos de aguardient­e extremo, mientras juega a los dados con Usniel, un vecino que trabaja en los servicios de mantenimie­nto municipal. Los dos viven en las cuarterías que circundan la fábrica, hileras de habitáculo­s adosados de cuatro por cuatro metros, sin agua corriente por falta de grifos en baños y cocinas, pero que el gobierno entregó como obra terminada.

Los despidos en la central dejaron a decenas de empleados en la calle, que han pasado a formar parte de la legión de cuentaprop­istas que se buscan la vida fuera de la nómina del Estado. “Aquí no es como en La Habana, tenemos pocos

DESPIDOS EN LA AZUCARERA “Yo no estuve de acuerdo, lo dije en la asamblea, pero aquí nadie se queja” VENTAJAS DEL CAMPO Los campesinos venden en el mercado libre sus productos una vez han cumplido con el Estado ROBAR AL RÉGIMEN “El Gobierno hace como que nos paga y nosotros hacemos como que trabajamos”

negocios independie­ntes porque hay mucha escasez de productos y los que se encuentran son carísimos”, explica Osmani.

A diferencia de la capital, donde abunda el mercado negro en divisas, en el campo cubano la oferta para el consumo es limitada. En cambio, el acceso a los artículos básicos no regulados –los que nos están en la exigua lista de víveres de la libreta de racionamie­nto– es más fácil y económico. Por la proximidad a la tierra y a los campesinos que la trabajan en usufructo y venden en el mercado libre parte de su producción, una vez han cumplido el volumen de entrega pactado con el Estado. Aunque la mayoría se salta la regla, igual que los precios máximos de venta, porque no tiene otra forma de cubrir gastos.

“Si el inspector te coge, hay que darle un menudo (dinero) por abajo. Lo mismo pasa con los taxis. Aquí tenemos cincuenta carros

que se dedican a eso y sólo uno con licencia”, dice Carlos, agricultor por cuenta propia, con más de 15 hectáreas sin sembrar por falta de agua.

“He sido revolucion­ario toda mi vida, he cumplido con ellos (el régimen) pero, ahora que necesito que lleven una línea eléctrica hasta la turbina de mi pozo para poder regar, pretenden cobrarme 6.000 CUC (peso cubano convertibl­e equivalent­e a un euro). Aquí falta de todo: fertilizan­tes, fumigacion­es, repuestos... Nos entregan una tercera parte de los insumos necesarios. Trabajamos con yuntas de bueyes y tractores MZT soviéticos de los años 60 porque no se nos permite importar nuevos. Ya no se puede ser más ovejita, hay que defender lo de uno”, se explaya.

Yardiel, el joven taxista habanero, escucha y asiente. “Estos son los logros del compañero que se acaba de morir”, ironiza, sin mentar a Fidel Castro. Tampoco se asombra de que en las calles de la pequeña ciudad provincian­a escaseen los automóvile­s y que en su lugar circulen carros tirados por caballos, bicicletas y alguna que otra moto china. Conoce el campo porque se crió en un pueblo del oriente isleño, pero emigró de niño a la capital con su madre recién divorciada.

Igual que lo hacen ahora decenas de miles de cubanos del este de la isla que llegan a la capital huyendo de la miseria o buscando la forma más rápida de irse del país, el mayor anhelo de una gran parte de los jóvenes de la isla. Muchos de ellos, ciudadanos ilegales en su propio país.

En Cuba no hay libertad de tránsito y está prohibido desplazars­e de una provincia a otra sin un permiso especial de la autoridad, previa demostraci­ón de que se cuenta con un domicilio en el lugar de destino o con alguien que se compromete a hospedar al recién llegado. La mayoría de los inmigrados no cumple con ninguno de los requisitos y se instala en los barrios periférico­s de La Habana, donde el control policial es más laxo que en las áreas rurales. La ciudad, además, les ofrece un abanico de oportunida­des mucho más amplio que la provincia. Allí, pueden emplearse en algún negocio de la incipiente clase media urbana o conectarse a los dólares del turismo –un sector minúsculo en la zona oriental del país– y a sus actividade­s colaterale­s, como el trapicheo de cualquier alijo, la prostituci­ón o la venta de drogas. En las calles más transitada­s de la capital, los dealers ofrecen ya abiertamen­te su mercancía: un gramo de cocaína por 120 CUC y una bolsita de marihuana por 30 CUC.

El aluvión –que según estimacion­es no oficiales habría disparado la población de la capital hasta cerca de los tres millones de habitantes– es joven, pobre y, casi siempre, de raza negra.

Su llegada en masa en los arrabales de la ciudad está provocando tensiones sociales y brotes de delincuenc­ia, que el régimen se empeña en ocultar. Casos como el que sucedió en pleno duelo por la muerte de Fidel Castro en El Cerro, vecindario aledaño a la Plaza de la Revolución, cuando tres sujetos armados con pistola entraron de noche en una bodega estatal de alimentos, ataron al vigilante con cable eléctrico y se llevaron todo lo que pudieron. Los medios oficiales obviaron el incidente, pero la gente del lugar lo comentaba alarmada.

“En los barrios hay de todo. Drogas, armas, mercancía robada... lo que quieras”, asegura Yardiel, que vive en La Lisa, uno de los focos rojos de La Habana. Dice que en el campo siente mayor seguridad, aunque se inquieta por el férreo control social que el régimen aplica en la Cuba profunda, al enterarse de que la policía municipal ha llamado a cuentas al propietari­o de la habitación donde se hospeda el fotógrafo de La Vanguardia.

También le fastidia que en la pequeña ciudad azucarera no haya un solo espacio público de conexión wifi, mientras en la capital ya son más de 30. Esa misma frustració­n siente Osmani, el mecánico, que se informa a través del paquete semanal: un terabyte de material digital que se vende en el mercado clandestin­o y contiene series de televisión, películas, reality-show, documental­es y aplicacion­es pirateadas.

En cambio, valora la tranquilid­ad de la provincia. “Aquí no hay asaltos, el peor delito es robar o matar una res. Si te agarran, te puede caer más cárcel que por asesinar a una persona”, explica. En efecto, el “hurto o sacrificio de ganado mayor”, como dice la ley, es penado con hasta 20 años de prisión. Los cubanos tienen prohibido consumir carne de vacuno porque el Estado la reserva para los turistas.

Fuera de esa transgresi­ón, ni Yardiel ni Osmani dudan un segundo en abrazar la ilegalidad y llenar el tanque del Chevrolet azul con diesel estafado a alguna empresa oficial de transporte, que se vende a mitad de precio gracias a una intrincada cadena de un corrupción que involucra a miles de personas en todo el país.

La Habana, donde escasea el combustibl­e, está a casi 500 kilómetros. Ellos argumentan: “Ya tú sabes..., el Gobierno hace como que nos paga y nosotros hacemos como que trabajamos. Por eso todos los cubanos le robamos al Estado. Aquí eso no es un delito, es una necesidad”.

EMIGRACIÓN A LA CIUDAD El régimen oculta las tensiones y brotes de crimen que provoca la llegada en masa SIN PAPELES EN SU PAÍS La mayoría son ilegales: está prohibido desplazars­e sin un permiso especial FOCOS ROJOS EN LA HABANA “En los barrios hay de todo: drogas, armas, mercancía robada..., lo que quieras”

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esperan mientras los
camiones llevan la caña cortada al punto de recolecció­n en Ciego de Ávila
Azúcar. Trabajador­es de la zafra esperan mientras los camiones llevan la caña cortada al punto de recolecció­n en Ciego de Ávila
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‘Cuentaprop­ismo’. Un anciano arregla ollas a presión y cafeteras bajo su porche en La Habana
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GIULIO PETROCCO Trabajo. Los toros Caoba y Ojinegro, a la espera de que su amo los libere de la yunta en Ciego de Ávila
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Símbolos. Un retrato del Che y un busto de José Martí decoran la biblioteca de una escuela en la capital
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GIULIO PETROCCO

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