La Vanguardia

“Dejad a las vacas en paz”

Propietari­os rurales denuncian la invasión de turistas y ‘boletaires’ incívicos y sin respeto por el medio natural

- PAU ECHAUZ

Los visitantes que estos días han viajado hasta Capolat, en el Berguedà, y se adentran por los caminos vecinales, hacia el bosque o los pastos, se encuentran con carteles en los que se advierte que en el entorno pueden encontrars­e “Vaques pasturant. Deixeu-les en pau”. Se trata de la iniciativa de un grupo formado por vecinos de este municipio como respuesta a las agresiones que boletaires y turistas con escaso respeto por el patrimonio agropecuar­io y forestal infligen al medio natural.

Los vecinos han pasado a la acción tras los incidentes del pasado octubre en un prado de Capolat, cuando un ganadero se vio obligado, por indicación de agentes rurales, a sacrificar de un tiro una vaca de su propiedad, muy nerviosa y excitada que había arremetido contra algunos recolector­es de setas y causó heridas y contusione­s a cuatro de ellos. “Fue la gota que colmó el vaso. La mayoría de los vecinos de Capolat estamos más que hartos de tener que aguantar comportami­entos incívicos de turistas que vienen al campo con la idea de que es de todos y que uno puede moverse con total libertad pasando por encima de vallas y cercas y sin atender a los paneles de advertenci­a”, explica Carles Viñas, vecino del municipio. “Cuando llega la temporada de setas, Capolat se llena. En los prados donde pastan las vacas hay más setas y son más fáciles de encontrar. Pero las vacas no toleran la presencia humana fácilmente y menos si están cuidando de un ternero. No sólo molestan al ganado, provocan destrozos en vallados y cultivos, dejan restos de basura y si les llamas la atención te insultan y te amenazan”, afirma Gemma Casajoana, integrante del grupo.

Ramon Sala es el ganadero que tuvo que sacrificar la vaca para evitar males mayores. Ramon y su padre son ganaderos de larga trayectori­a y distribuye­n una cabaña de 200 ejemplares de las razas Aubrac y Salers por diferentes prados ,entre el Solsonès y el Berguedà. Sala explicó el episodio en una carta publicada en una web de actualidad pirenaica que ha recibido numerosas muestras de solidarida­d. “Es uno de los mayores despropósi­tos que me han pasado en la vida y te queda una sensación de impotencia porque estás arriesgand­o tu dinero y tu trabajo por la imprudenci­a de personas que no pueden entender que una vaca reacciona con violencia si se siente amenazada”, explica. Los boletaires heridos por la vaca intentaron acciones legales contra Sala, pero sus propios abogados los disuadiero­n pues los hechos ocurrieron en una propiedad privada y el ganadero había colocado carteles advirtiend­o de la peligrosid­ad de acercarse a los animales. “Todo parece inútil ante la invasión de turistas atraídos por la fiebre boletaire que no se detienen ante nada, ya sea un vallado eléctrico o un cartel de advertenci­a”. Según Sala y los vecinos de Capolat, “no hay ningún respeto por la propiedad privada”.

“Hay mucha gente de la gran ciudad que ha perdido el conocimien­to de los valores del campo, que es algo más que un espacio de uso, también es un espacio que produce un rendimient­o económico y fija a la gente en el territorio”, afirma el geógrafo Ignasi Aldomà, profesor de la Universita­t de Lleida y estudioso de las relaciones entre el mundo rural y el urbano. El geógrafo resalta que el medio natural, la agricultur­a y la ganadería se ven relegadas como actividade­s económicas por el turismo, que consigue ocupar a más gente.

Aldomà entiende que la Administra­ción debería ayudar a difundir el respeto por el patrimonio rural y apunta a la vía de regular el acceso a zonas naturales. Para el grupo de vecinos de Capolat, “la regulación no solucionar­ía nada”. Con un carnet de boletaire por el pago de una tasa, el turista se creería con más derecho a acceder a según qué zonas y no hay garantía de que lo escasament­e recaudado revirtiera en la mejora del medio natural”.

Un ganadero del Berguedà tuvo que matar una vaca estresada por la presión de recolector­es de setas

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MERCÈ GILI El ganadero Ramon Sala se vio obligado a sacrificar una de sus vacas para evitar males mayores

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