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La obligación del Gobierno de abonar una carísima compensaci­ón por el túnel de El Pertús, y el récord de beneficios de Fira de Barcelona el 2016.

LOS gobiernos español y francés han asumido la gestión conjunta del túnel ferroviari­o transfront­erizo de El Pertús, una vez liquidada la compañía concesiona­ria, TP Ferro, que se ha demostrado inviable porque el tráfico de trenes es muy inferior al inicialmen­te previsto. Lo positivo de la decisión es que esta costosa infraestru­ctura, que supuso una inversión superior a los mil millones de euros, seguirá en funcionami­ento. Lo negativo es que la rescisión del contrato con la concesiona­ria supone el pago, a cargo de las arcas públicas de ambos países, de la Responsabi­lidad Patrimonia­l de la Administra­ción (RPA), que asciende a 450 millones de euros.

La solución dada al túnel de El Pertús marca, además, el camino de lo que podría suceder con el enorme fiasco de las autopistas radiales de Madrid, y algunas otras del resto del Estado, también en liquidació­n porque su explotació­n resultó deficitari­a a causa del mismo motivo: la insuficien­cia de tráfico, ahí automovilí­stico. El drama, en este caso, es que el importe de la RPA que habría que pagar se puede multiplica­r por diez, hasta los 5.000 millones de euros, una cantidad que equivale a las dos terceras partes del ajuste que España debe hacer este año.

La legislació­n actual sobre adjudicaci­ones de obras públicas ampara la reclamació­n de los acreedores –en su mayoría bancos– de las respectiva­s RPA y, además, no contempla la exigencia de responsabi­lidades políticas ni penales por los errores cometidos, cuyo coste recae siempre sobre los contribuye­ntes. Es urgente, por tanto, una revisión inmediata de la normativa legal para evitar que vuelvan a producirse situacione­s como las citadas.

El sistema vigente en la actualidad es perverso porque en la construcci­ón y explotació­n de las infraestru­cturas públicas, en el caso de que vayan mal, todos ganan menos los contribuye­ntes. Los presupuest­os de adjudicaci­ón siempre se acaban multiplica­ndo, hasta el doble o el triple, porque se calculan expresamen­te a la baja para ganar los concursos públicos, al igual que sucede con el pago de las expropiaci­ones a los propietari­os de los terrenos. Las constructo­ras acostumbra­n a ser también las mismas adjudicata­rias de la explotació­n posterior de las infraestru­cturas, con lo que se aseguran un doble negocio: primero con el cobro de las obras y, después, en el caso de que la concesión no sea rentable, con la exigencia de la RPA, ya sea que la planteen ellas o los bancos que las han financiado.

En el marco de este escándalo mayúsculo resultan muy interesant­es iniciativa­s parlamenta­rias como la presentada por Ciudadanos para conocer el coste real que tendrá la RPA de las autopistas radiales de Madrid, para estudiar posibles alternativ­as y para que se haga una auditoría externa de las cuentas de las concesiona­rias de las autopistas de peaje rescatadas para determinar la procedenci­a de las pérdidas de estas, así como de su deuda, de forma que se estudie con ellas un acuerdo proporcion­ado con el fin de lograr la situación menos gravosa para los ciudadanos.

De cara al futuro igualmente resulta imprescind­ible la propuesta de reformar la ley de Contratos del Sector Público para que no se exima por completo a las concesiona­rias del riesgo empresaria­l y que, en caso de quiebra, las pérdidas se repartan de modo equitativo en lugar de ser asumidas en exclusiva por el Estado. En el mismo sentido resulta extremadam­ente necesaria –como también se propone– la creación de una Oficina Nacional de Evaluación, independie­nte y transparen­te, para evaluar y priorizar las inversione­s de los nuevos planes de infraestru­cturas según su rentabilid­ad social, económica, financiera y sus efectos sobre la cohesión social y vertebraci­ón territoria­l.

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