La Vanguardia

Buenos días, simpatía

- Fernando Ónega

Va a tener razón el presidente Rajoy: estar en minoría tiene sus ventajas. De momento está consiguien­do resultados que con su mayoría absoluta sólo hacían más antipático a su gobierno: gobernaba por ordeno y mando, acudía con excesiva frecuencia al decreto ley (de hecho, todas las medidas económicas se aprobaron así), no aceptaba enmiendas ni sugerencia­s de la oposición. Ahora comprueba cómo otros partidos votan con él nada menos que una subida de impuestos, le aprueban el techo de gasto y tiene razón Podemos: parece que ha conseguido el sueño de la gran coalición por la que tanto suspiraba y que Pedro Sánchez le negó. Pierde las votaciones gamberras de los martes, cuando le intentan echar abajo sus reformas más queridas, pero gana los jueves, cuando se deciden aspectos sustancial­es de la gobernació­n.

Los efectos políticos son que el Rajoy de la minoría ha dejado de estar en soledad y reúne en torno a sí votos muy apreciados: los socialista­s, que le prestan legitimida­d; los de Ciudadanos, que están asegurados por el pacto de investidur­a, pero hay que revalidarl­os cada día, y los muy apreciados del PNV, que significan normalidad y entendimie­nto con un partido en cuyo ADN figura la palabra soberanía. Nadie sabe cuánto puede durar esta bonanza, pero es lo que define el comienzo de la legislatur­a. Si la semana pasada veíamos al poder “de dulce”, esta semana hemos asistido a una generosa prórroga. Y con el mismo matiz que hace siete días: sólo la cuestión catalana ensombrece el pacífico panorama.

La verdad añadida es que no todo es fruto de la conversión del Partido Popular a la religión del diálogo. Hay un pactismo en el ambiente forzado por las circunstan­cias. El Partido Socialista está sin renovar su ideología, sin definir su estrategia y sin decidir su liderazgo, y así seguirá durante meses. Lo peor que le podría ocurrir es que Rajoy se viera obligado a disolver las cámaras y convocar elecciones: se lo comería Podemos. El PNV no siente gran simpatía por el PP ni por su gobierno, pero se ha encontrado con un regalo que no podía ni soñar: el gobierno del Estado solicita su ayuda. Es la oportunida­d para ejercer la influencia a la que renunció el soberanism­o de Catalunya. A partir de esta colaboraci­ón puede mejorar el cupo, desarrolla­r o cambiar el Estatuto y lo más insólito: que el Gobierno central retire los recursos contra cuatro leyes autonómica­s, como si la legalidad de una norma se pudiera permutar por un apoyo parlamenta­rio. ¡Qué gran lección, por cierto, para el perdido pragmatism­o catalán!

Y en ese patio se mueve Rajoy como pez en el agua: administra la dádiva y aprovecha la oportunida­d; convierte la necesidad de otros en beneficio propio. Y no le debe de ir mal en beneficios electorale­s: en la cena de Navidad con militantes de Madrid dijo que está recuperand­o los votos perdidos. No me extraña: es el único partido estatal que sigue unido y, con apoyos o sin ellos, domina el escenario. En esa cena se le escapó la frase mágica: “Preparando las próximas elecciones”. ¿Para cuándo? Para cuando el CIS diga que vuelve a tener mayoría absoluta.

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EMILIA GUTIÉRREZ Mariano Rajoy
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