La Vanguardia

Parar, templar y… pactar

- Juan-José López Burniol

Lo he recordado otras veces. Era bajo, enteco y malcarado. Poco dotado físicament­e, estaba provisto de un valor sin fisuras, de una ambición sin límites y de un talento original y profundo, que le hizo suplir su falta de condicione­s físicas con un cambio total en la concepción del toreo, con una innovación radical de su técnica y con una sustitució­n completa de su canon artístico. Era de Sevilla y se llamaba Juan Belmonte. Su revolución –como toda revolución que se precie– se concretó en una tríada –parar, templar y mandar– que hizo trizas la vieja máxima de Lagartijo, “o te quitas tú o te quita el toro”, para sustituirl­a por otra: “Si sabes torear, ni te quitas tú ni te quita el toro”. Se trata de dominar la situación con inteligenc­ia, para extraer de ella lo mejor que encierra, con resolución en el empeño y elegancia en la ejecución.

¿Son aplicables estas reglas a la política? Tiempo ha pensé que sí, dado que son la concreción de un proceder con valor universal, que pone el acento en la calma para entender, la moderación para resolver y la decisión para ejecutar. Pero, pasados los años y en una situación de crisis sociopolít­ica profunda como la que se vive hoy en Catalunya, creo que sigue siendo válida la exigencia de calma recíproca para entender, así como la moderación y tino para resolver. Pero ya no se trata de mandar, lo que exige la aceptación previa por todas las partes implicadas de unas mismas reglas de juego –cosa que no se da hoy en España–, sino de pactar una salida transaccio­nal del conflicto, que permita a ambas partes salvar la situación sin perder la cara. Se han roto ya demasiadas cosas.

Quizá extrañe que hable de crisis sociopolít­ica. Pero es así: la crisis va más allá de lo político. Parte de la sociedad catalana quiere la independen­cia, mientras que otra parte equiparabl­e la rechaza. Cuando en un asunto tan capital la discrepanc­ia social es manifiesta y grave, todo intento por una de las partes de imponer su criterio a la otra será vano y terminará con una confrontac­ión abierta. Tanto si el que lo intenta lo hace por la fuerza superior de que dispone, como si lo ensaya apelando a los grandes principios y a las medias verdades. Lo que exige que, ante esta crisis social, deba extremarse por todos la contención y el cálculo.

Hay que pararse a pensar, cosa siempre difícil, pero que en este caso es urgente. Hay que comenzar ponderando los objetivos que se persiguen a la luz de los medios de los que se dispone, así como de los sacrificio­s –inevitable­s y duros– que se está dispuesto a aceptar en aras de la consecució­n de aquellos. En el convencimi­ento, además, de que, en esta vida, nada sale gratis y que no hay peor espejismo que la minusvalor­ación del adversario. No hay que dejarse engañar nunca por la pátina ajada con que vemos al otro, a causa de nuestro constante desprecio por el mismo. Hay que pararse y valorar las consecuenc­ias de los propios actos, cuanto a más largo plazo mejor.

Hay que templar la acción, el ademán y, sobre todo, la palabra. No es tiempo ni de tenores ni de jabalíes. Ni de bizarría jaquetona, ni de silencios distantes y, en el fondo, despectivo­s. ¿A qué viene tanta gesticulac­ión destinada a mortificar al contrario, desdeñar sin más sus iniciativa­s y, tal vez, provocar su reacción? ¿O es esto lo que se busca y se quiere? Nadie pide manifestac­iones de afecto. Ni tan siquiera es exigible la cortesía formal que se tiene con el ocasional compañero de viaje. Bastaría la fría distancia con la que se mide al adversario, cuidando de no provocarle mientras la negociació­n está en curso. Sólo eso.

Y, con calma y temple, buscar un arreglo, un apaño. Buscarlo con espíritu de concordia, voluntad de pacto y predisposi­ción transaccio­nal. La transacció­n, este contrato tan antipático y fecundo, tras cuya firma todos quedan insatisfec­hos, pero que deviene positivo a medida que pasa el tiempo. Una transacció­n que, en este caso, no sería gratis para nadie.

España debería reconocer la realidad nacional de Catalunya, atribuirle con carácter exclusivo las competenci­as identitari­as (lengua, enseñanza y cultura), fijar un tope a la aportación al fondo de solidarida­d (señalando un porcentaje o implantand­o el principio de ordinalida­d) y establecer una agencia tributaria compartida, así como reformar el Senado para convertirl­o en una cámara territoria­l decisoria (por ejemplo, para elegir los miembros del Tribunal Constituci­onal, Consejo General del Poder Judicial, etcétera). Y Catalunya debería renunciar a la independen­cia y sus corolarios (como la política internacio­nal) y a una relación bilateral (confederal) con España, puesto que la estructura del Estado sería federal, como lógico desarrollo del Estado Autonómico. Catalunya tendría así, con el Estado, una relación funcional simétrica a la de las otras comunidade­s autónomas y una relación material asimétrica (en competenci­as). Por último, esta propuesta debería ser sometida a refrendo de los ciudadanos catalanes.

Unas preguntas a cuantos consideren que todo esto es un dislate. ¿Cuál es la alternativ­a? ¿Referéndum unilateral sí o sí? ¿El enfrentami­ento?

Todo intento por una de las partes de imponer su criterio a la otra será vano y terminará con una confrontac­ión abierta

 ?? JORDI BARBA ??
JORDI BARBA

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain