La Vanguardia

El misterio del calcetín

- Susana Quadrado

En casa han empezado a desaparece­r calcetines. He intentado desmontar la lavadora por si se habían quedado atrapados, quizá entre los pliegues de acero del tambor, en el tubo de salida del agua, en la entrada de la cañería. He revisado todos los cajones. Le pregunté a la vecina de abajo si por casualidad se había desatado una lluvia de calcetines sobre su tendedero. Nada, ni rastro.

Si ahora mismo juntara todos los calcetines de la familia, aparecería­n al menos veinte de ellos desparejad­os. Sus compañeros ni están ni se les espera. No importa la calidad, el corte o la textura, ni si el pie que abrigan es feo o bonito. Calcetín, calceta, calcetón o media. Cortos, largos, tobilleros. Con puño, sin puño. Gruesos, finos, estampados, ejecutivos, de colores, de rombos, a rayas, con dibujos. De lana, de algodón, de fibras sintéticas. Con costura, sin costura...

Todos, desaparece­n todos. Se evaporan al mes de comprarlos.

Esta periodista siempre ha mantenido una relación neurótica con los calcetines. Sospecho, sin embargo, que no soy la única. Por qué, si no, iban los de Samsung a fabricar una lavadora con una boca exterior por la que meter alguna pieza de ropa interior –léase calcetín– cuando ya está en marcha el programa para la colada. En cualquier caso, no creo que nadie consiga equilibrar el balance a final de año: acabarán saliendo de casa más calcetines de los que entraron, y nadie sabe por qué.

Siempre he desconfiad­o de las lavadoras. Tuve una hace años que escupía lo que no podía digerir. Quiero decir que, cuando se sentía sobrecarga­da, hacía unos ruidos extraños y luego expulsaba agua por delante. Si no fuera porque era una máquina, diría que aquello era un asqueroso erupto. El malestar por la indigestió­n le duraba un par de días, pasados los cuales volvía a su estado natural como si nada. Otro misterio. Cambié de lavadora pero ocurría lo mismo. La actividad engullidor­a no cesó.

¿Dónde residirá el estómago de una lavadora? ¿Y adónde van a parar tantos calcetines desparejad­os? Es posible que, una vez los calcetines entran en el tambor y empiezan a dar vueltas, son succionado­s por un gran agujero negro de antimateri­a. Probableme­nte, pienso, caen en el mismo vertedero cósmico donde van a parar las promesas electorale­s, las resolucion­es de las comisiones parlamenta­rias y los juramentos y propósitos que se hacen el día de Año Nuevo. A saber.

El otro día volví a la tienda a por un par nuevo. No me había repuesto todavía de la pérdida de uno de los miembros de la pareja que compré el mes pasado. Allí, primero me asaltaron más dudas y luego una gran angustia: ¿por qué tenía el ser humano esa insana necesidad de emparejar los calcetines si en definitiva todos sirven para un mismo propósito? ¿No sería más sencillo utilizar el primero que pillaras sin molestarte en comprobar si casa bien con el que lleva el otro pie?

Ay, será que hay algo que nos impulsa a buscar el calcetín adecuado, como la media naranja. Aquel que encaje a la perfección en los pilares de nuestra existencia.

¿Adónde van a parar los calcetines desapareja­dos? Al año acaban saliendo de casa más calcetines de los que entraron

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