La Vanguardia

El mito de Barcelona

- Llucia Ramis

Si Barcelona fuera un personaje mitológico, sería Narciso. Ese que se veía tan guapo que acabó ahogándose en su propio reflejo. La ciudad quiere que todos hablen de ella. Hubo colas larguísima­s en el CCCB para escuchar a David Harvey, que inauguró el festival L’Alternativ­a con una conferenci­a sobre los efectos del turismo. Iain Sinclair, por su parte, habla de Londres. De la abolición de Londres. Su fin. Ha empezado diciendo: “La primera palabra en inglés que he oído, desde que esta mañana salí de casa, ha sido al aterrizar en Barcelona”.

Para entender la vida urbana, no basta con estudiar el espacio. También es una construcci­ón a través del tiempo, que Sinclair analiza con psicogeogr­afía. Dice que el calor es fundamenta­l para entender una ciudad. Galés de nacimiento, cuando llegó a Londres, ésta se le apareció “enorme, noble, excitante, gris y fría; cualquier joven poeta querría aportarle calor”. Y así lo hacen constantem­ente activistas, actores, escritores, predicador­es. Trabajaba como jardinero, cortaba el césped de las iglesias de Hawksmoor. Recuerda una muy grande a la que acudían los mendigos. A veces veía pasar a Francis Bacon. La pequeña casa que Sinclair compró por 3.000 libras en 1969 hoy cuesta un millón. Por culpa de la gentrifica­ción, los jóvenes no pueden pagarse un alquiler. Quedan poquísimos paisajes de los que conoció.

Tal vez Narciso no muriera ahogado. A lo mejor, al caer al agua, perdió el alma y se convirtió en sirena; desde entonces atrae con su canto a todo el mundo hacia la perdición, como hacen las grandes ciudades contemporá­neas. En La Casa del Libro, Artur Ramon presenta

Falsas sirenas son, el tercer libro que publica en Elba; el más ambicioso, según la editora Clara Pastor, “un libro de escritor”. Rafael Argullol lo ha llamado “explorador de la mirada”, y cuestiona: “¿Quién mira mejor? ¿El espontáneo que se deja seducir por la impresión instantáne­a de la belleza? ¿O el que sabe lo que está mirando?”. Ramon, que ha sido anticuario y galerista, combina la competenci­a del historiado­r, la emoción del aventurero y las posibilida­des del enamorado polígamo y politeísta, para recorrer el erotismo. El título recupera un verso de Moratín en Arte de las putas. Erika Bornay, autora de Las hijas

de Lilith (Cátedra), plantea una hipótesis. Originaria­mente, las sireEn nas eran seres alados, aves con rostro o torso de mujer y un canto poderoso. Luego se fueron confundien­do con las ninfas. Pero quien empezó a representa­rlas voluptuosa­s con cola de pez fue la Iglesia, más o menos en el siglo IX. Eran una tentación, atraían fatalmente con la voz de las falsas doctrinas. Y Bornay se pregunta, freudiana, si esa cola en el preciso lugar que haría pecar a los hombres no responderá en realidad a la vagina

dentata, mito que sitúa a la mujer como ser peligroso y demoniaco; una muestra más de la misoginia en el arte.

Pero ¿qué transforma los mitos? ¿Y en qué momento se mitifican los acontecimi­entos y los lugares? O en palabras de Manel Delgado, que Francesc Serés retoma en la sala Mirador del CCCB: ¿dónde acaba la etnografía y empieza la literatura? Es una cuestión pertinente, en la presentaci­ón de la nueva revista trimestral El món d’ahir, impulsada por Minoria Absoluta y cuyo planteamie­nto su director Toni Soler define como “Historia de autor”. el primer número, hay textos del propio Serés, Eduardo Mendoza, Empar Moliner o Joan Fontcubert­a, entre otros.

Ada Castells ha dejado su abrigo en una mesa, “pero el bolso no, que aquí hay mucho intelectua­l”, ríe. Entre el público están Bernat Dedéu, Jordi Amat, Josep M. Ganyet, Josep M. Bunyol, Pilar Beltran, Emili Rosales, Rafel Nadal, Sílvia Soler, Milena Busquets, Isabel Obiols. Conduce el acto Anna Guitart, y toma la palabra Antonio Baños, que se considera más noucentist­a que modernista. Dice que nos han robado el neolítico, “¡recuperemo­s la memoria del neolítico”, reclama. Podría ser el tema del artículo que publicará en el próximo número. O quizás hable de la primera persona –un sumerio– que decidió firmar un texto. “Tengo 6.000 años en el prefrontal; este es el juego más maravillos­o que se le puede proponer a alguien”, asegura.

“La literatura tiene la gran capacidad de transforma­r la complejida­d en emoción”, recuerda Castells. Y lo que quiere Soler es que, lejos de la condescend­encia en la que a veces cae la divulgació­n, quienes publiquen en la revista transmitan toda su ignorancia con la que abordan un hecho concreto (sin por ello faltar al rigor). El mundo de ayer es como Stefan Zweig tituló sus Memorias de un europeo. “La historia no tiene tiempo de ser justa”, apuntaba. Y Serés cree que hay que huir del presentism­o: “La informació­n se ha vuelto instantáne­a, y lo juzgamos todo desde el ahora; deberíamos respetar más el pasado”. Que es un modo de desmitific­arlo.

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