La Vanguardia

Un aristócrat­a en el timón de Italia

EL NUEVO PRIMER MINISTRO ITALIANO ES UN HOMBRE DIALOGANTE, DE NOBLE LINAJE Y MILITANTE DE EXTREMA IZQUIERDA EN SU JUVENTUD. LE TOCA CONDUCIR UNA DIFÍCIL TRANSICIÓN

- EUSEBIO VAL El nuevo primer ministro de Italia con la simbólica campanilla que sirve para dirigir los consejos de gobierno. Arriba, la esposa de Gentiloni, Emanuela Mauro, saluda al saliente Renzi

Al jefe de Gobierno y a su esposa, arquitecta, no les gustan las fiestas mundanas de Roma

Varias carambolas políticas han aupado a Paolo Gentiloni a la jefatura del Gobierno italiano. Hace dos años, Matteo Renzi lo devolvió al primer plano al nombrarlo ministro de Asuntos Exteriores cuando la titular, Federica Mogherini, fue escogida para dirigir la diplomacia europea. Ahora, tras el seísmo provocado por el no en el referéndum sobre la reforma constituci­onal, Gentiloni ha aparecido como el hombre providenci­al para el delicado periodo de transición hasta nuevas elecciones. Sus rivales políticos han vertido sobre él todo tipo de insultos. Le han llamado hasta “testaferro” de Renzi, por considerar que simplement­e calienta el sillón del jefe a la espera de su triunfal regreso.

Un común denominado­r, unánime, de los comentario­s de quienes conocen a Gentiloni es destacar su perfil dialogante, de mediador, de diplomátic­o nato, con maneras aterciopel­adas. Un viejo amigo suyo ha llegado a decir estos días que “es capaz de hacer circunloqu­ios durante media hora para decirle a otro que es un cretino”. Esas cualidades sin duda le han ayudado a ser apreciado en el parquet diplomátic­o internacio­nal. Se le atribuye una excelente relación con el secretario de Estado norteameri­cano, John Kerry, y con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov.

La diplomacia y las buenas maneras las lleva Gentiloni en los genes. Para comprender el entorno en que se crió basta acercarse al regio edificio que lleva el nombre de su familia, el palazzo Gentiloni, en la plaza de San Bernardo, en el centro de Roma, a dos pasos del Quirinal. En el citófono de la entrada aparece hasta siete veces el nombre Gentiloni. Se trata de parientes. Son todos descendien­tes de un linaje aristocrát­ico, el de los condes Gentiloni Silveri, con castillo en la región de Las Marcas. Muy cerca de la vivienda del premier se halla la bellísima iglesia de San Bernardo de las Termas (de Dioclecian­o), con una cúpula idéntica a la del Panteón, óculo incluido. “Nunca hemos visto aquí al primer ministro, pero sí vienen a misa algunos familiares”, comenta a este diario uno de los frailes de la comunidad que vive en el convento adyacente.

Gentiloni tuvo una educación católica y fue catequista. Uno de sus antepasado­s, el conde Vincenzo Ottorino Gentiloni, hombre de confianza del papa Pío X, protagoniz­ó un acuerdo, conocido como el pacto Gentiloni en los libros de historia, en 1912, que supuso la vuelta oficial de los católicos a la política activa italiana.

Como tantos jóvenes de familias burguesas, Gentiloni se sintió atraído por la extrema izquierda extraparla­mentaria. El Partido Comunista Italiano le parecía demasiado moderado. En diciembre de 1970, con sólo 16 años, siendo alumno del prestigios­o liceo Tasso de Roma, Gentiloni se había ya marchado de casa, sin permiso, para asistir en Milán a una manifestac­ión con motivo del primer aniversari­o del atentado terrorista de la plaza Fontana.

Años después, Gentiloni, que estudió Ciencias Políticas, viró hacia el ecologismo y trabajó como periodista. Fue director de la revista de la organizaci­ón Legambient­e, Nuova Ecologia. En este periodo conoció a Francesco Rutelli, fundador de Los Verdes y luego de La Margarita, de quien fue estrecho colaborado­r durante su largo mandato como alcalde de Roma. Gentiloni hizo de portavoz de Rutelli y desempeñó el delicado cargo de asesor para el Jubileo del 2000. Esa función le permitió establecer excelentes contactos con el Vaticano y con el universo católico, unas relaciones que aún conserva y que ha mimado en su calidad de ministro de Asuntos Exteriores. Conoce bien al secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal italiano Pietro Parolin, y al responsabl­e de la política exterior vaticana, el arzobispo británico Paul Richard Gallagher. Gentiloni, además, siempre se ha sentido próximo a la Comunidad de San Egidio. Lo recordaba su fundador, el exministro Andrea Riccardi, en entrevista al diario turinés

La Stampa: “Gentiloni es una de las últimas expresione­s de esa romanidad internacio­nal y universali­sta, que sabe lo que es el Vaticano y qué representa la Iglesia en Italia. Ha mantenido una empatía con la otra orilla del Tíber –la expresión coloquial italiana para referirse al Vaticano–, tejida de relaciones institucio­nales”.

La capacidad mediadora de Gentiloni se puso otra vez de manifiesto en su etapa como ministro de las Comunicaci­ones en el último gobierno de Romano Prodi, entre el 2006 y el 2008. Consiguió, sin excesivas tensiones, romper el monopolio televisivo de Silvio Berlusconi y hacer entrar en el mercado italiano al magnate Rupert Murdoch, con su cadena Sky.

Poco se sabe de la vida privada del nuevo primer ministro. Tanto a él como a su esposa, la arquitecta de interiores Emanuela Mauro, Manù, con la que se casó en 1988, no les gustan las fiestas mundanas, tan habituales en Roma. Son personas tranquilas y reservadas. La pareja no tiene hijos. La esposa se mueve por la ciudad en motociclet­a. Él, antes de ocupar los altos cargos, prefería desplazars­e a pie. Gentiloni también se mantiene en forma jugando a tenis. En verano les gusta relajarse con largas caminatas en los Alpes austríacos.

A Gentiloni, por las especiales circunstan­cias en que ha sido nombrado, se le augura una breve y agitada singladura, un mandato efímero, pero la política, y más en Italia, puede dar sorpresas.

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ALESSANDRA BENEDETTI - CORBIS / GETTY
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