Miradas que pagan
ESTA semana han pasado por la Torre Trump los verdaderos másters del universo, lo que en realidad mandan en el mundo, aquellos que nos cambian la vida aceleradamente con sus innovaciones. Allí estaban los altos cargos de Google, Apple, Microsoft, Amazon, Facebook, Oracle o Tesla. El próximo presidente de Estados Unidos había amenazado a la cúpula de Silicon Valley con retorcerles el brazo –y la cartera– para que volvieran a fabricar en su país y pagar sus impuestos a las arcas del tesoro norteamericano. La aversión era mutua: los titanes de la tecnología dieron carretadas de dinero para la campaña de Hillary Clinton e incluso firmaron una carta abierta en la que advertían que sería un desastre para la innovación la llegada de Trump a la presidencia. El candidato republicano representaba lo opuesto a sus concepciones, incluida su visión sobre los inmigrantes, y proponían un orden mundial cosmopolita, la antítesis de su discurso.
Ha trascendido poco de lo que se habló en la sala donde se reunieron, aunque oficialmente se dijo que Trump les reconoció que no había nadie como ellos en el mundo y que quería que siguieran innovando. Pero las caras de Cook, Page o Bezos eran un poema no precisamente emocionado, y su mirada perdida, un mensaje encriptado. Shakespeare sostenía que las palabras están llenas de falsedades, pero que las miradas no engañan. Evgeny Morozov escribe en el último
Vanguardia Dossier que el rápido ascenso de Silicon Valley no ha hecho más que echar abajo el punto de vista anticuado según el cual los gobiernos son los verdaderos dueños del universo, y las empresas, simples servidoras de la sociedad. Las compañías tecnológicas están expandiéndose a sectores como la energía, los transportes o la vivienda. Trump sabe que tiene el botón nuclear, pero Silicon Valley cuenta con el pulsador de la economía. Y, como en el chiste del dentista, han decidido no hacerse daño.