La Vanguardia

Regalar un libro

- Llucia Ramis

Llucia Ramis defiende el libro de papel, entre otros motivos, por las posibilida­des que ofrece a la hora de conocer a otras personas y ligar con ellas: “Los sellos independie­ntes se afanan en hacer libros preciosos que son joyas, para combatir la piratería y que vuelvan las ganas de tenerlos y enseñarlos. Son el mejor regalo, porque le transmites al otro que sabes que es inteligent­e, sensible y tiene buen gusto”.

Cuántos libros tienes? ¿Más de mil o menos de mil?”. Recuerdo esa pregunta en cada mudanza. El saber no ocupa lugar, dicen, pero no es verdad. Ocupaba toda su biblioteca (es decir, su apartament­o entero), y también las estantería­s Billy que he ido transporta­ndo de piso en piso. También recuerdo esa pregunta cada vez que tengo que ir a Mallorca y mi madre quiere que le lleve buenas lecturas, olvidando el peso máximo permitido en cabina. He probado los soportes electrónic­os, pero no hay manera. Y no tiene que ver con el olor de las páginas ni cursiladas por el estilo. Tiene que ver con la maquetació­n, el diseño, sentir cómo va transcurri­endo la historia entre tus dedos. Hasta que se acaba.

Pero es que, además, existía todo un código alrededor del libro. Cuando era estudiante, de camino a la facultad, en Bellaterra, solía coincidir en el vagón con un chico que me parecía guapísimo. Nunca intercambi­amos ni una palabra, pero sí muchas lecturas. Porque si él me veía con un libro de Jorge Luis Borges, por ejemplo, aparecía al cabo de unos días con un Borges bajo el brazo. Y la vez que lo vi leyendo La inmortalid­ad, de Milan Kundera, fingí que se me caía El libro de los

amores ridículos al suelo para que él lo recogiera. Así, nos prescribía­mos, seductores, a Julio Cortázar, John Kennedy Toole, Henry Miller, Thomas Mann, Sylvia Plath, Virginia Woolf. Lecturas obligatori­as, sin duda, que para nosotros eran un juego, una forma de comunicarn­os sin hablar. Con eso estaba todo dicho.

¡Sabes tanto del otro, asomándote a sus estantería­s! Una vez vi los tomos de En busca del tiempo de perdido estratégic­amente colocados en la mesilla de noche de un Casanova. Y me reí, porque nadie se traga que uno se ponga a leer a Proust antes de dormir (quizás él lo hiciera para dormir, le comenté, y se ofendió). Un amigo mío ordenaba sus libros por editoriale­s, y una diseñadora de interiores le riñó, porque la suya parecía una de esas casas donde se compraban lomos por metros, sólo para hacer bonito o parecer gente culta. Ahora ya no hace falta, y los sellos independie­ntes se afanan en hacer libros preciosos que son joyas, para combatir la piratería y vuelvan las ganas de tenerlos y enseñarlos. Son el mejor regalo, porque le transmites al otro que sabes que es inteligent­e, sensible y tiene buen gusto.

Ahí es donde está el gran fallo de los lectores electrónic­os: en su soporte, nada atractivo para los que amamos los libros y nos enamoramos gracias a ellos, casi siempre platónicam­ente. Claro que hay sistemas eficaces, como las recomendac­iones en las redes sociales. Pero no tienen gracia. ¿Qué sabemos de las personas que miran su teléfono sin cesar? Es mucho más divertido inventarte al otro a través del libro que está leyendo en el tren o en el metro. Dejar caer el tuyo para que lo recoja. Arriesgart­e a hacer el ridículo por amor.

Son el mejor regalo porque le transmites al otro que sabes que es inteligent­e, sensible y tiene buen gusto

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain